sábado, 6 de enero de 2018

¿Está emergiendo el centro?

José Joaquín Rodríguez Lara


Pudiera. Pudiera ser que el centro sociopolítico español estuviese emergiendo desde el hondón de la fosas Marianas, el lugar mas profundo de la corteza terrestre, a más de once kilómetros bajo la superficie del mar, en el océano Pacífico.


Y, si así fuere, es más probable que imposible que el centro emerja por las mismas razones que lo hizo en la década de lo años 70 del siglo pasado, tras la muerte de Franco, con el inicio de la transición política.


Libertad, amnistía y estatuto de autonomía era la consigna más propagada durante aquellos años en las calles de España. Esa fue una de las banderas más tremoladas por la izquierda durante la primera etapa de la transición.


Pero lo que realmente quería la mayor parte de la población española era democracia. Una democracia que, tras cuarenta años de dictadura, permitiera a España dejar de ser el garbanzo negro de Europa y de todo el mundo occidental. Portugal, tan cerca, tan libre, ya disfrutaba de ella.


La democracia exigía, y exige, disponer de opciones políticas de centro. Vivir en democracia no consiste sólo en poder votar; resulta indispensable, además, que realmente se pueda elegir entre diferentes partidos políticos, porque los haya y porque, al menos dos, tengan el vigor necesario para ganar y gobernar.


En la España de aquel tiempo estaban muy fuertes los radicalismos, tanto de derechas como de izquierda. Pero no inspiraban confianza. La gran mayoría de los españoles los temían. Por eso surgió y gano el centro, amalgamado en torno a una fuerza política, Unión de Centro Democrático (UCD), en la que había desde políticos procedentes del ‘partido’ de Franco, el llamado ‘Movimiento Nacional’, quintaesencia del inmovilismo, hasta democristianos y socialdemócratas madurados en las barricas de la teocracia y de la tecnocracia.


La UCD no fue nunca un verdadero partido. Era un conglomerado de egos, de intenciones más o menos buenas y de recetas más o menos acertadas. Todo ello empaquetado, eso sí, en una idea de España, unida, monárquica y democrática.


Adolfo Suárez, cabeza de cartel de aquel conglomerado naranja y verde, gustaba en La Zarzuela y también despertaba simpatías en las calles y en las plazas de abasto. Aunque vino a Badajoz y un significado militante del PSOE no sólo le agredió físicamente en una céntrica calle, sino que, inmediatamente y muy ufano, llamó por teléfono a Alfonso Guerra para contárselo. Me lo confesó él mismo.


Ciudadanos es, actualmente, la fuerza política más parecida a aquella UCD. El partido naranja surge, también, como una reacción contra los radicalismos, y se configura, en torno a un líder, Albert Rivera, como un heterogéneo conglomerado de egos y de soluciones más o menos milagreras. Aunque Rivera gasta poca pólvora en fuegos de artificio y parece tener menos enemigos en casa de los que Suárez tuvo en la UCD, no debería confiarse. Llega un momento en el que casi todo el mundo quiere ser califa en lugar del califa.


Los resultados de las elecciones catalanas jamás serán una calicata fiable para tomarle el pulso al electorado español, pero la victoria de Ciudadanos en unos comicios tan difíciles para el partido de Rivera y de Inés Arrimadas como los últimos de Cataluña, así como el pálpito que dan las encuestas parecen indicar que pudiera ser que el centro sociopolítico estuviese emergiendo de nuevo en España después de que, hace casi cuarenta años, se hundiese en las fosas Marianas torpedeado desde dentro.


Salvo a quienes temen perder cuotas de notoriedad y de poder, a nadie parece preocuparle que el centro vuelva a flotar por encima de las demás opciones electorales. Al contrario de lo que ocurre con otras siglas, las de Ciudadanos no asustan.

 

Albert Rivera cae bien en las alturas y no es mal visto a nivel de la calle. Así que no sólo no es improbable, sino que pudiera ser que pudiera.




(Undécimo artículo escrito para extremadura7dias.com,
publicado el 2 de enero del año 2018.)


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