martes, 20 de septiembre de 2016

Un bocadillo de calamares


José Joaquín Rodríguez Lara

He pedido un bocadillo de calamares y me han puesto la cena y el desayuno entre dos medios panes con guarnición de patatas chips, que como usted sabe son las patatas fritas de bolsa de toda la vida.

 

Primero la camarera y después el camarero me han preguntado si quería añadirle al bocadillo un poco de mayonesa, pero he rechazado sus amables ofrecimientos. No quería manchar las anillas nacaradas, suavemente rebozadas y recién fritas, con salsas innecesarias.

 

No digo yo que sea el mejor bocadillo de calamares que me he comido en mi vida, pero sí que lo he saboreado a conciencia, como pocas veces. No disfrutaba tanto de un bocadillo de calamares desde aquellos días, ya lejanos, en los que estudiaba en Madrid y, para matar el hambre y descansar un poco de los libros, bajaba a la calle, entraba en la Plaza Mayor y pedía un bocadillo de calamares a través del ventanuco de un bar que estaba, e imagino que seguirá estando, en la puerta más cercana al mercado de San Miguel.

 

Aquellos bocadillos grasientos, en los que no había anillas, sino trocitos de rabas, me costaban un duro, cinco pesetas; al cambio, unos tres céntimos de euro. Por el de hoy he pagado 3,5 euros. Y, además, lo he acompañado con dos cañas de cerveza, a euro la tirada, algo imposible entonces.

 

A pesar de lo muchísimo que ha subido el precio de los calamares desde 1975 hasta hoy, no cambio un bocadillo por otro. Ni siquiera estoy dispuesto a cambiar los años y lo que los años acarrean.

 

Si acaso, cambiaría el paisaje. No la democracia por la dictadura, pero sí la actitud ante la vida de la mayoría de la gente. Entonces, con Franco moribundo, luchábamos, todos, cada uno a su manera, por la libertad, por la democracia, por la autonomía, por la justicia, por la integración de España en las instituciones internacionales... Y hoy, buena parte del país lucha contra la democracia, contra la libertad, contra la autonomía, contra la justicia y por la salida de España de las instituciones internacionales.

 

Entonces, simplemente por ser jóvenes y/o barbados, los grises y los Gerrilleros de Cristo Rey nos corrían por calles y plazas, cachiporra en mano. Y hoy, simplemente por no ser ellos, nos muelen a golpes de corrupción, de chulería y de indignidad, los políticos de izquierda, los de derecha, los medio pensionistas, los profesores universitarios, los sindicalistas, los empresarios, los periodistas...

 

Con un agravante, ni los grises ni los guerrilleros de Cristo Rey se escondían a la hora de pegar. Todo lo contrario. Iban de frente, uniformados y con el arma en la mano. Por eso les derrotamos entre todos. En cambio ahora, o tienes una buena manta bajo la que cobijarte o estás muerto. Las palabras te señalan, pero es el silencio el que mata.




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