lunes, 20 de noviembre de 2017

- Cuando la ciudadanía se manifiesta

 muestra sus necesidades.

 Cuando se manifiestan quienes gobiernan

 muestran su incapacidad.


viernes, 17 de noviembre de 2017

El asilo de los libros

José Joaquín Rodríguez Lara


El primer libro que tuve en mis manos fue 'El manuscrito'. Tía Felisa lo había comprado, en La Alianza u otra librería de Badajoz, y nos lo dejó para que leyésemos, como antes que nosotros habían hecho sus hijos, a la luz de la lumbre que iluminaba el chozo.


Los textos de 'El manuscrito' tenían una caligrafía primorosa. Había letras de muchos tipos. Las cursivas resultaban especialmente elegantes. Más que el gusto por la lectura, 'El manuscrito' despertaba el interés por escribir bonito.


Pero mi abuelo materno -gracias abuelo José- lo utilizaba para que mis hermanos y yo leyésemos. Como ni la vista ni la práctica le daban para asegurarse de que verdaderamente leíamos lo que estaba escrito en las páginas del libro, abuelo José nos ponía una mano en el hombro o en el cogote y, por el tacto, sabía si leíamos al pie de la letra o le dábamos un puntapié a las letras y nos inventábamos lo que salía por nuestras bocas. Teníamos siete años, el que más, y muchas ganas de jugar.


Siete años después llegó a mi casa otro libro. 'La noria', de Luis Romero, un recorrido novelado, cangilón a cangilón, por la Barcelona de la posguerra. Lo llevé yo y lo leí con mucho gusto. Creo que con esa lectura nacieron mis aficiones literarias y periodísticas.


Desde entonces vendrían mucho más. Hubo un tiempo, cuando estudiaba periodismo en Madrid, que compraba un libro casi cada domingo. Nada más saltar de la cama, en la calle Santiago, número once, me dirigía a La Cuesta de Moyano, a pie. Iba de caseta en caseta, curioseando entre libros, libreros y clientela. Si encontraba algo que me interesaba, lo ojeaba y decidía sobre la marcha: o compraba el libro y no comía o comía y no compraba el libro. Si bajaba La Cuesta de Moyano con el reflejo de un libro en las pupilas, el menú de ese domingo era plato único: sopa de letras. Deshacía el camino hasta Santiago once, me metía en el catre y me comía el libro con los ojos.


He leído muchísimo en la cama. Incluso cuando hacía el servicio militar. Se apagaban las luces de la compañía y yo seguía leyendo bajo la manta. Con una linterna. El soldado que hacía la primera imaginaria siempre se acercaba a mi litera para aconsejarme que dejara de leer o me quedaría ciego.


La gran mayoría de esos libros viven conmigo. En mi vivienda hay una habitación que llamamos 'la habitación de los libros'. Nunca los he contado y no sé cuantos tenemos, pero las estanterías están llenas y con muchos volúmenes en doble fila o tumbados sobre los demás.


Como ocurre en las calles cuando se intenta aparcar, prácticamente no hay un sitio libre, así que un libro no es la mejor tarjeta de visita para presentarse en mi casa. A pesar de ello, no dejan de llegar nuevos ejemplares. Los que compramos, los que nos regalan, alguno que escribo yo...


Aún lloro por aquella joya impresa sobre el puente de Alcántara, dibujado piedra a piedra. La dejé olvidada sobre una bobina de papel y desapareció. Pregunté, pregunté y pregunté, pero nadie había visto el libro, a pesar de su gran tamaño. Espero que quien se lo llevó lo tenga en un sitio digno. Incluso sueño con que me lo devuelva. Todos los libros son importantes para mí, pero ese más, pues me quedé sin él sin ni siquiera haber empezado a leerlo.


Vivo con mi libros, sin querer desprenderme de ellos, porque entre sus hojas hay retazos de mi vida. Algunos están casi desencuadernados, de tanto abrirlos. Otros, los menos, nunca los he leído. Los hay que incluso siguen embolsados en el plástico del retractilado. Me da igual. Son tan parte de mí como los que me sé de memoria.


Aunque en mi casa no quepa un libro más, nunca he pensado deshacerme de mis compañeros de viaje. Lo que anhelo es disponer del espacio necesario para que no estén apretujados unos sobre otros.

