miércoles, 25 de octubre de 2017

Fábula del campanario metido en harina



José Joaquín Rodríguez Lara


Había una vez una aldea en la que se cocía pan. La mayor parte de la producción se vendía a los habitantes de las aldeas vecinas, que no tenían hornos ni molinos harineros, aunque sí producían trigo.

Embriagados por el brillo y el aroma de sus molinos y tahonas, los regidores de esa aldea y una buena parte de su población despreciaban a los agricultores y demás vecinos residentes en las otras aldeas de la comarca. Todo su empeño se centraba en excavar fosos y en reforzar la empalizada con la que habían rodeado a su poblado para mantener alejadas a las personas ajenas a su tribu e impedir así que se acercasen a sus molinos y a sus tahonas.

Ofendidos por una actitud que consideraban absolutamente injusta y xenófoba, los habitantes de las demás aldeas decidieron dejar de comprar el pan que se cocía tras los fosos y la empalizada. Esto alarmó a muchos molineros y a bastantes panaderos, por lo que se apresuraron a anunciar que abandonaban su aldea.

Pero también causó alarma entre algunos productores de trigo que, con el jefe de su tribu a la cabeza, se metieron en harina y se subieron al campanario para advertir a sus feligreses que si dejaban de comprarle pan a los panaderos xenófobos, los molineros que los despreciaban no le comprarían trigo a los agricultores despreciados y la economía de la aldea se resentiría.

MORALEJA: Hay gentes a las que les preocupa tan poco la dignidad de quienes, a ambos lados de la sinrazón, luchan y arriesgan sus bienes en defensa de la justicia, que prefieren seguir comerciando con los xenófobos para que no se le descalabren sus cuentas.


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