sábado, 2 de enero de 2016

El horóscopo tiene más credibilidad que la crítica televisiva


José Joaquín Rodríguez Lara


A los críticos de arte les gusta el arte; los de música disfrutan con la música; a los gastronómicos les gusta le comida; los críticos taurinos son amantes de los toros... A quienes ejercen la crítica, en general, les gusta la parcela de la realidad en la que basan su trabajo.

A los críticos de televisión, no. A los críticos de televisión no les gusta la televisión. Ser crítico de televisión es una ocupación muy difícil y sufrida, porque para ser crítico de televisión hay que ser, en primer lugar, masoquista. El crítico de televisión disfruta con su propio sufrimiento. No es que no sufra, no, es que le gusta sufrir.

Pero no basta con ser masoquista para dedicarse a la crítica de televisión. Además hay que ser soberbio y un poco ególatra. La humildad no cabe en quien se dedica a la crítica del producto televisivo. La modestia es kryptonita para el crítico de televisión. No importa que a la audiencia le guste un programa. ¡Qué sabe la audiencia sobre lo que le gusta o no le gusta! ¡Quién es la audiencia para que le guste o no le guste algo! Quien decide lo que debe gustarle o no debe gustarle a la audiencia es el crítico de televisión, que para eso es crítico.

No importa que quienes critican la programación televisiva no hayan hecho jamás un programa de televisión. Saben mejor que nadie no sólo como se hacen, sino, y esto es lo más importante, saben como hay que hacerlos. Por eso mismo se dedican a criticar la televisión y no a hacer televisión. En buena lógica, la televisión debería hacerse para quienes la critican y no para quienes la ven casi sin levantarse del sofá.

Criticar a la televisión ofrece muchas satisfacciones porque televisión hay todos los días. Al contrario que la gente de los periódicos, quienes hacen televisión no cierran en Nochebuena ni en Nochevieja ni tampoco el Jueves Santo para comer con su familia. La televisión atiende al público, a su clientela, aunque sea fiesta con polvorones o torrijas.

Así que al crítico de televisión nunca le falta tarea. Pero su gran momento, el culmen de toda su temporada, cuando el gozo crítico alcanza el paroxismo, es el periodo navideño. Durante esos días, los críticos escriben su obra magna, su demoledora crítica sobre el menú que ofrecieron las televisiones en las noches claves de las fiestas navideñas.

Cristina Pedroche en su jugo. 

Y nada les gusta. Ni los langostinos -'Llevaanme a caasaa'- de Bertín Osborne, ni las carnes vuelta y vuelta, trasparentes, sin capa ni cáscara, de Cristina Pedroche, ni la gamba con gabardina de Ramontxu envuelto en su capa, ni tampoco el humor reciamente macerado en españolidad de José Mota, ni la música de hoy con marchamo de ayer de cualquier especial de toda la vida. Nada les agrada. Todo les parece previsible, viejo, rancio, obsoleto, insufrible. Como si la programación navideña de las televisiones, en vez de un entretenimiento, fuese una crítica navideña de televisión.

Si acaso, en un alarde de generosidad, la gente de la crítica televisiva salva a 'Cachitos', ese programa antropológico elaborado con las cuendas de un rosario musical que, a pesar de las malas críticas que, presumiblemente, recibirían cuando Televisión Española las emitió por primera vez, durante décadas se han conservado en los archivos de la casa como mantecados sobrantes de antiguas, muy antiguas, prácticamente olvidadas, fiestas navideñas.

Para la crítica televisiva, 'Cachitos' no es previsible ni viejo ni rancio, es improvisación, frescura, modernidad... Como una crítica navideña de televisión. Pura vanguardia. Lo que viene a confirmar que cualquier Navidad pasada fue mejor y que la crítica de televisión tiene bastante menos credibilidad, pero muchísima menos, que el horóscopo.

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