 

Mucha gente soluciona el problema tirando a la basura sus volúmenes o legando sus libros a una biblioteca o a cualquier otra entidad. Comprendo a esas personas, pero me resultaría muy difícil hacer algo así. Entregar mis libros, los libros que me alimentan, a una institución sería como llevarlos a un asilo, a un asilo de libros.


domingo, 5 de noviembre de 2017

- Tengo muchas ganas de ver alguna revolución

en la que, aunque los revolucionarios se enriquezcan,

 los pobres no queden hundidos en la miseria.


sábado, 4 de noviembre de 2017

¡Ayuda, por favor!


José Joaquín Rodríguez Lara


Llevamos toda la vida buscando puertas astrales, agujeros de gusano, pasadizos y túneles que nos transporten a otros mundos, en los que no haya conflicto catalán ni belenes esteban, y los tenemos delante de las narices: en nuestra propia casa. Parece un módulo espacial, con su escotilla y todo, pero no lo es. Es la boca del misterio y ni siquiera Íker Giménez, comandante de puesto de Cuarto Milenio, ha reparado en ello. ¿Cómo se explica, si no es una boca sideral, que se coma los calcetines? ¿A dónde van los calcetines que desaparecen en la lavadora? A otros mundos. Fijo.

 

A ver, señoras y señores astronautas, ángelas y ángeles (ya sé que ustedes tienen alas en vez de sexo, pero es por discriminar entre otras y unos y no marginar a nadie), paracaidistas y habitantes de las nubes en general: ¡ayuda, por favor! Acaba de desaparecer un calcetín azul, grueso, a medio lavar, apto para botas de campo. Está usado, pero todavía me da el avío. Si lo ve, llámeme o avise a la Guardia Civil.

 

El otro calcetín, hermano mellizo del desaparecido, está desolado por la pérdida. Se siente sólo y no le llega la carne, la del pie, al cuerpo. Temo que termine en el contenedor de residuos ¿orgánicos?, ¿de plásticos?, ¿para celulosa?. ¿De qué cosa que no es hilo ni lana ni algodón hacen ahora lo calcetines?


- ¿De poliéster?


- Bueno, de poli o de guardia civil. Me da lo mismo quién se lo ponga. ¿Pero, cómo los hacen para que se desintegren en la lavadora? Me devora la duda. Hay angustias con las que no se puede vivir.


- Ni con Angustias ni con Dolores ni con...


-¿Te vas a callar de una vez? Y mira por la ventana, a ver si ves el calcetín. ¡Pobrecino mío!, con lo que yo lo he sudado. Vamos a hacerle una foto con el móvil al mellizo y ponemos carteles.


- Pero antes habrá que dejarlo a secar en la alambrera del brasero, porque está empapado y como sigue llorando...


- La madre que te parió. Anda, déjalo y pon la tele, a ver qué está cocinando hoy el Puigdemonio.


- Ahí lo tienes... Mira que le sienta mal la barretina de cocinero al tío.


- Si es que con esos pelos de fregona que gasta... Ni sé yo como lo dejan salir por Eurovisión.


- Cosas de Junqueras que tiene mucho peso. El Junqueras es pariente del Chicote, ¿no?


- Ahora que lo dices, se dan un aire; como si fuesen hermanos de primos segundos o algo así.


- Habría que meterlos a los dos en la lavadora, a ver si desaparece alguno y eso que ganamos.


- Cállate ya, que no oigo al Puigdemonio.


- ...hoy, para todos los paladares catalanes, vamos a preparar un plato rico rico: Calçots a la Independencia con Butifarra.


- Eso, sí, con butifarra, con mucha butifarra internacional. ¡Chúpatese esa, Puigdemonio!


- ¡Que te calles, leche! ¡Pobrecino mío!, ¿dónde estará?


- ¿El Puig..?


- ¡Qué Puig ni que Puig! ¡El calcetín, coño, el calcetín, que pareces un telediario, siempre con el Puigdemonio en la boca!


viernes, 3 de noviembre de 2017

La lista del paro engaña


José Joaquín Rodríguez Lara


En mi opinión se sigue contando mal a las personas paradas. Según las 'listas del paro', el mes de octubre dejó 3.263 desempleados más en Extremadura, región en la que la afiliación a la Seguridad Social (SS) aumentó en 825 cotizantes.

