miércoles, 10 de febrero de 2016

El negocio del cine


José Joaquín Rodríguez Lara


Lo peor que tiene el arte no es que te mueras de frío, sino que hasta puedes morirte de hambre a nada que dejes de comer. Por eso la producción artística, que es el más espiritual de los oficios -incluido el oficio religioso-, necesita su miajina de negocio para mantenerse en pie.


Lo saben hasta los músicos callejeros, que tocan la bandurria -o lo que toque- por las esquinas. Por eso mismo lo hacen siempre al lado de una gorra, de un platillo, de la funda del instrumento o de lo que sea. El caso es no tocar en balde, aunque se toque de balde.


Esto lo conocen muy bien todos los artistas. Y aquel que lo ignora, o lo aprende pronto y bien o bien y pronto deja de ser artista.


Lo sabe todo el mundo, pero nadie lo conoce mejor que la gente del cine, el mundo del séptimo arte. En el cine hay mucho arte, pero hay muchísimo más negocio. En realidad, el cine no es un arte, sino una ensalada de artes aderezada con todos los aliños propios de la actividad empresarial. ¿Y qué le da sabor a la ensalada, la lechuga o el vinagre? El negocio.


El cine es teatro -un arte-, y fotografía -mirarte-, y música -escucharte-, y literatura -inventarte-, y maquillaje -pintarte-, y efectos especiales -asombrarte-, y decorados -engañarte-, y peluquería...


Antonio Resines, presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, y Dani Rovira,
presentador de la 30 Gala de los Premios Goya.
(Fotografía publicada por www.lavanguardia.com)

El cine es todo esto y una buena ración de triquiñuelas de negociante. Porque al final, la gente del cine, la que hace cine, la que se gana la vida con el cine, cuando habla de cine habla muy poco de arte y mucho más de negocios. De negocios con arte, pero de negocios. De subvenciones, de financiación, de cuota de pantalla, de recaudaciones, del impuesto sobre el valor añadido, de piratería... El cine es el único arte que se mide en dinero. El valor de una película no está en lo que le aporta a la sociedad, sino en lo que la sociedad le aporta a la película a través de la recaudación. 

 
Como heredero del circo y del más difícil todavía -recuerde usted aquellas películas mudas, incluidas algunas de Charlot, llenas de forzudos y de equilibristas-, al cine no le falta imaginación. Le sobra. Porque hay que tener mucha imaginación para asegurar que sólo hay arte en el arte de hacer negocios con el cine.


Por eso me asombra que un mundo tan imaginativo y lleno de ingenio -aunque sea ingenio prestado- como es el cinematográfico, tenga que recurrir constantemente a las artes ajenas, cuando no a las malas artes propias, para llevarse dinero al bolsillo. Especialmente en España.


El más importante premio cinematográfico de Estados Unidos se llama Óscar, como una retahíla de personajes cinematográficos o paracinematográficos a los que se asocia la estatuilla dorada. En Francia, al más importante galardón cinematográfico se le llama César, ya que el trofeo es obra del escultor César Baldaccini, cuyo apellido suena a cine. En el Reino Unido de la Gran Bretaña, los premios se llaman BAFTA, siglas de la British Academy of Film and Television Arts, institución que los concede.


En España se llaman Goya, como el pintor de Fuendetodos. ¿Por qué? Porque reproducen la cabeza de Goya y porque a don Francisco de Goya y Lucientes, pobre hombre, no lo conocía nadie y es muy justo que la gente del cine le apoye para que sus cuadros, patrimonio de la cultura española, no sigan muriéndose de risa en el Museo del Prado, que es la primera o la segunda pinacoteca del mundo en orden de importancia. Haberle llamado Goya a los premios Goya es una demostración de generosidad del mundo del cine español, siempre dispuesto a hacer lo que sea por los demás de forma absolutamente desinteresada.


Y, por supuesto, no sólo una vez, sino en cuantas ocasiones haga falta. Como un paso más en el proceso de desespañolización, en Cataluña existen unos premios catalanes de la catalanidad cinematográfica y han hecho lo que se suele hacer en España en estos casos: bautizarlos apropiándose del nombre de un artista consagrado por la calidad de su obra no cinematográfica. Los Goya catalanes se llaman Gaudí, como el pobre arquitecto que diseñó el templo de la Sagrada Familia, y al que nadie conocería si no fuera por los Goya catalanes de cine.


Vamos, que el cine es el arte más propio para machacar arte ajeno. Y si es cine español, además, de machacar arte, machaca al Gobierno y al país entero. En Estados unidos el cine es una industria de propaganda, casi de guerra, que vende el sueño americano por todo el mundo. En España el cine es una industria de descrédito que, en buena parte, intenta terminar con la España de la que vive.


¿Por qué tiene tan poco éxito el cine español dentro de España? Pues porque el cine español no quiere a este país, que está integrado fundamentalmente por personas, y lo demuestra tanto en las películas como en las fiestas que organiza. 


Grande no es quien sobresale por encima de los demás, sino quien destaca sin necesidad de cortar las piernas o la cabeza a quienes le rodean, sean internautas o constructores de yates.


Por cierto, ¿para cuándo una película sobre los vericuetos del negocio del cine?


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