sábado, 23 de julio de 2016

Señorías sin vergüenza


José Joaquín Rodríguez Lara


España necesita una nueva Ley Electoral. Está visto que la actual, que lleva la firma de un Felipe González en supermayoría socialista, no sirve. Se ha quedado obsoleta por muchas razones. Y la principal de todas es que, en circunstancias como las que se están dando, es decir, cuando se produce una carencia casi absoluta no sólo de estadistas, sino de simples políticos sensatos, no se consigue formar gobierno.


Ahora mismo (una de la madrugada del 24 de julio del año 2016) la convocatoria de unas nuevas elecciones generales en España parece más fácil que la formación de un gobierno. ¿Por qué? Porque ni la Constitución ni la Ley Electoral prevén medidas para salir del atolladero en el que el electorado y los políticos han metido a este país.


El legislador, iluso de él, seguramente creyó que el centro sociológico español jamás se radicalizaría. Debió de suponer que al muy noble y leal ejercicio de la política sólo se dedicarían personas sensatas. No ladrones, no soberbios, no presumidos, no estúpidos, no tontocoños. Y sus correspondientes versiones en todo el arco iris sexual.


Y dado lo que hay, ¿qué podemos hacer para salir de este barrizal? Varias cosas.


Para empezar, presionar en la medida de nuestras posibilidades para que los políticos -todos los políticos de todos los partidos- pongan nuestras necesidades por delante de sus intereses. Se presiona con el voto, con la opinión, con la manifestación y con un sin fin de mecanismos absolutamente legales y democráticos. Pero hay que presionar porque la política es demasiado importante para dejarla exclusivamente en manos de los políticos.


Se habla mucho de cambiar la Constitución y muy poco, demasiado poco, de cambiar la Ley Electoral. Estamos metidos hasta el cuello en este charco porque, entre otras cosas, los políticos que aprobaron la vigente Ley Electoral la han utilizado desde entonces para robarnos a los ciudadanos el derecho al sufragio pasivo, a ser candidatos. Un derecho que, 
como reconoce el Tribunal Constitucional en varias de sus sentencias, la Constitución asigna a la personas de una en una, individualmente, no a los partidos políticos ni a las agrupaciones de electores.


Pero los dirigentes de los partidos -todos los dirigentes- le han robado a la ciudadanía ese derecho y lo utilizan a su antojo, y como arma de poder, para decidir quién puede ser candidato y quién no.


Pues de esa 'selección' realizada por los dirigentes de las fuerzas políticas ha salido la bazofia y la carga de inútiles que tenemos actualmente en el Congreso de los Diputados. Señorías, atrincheradas en sus egoísmos y en sus incapacidades, que sólo sirven para hacer discursos y cobrar sueldos suculentos. No les interesan los problemas de la ciudadanía. No les preocupa que haya que celebrar una elección tras otra y que, aún así, tampoco se forme gobierno. ¿Dónde están los políticos con profundísimas diferencias ideológicas pero con un sentido tan fuerte del estado que fueron capaces de llevar a España desde la dictadura y el aislamiento internacional a la democracia y a la integración en las instituciones europeas? ¿Había menos diferencias ideológicas entre el comunista Santiago Carrillo y el exfranquista Manuel Fraga que entre Rajoy y Pablo Pablito Pablete Iglesias? ¿Al socialista Felipe González le resultó agradable renunciar al marxismo, pactar con el exfranquista Adolfo Suárez y tragarse luego el sapo de entrar en la OTAN? ¿De qué nalga de Minerva ha nacido el sociata Pedro Sánchez para emperrarse en ser el perro del hortelano, que ni gobierna con Podemos ni deja gobernar a Rajoy?


Nos han robado el derecho constitucional al sufragio pasivo y utilizan nuestro voto para seguir robándonos grandes sueldos y prebendas. No tienen perdón. Ni perdón ni vergüenza. Si no son capaces de realizar la tarea para la que fueron elegidos, ¡que renuncien! Que se vayan a su casa a la vista de que, como parlamentarios, son un desastre. Lárguense, por Dios, antes de que les corramos a gorrazos.


En la próxima Ley Electoral hay que incluir remedios para todos estos males. Uno de ellos tendría que ser que los candidatos a la Presidencia del Gobierno deberán permanecer encerrados en cónclave, es decir bajo llave, que eso significa 'cum clavis', y a pan y agua, hasta que lleguen a un acuerdo o dimitan. Ya se hizo con los cardenales de la Iglesia en 1268, cuando llevaban tres años de reuniones y no se les aparecía el Espíritu Santo ni elegían a un nuevo papa. Bastó con echar la llave y simplificar el menú para que se les aclarasen inmediatamente las entendederas y eligiesen papa a Gregorio X, que mantuvo el cónclave y el racionamiento alimentario para ayudar al Espíritu Santo en las sucesivas elecciones de papa.


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