Si damos las cifras por verdaderas, el paro no subió en Extremadura en 3.263 personas el mes pasado. Todo lo contrario, el desempleo bajó en 825 personas. Porque la afiliación a la SS, y por lo tanto el trabajo legal, aumentó justamente en 825 personas que no estaban afiliadas porque no tenían empleo o trabajaban ilegalmente.
 
Los supuestos 3.263 parados más que nos dejó el mes de octubre ya estaban parados antes de ese mes, pues no cotizaban a la Seguridad Social. Si hubieran estado cotizando y hubiesen perdido su empleo, la afiliación a la SS no habría aumentado en 825 personas; habría disminuido en 2.438 cotizantes. (3.263 menos 825).
 
En vez de contar parados, es decir, demandantes de empleo, debemos contar empleados, personas afiliadas a la SS. 

Las listas del paro suben y bajan por multitud de razones. Las personas sin empleo anterior que se incorporan al segmento de la población activa y se inscriben como demandantes de empleo son clasificadas automáticamente como paradas. ¿Qué hacían esas personas el mes anterior? ¿Trabajaban? No. Estudiaban, se dedicaban 'a sus labores', por ejemplo escardando cebollinos, o no hacían nada. Pero, oficialmente, no estaban paradas. Empezaron a ser consideradas paradas cuando se inscribieron como demandantes de empleo. Justo en ese instante. A efectos oficiales, hasta ese momento trabajaban, pues no buscaban trabajo.

Lo mismo ocurre con quienes deciden, de repente, inscribirse en las oficinas de empleo, algo que hasta ese día no les había atraído, o quienes llegan del extranjero y empiezan a buscar trabajo o se recuperan de una enfermedad y se sienten con ganas de trabajar.

Lógicamente, las personas que pierden su empleo y se inscriben como demandantes para encontrar otro tienen una incidencia muy importante en la evolución mensual del desempleo.

Pero así como la lista del paro puede crecer por diversas razones, la lista del empleo solo sube por una razón: porque aumenta el número de personas que trabajan. Se cotiza a la SS porque se trabaja.

Puede ser un empleo temporal, precario, a media jornada, mal pagado, muy por debajo de la preparación y de la capacidad de la persona empleada, pero no deja de ser un empleo.

La afiliación a la SS puede confundir, pero es bastante más fiable que la lista del paro. La lista del paro engaña siempre. Basta con que a quien busca trabajo se le olvide renovar su demanda para que, oficialmente, deje de estar sin empleo. Para la lista del paro te mueres y has empezado a trabajar.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Naufragio en seco

José Joaquín Rodríguez Lara


Como vigía en la madrugada, huelo los aires que llegan hasta el carajo del palo mayor, tolvanera inmisericorde en la que sigue encallada Extremadura, nuestra nao capitana.

 

Encaramado en los altos de Salvatierra de los Barros, qué no daría yo por emular a Rodrigo de Triana y, a pecho descubierto y con boca de campana, gritar a los cuatro vientos: ¡agua, agua, por fin llega el agua!


Pero no llueve. Pasan la horas, los días, las semanas, los meses, pasan la confianza y la esperanza y la fe y no llueve. Hemos naufragado en el océano de los barbechos y ni siquiera tenemos tu consuelo magistral, Fernando Serrano Mangas, historiador, investigador, profesor y carpintero de ribera, que tanto nos enseñaste sobre pecios, cargas, naufragios y tesoros.


Tú, el mayor experto mundial en la carrera de Indias, en barcos y en el trasiego de metales y otras preciosas mercancías entre las costas americanas y Sevilla, fuiste un extremeño de tierra muy adentro, un portento que nació en Salvaleón y en Salvaleón se ha quedado, para siempre, encallado entre libros, apuntes, misterios desvelados y secretos sin desvelar.


Y sigue sin llover, querido e inolvidable Fernando. No cae ni una gota. Hemos vuelto a naufragar en un secarral. Somos los Cabeza de Vaca del secano. Es nuestro sino, amigo mío.