viernes, 15 de diciembre de 2017

Regeneración carcelaria que repugna


José Joaquín Rodríguez Lara


La cárcel es un agujero negro que devora a las personas. A la cárcel se entra, pero de ella no se sale. Una estancia en la cárcel, aunque sólo sea en la modalidad de prisión preventiva, cambia profundamente a las personas.

Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, afirmó el filósofo Heráclito, y nadie sigue siendo la misma persona después de pasar por la cárcel. Esto no sólo lo saben bien quienes han sido encerrados entre sus muros espesos, sino que lo ha experimentado hasta el propio personal penitenciario.

En teoría, la función primordial de la cárcel no es castigar a los delincuentes. Las prisiones ni siquiera tienen como cometido fundamental apartar a los malechores de sus víctimas y de la sociedad, en general, para que no sigan haciéndoles daño. La principal función del sistema penitenciario es reeducar a quienes delinquen; recuperar a esas personas para que puedan volver a convivir honradamente con la ciudadanía que no comete delitos.

“Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social”. Punto 2, artículo 25 de la Constitución Española de 1978.

De las prisiones deberían salir mejores personas que las que entraron. Entran delincuentes y tendrían que salir seres reeducados y preparados para vivir honradamente.

No suele ser así. La cárcel es un fracaso. Es más fácil acertar el sorteo del euromillones que regenerarse en la cárcel. Los sistemas penitenciarios tienen un índice de éxito muy bajo, y una tasa de rentabilidad social prácticamente negativa. Las prisiones y la población presa consumen mucho dinero público, que es dinero de todos, y generan muy pocos bienes para la sociedad.

Por eso habría que festejar con alborozo los escasísimos casos en los que los delincuentes se regeneran, por cambiar de oficio o por adquirir destrezas respetables, mientras cumplen su condena.

Recuerdo el caso de un merchero analfabeto que fue condenado a muerte por atraco y homicidio. Se le conmutó la pena capital por cadena perpetua, aunque las condenas por todos sus delitos sumaban más de mil años de prisión. Aprendió a leer y a escribir entre rejas; estudió Derecho en la cárcel; se hizo escritor –tiene varios libros publicados- y en 1891 fue indultado y casi logró escaparse de su personaje, toda una leyenda ‘El Lute’, para convertirse en una persona, en don Eleuterio Sánchez Rodríguez, abogado que debutó en el despacho del profesor don Enrique Tierno Galván, diputado y alcalde de Madrid.

Hay más casos de recuperación de delincuentes, pero desgraciadamente son muchísimos más los de reincidencia e, incluso, de perfeccionamiento de las habilidades delictivas. Hay quien entró en la cárcel por robar en un supermercado, que viene a ser lo que antes era robar gallinas, y salió con preparación y disposición para atracar bancos, lo que siguen siendo palabras mayores.

En la recta final de este año 2017 está de actualidad el caso de Diego Yllanes Vizcay que, durante los San Fermines del año 2008, después de despedirse de su novia, estuvo tomando copas con una estudiante de Enfermería, la joven, Nagore Laffage Casasola, a la que llevó a su piso, se empeñó en mantener relaciones sexuales con ella aunque fuese por la fuerza, la mató, intentó descuartizarla y llamó a un amigo para que le ayudase a deshacerse del cadáver. 

Diego Yllanes, joven entonces recién licenciado en Medicina que, en la época del homicio, trabajaba como médico interno residente en la prestigiosa Clínica Universitaria de Navarra, en la especialidad de Psiquiatría, fue condenado a doce años y medio de prisión.

Hace poco se le concedió el tercer grado penitenciario y fue contratado por una empresa con clínicas psiquiátricas en Sevilla y Madrid. Su fotografía fue colocada en el cuadro de facultativos de la empresa, pero ante el revuelo social originado por el hecho de que el asesino de la joven Nagore trabaje como médico, la fotografía ha sido retirada.

Repugna que un doctor condenado por homicidio trabaje como médico, y parece que el hecho de que lo haga como psiquiatra eleva el grado de repulsión, quizás debido a que hace recordar la locura que cometió aquella madrugada de los San Fermines del 2008.

Es comprensible este rechazo social, pero las cárceles están para esto, para “la reeducación y reinserción social” de quienes delinquen. Nos gastamos muchísimo dinero en su “reeducación y reinserción” y, aunque su posible reinserción repugne, debemos aceptar que a veces, en contadísimas ocasiones, los delincuentes se regeneran.

Diego Yllanes, que aún no ha cumplido su pena, esta en camino de esa regeneración. Que tenga un empleo forma parte de su proceso de reinserción en la sociedad.


(Tercer artículo publicado en extremadura7dias.com,
el 12 de diciembre del año 2017.)


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