domingo, 1 de enero de 2017


Matar a una mujer sale barato


José Joaquín Rodríguez Lara


Creo que la sociedad emplea demasiadas energías en honrar a las víctimas de la violencia machista y dedica muy pocas a perseguir a sus asesinos. Las palabras de condena, las muestras de repulsa y los minutos de silencio le dicen a los asesinos potenciales que matar es gratis, que la repulsa social no les alcanzará la piel.


Un bicho que dejó de ser hombre mató a su pareja y, a los ojos de la sociedad, toda su condena se redujo a unas cuantas muestras de repulsa y a unos pocos minutos de silencio.


¿Dónde estaba el asesino mientras tanto? ¿Cómo se desarrolló la persecución policial? ¿En qué celda está recluido? ¿A qué ha quedado reducida su vida? ¿Cómo fue su proceso judicial? ¿Cuántos años lleva en la cárcel? ¿Qué cara pone cuando su compañero de celda hace de vientre delante de sus narices? ¿Cómo lleva los recuentos? ¿Cómo sufre el peso de los años, de los meses, de las semanas, de los días, de las horas, de los minutos, de los segundos y de las décimas y centésimas y milésimas de segundo que pasa entre rejas? ¿Cómo se le pudre la piel y la mirada y el ánimo en la cárcel? ¿Ha muerto ya? ¿Quién apaciguó su miedo durante la agonía? ¿Quién fue a su entierro?


Todas estas y muchas otras cosas me gustaría que contasen los periodistas sobre los asesinos de mujeres, en vez de prestarle tanta atención a los desolados minutos de silencio, con cuatro concejales y tres funcionarios en la puerta del ayuntamiento.


Esas inútiles muestras de dolor, de repulsa y de condena social sólo dicen una cosa: matar a una mujer sale barato.


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