miércoles, 19 de agosto de 2015

Acuérdese de 'El cerco de  'Numancia'


José Joaquín Rodríguez Lara


La tragedia 'El cerco de Numancia' cierra el 61 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y lo hace con muy buena nota. Florian Recio ha hecho una buena versión de la obra de Cervantes y Paco Carrillo ha dirigido un montaje que funciona.

 
Se trata de un espectáculo que se ajusta a las características del Teatro Romano de Mérida. No sólo ocupa casi toda la escena, sino que tiene también música en vivo, ejecutada desde la orchestra, algo que raramente se ve en el Festival.

 
Además de las nueve personas que integran el reparto y que, en conjunto, realizan un buen trabajo -con un convincente Fernando Ramos en el papel de Escipión y un eficaz David Gutiérrez, que encarna a un legionario veterano-, en 'El cerco de Numancia' hay tantos figurantes -32 figurantes, 32- que la obra hace recordar a montajes de hace muchos, muchos, muchos años. ¿Cómo será posible hacer teatro con tanta gente sin arruinar a la empresa? ¿Por cuánto sale una obra con cuatro actores y 60 niños cantores de Viena?


La última obra del Festival de Mérida no se ajusta, evidentemente, al texto cervantino. Recio ha tomado la esencia argumental y se ha esforzado en acercar la historia a la actualidad. No se trata de un espectáculo patriotero, en el peor sentido del término, sino de un montaje en el que se hace mucho más hincapié en la defensa de la libertad y de la dignidad de las personas, como individuos, que en la independencia de las ciudades, de los pueblos o de los países.


El argumento de 'Numancia' es archiconocido, pues durante siglos se ha utilizado en las escuelas patrias como ejemplo paradigmático de la valentía, de la honorabilidad y de la capacidad de sacrificio del pueblo español. No obstante, el autor de la versión le ha dado a la obra un carácter menos racial, más universal, de modo que en el mensaje importa poco si el enfrentamiento es entre íberos y romanos, entre numantinos y legionarios, entre bárbaros y soldados de Roma, entre españoles y extranjeros... El combate es entre personas que luchan para dominar a las demás y personas que se resisten a ser dominadas.


Si se despoja a los contendientes de sus falcatas y de sus gladius -la famosa espada corta romana que, curiosamente, Roma le copió a los celtíberos-, la lucha es un combate sin cuartel entre el orgullo, el exceso de la propia estimación, y la soberbia, que es altivez y menosprecio de lo ajeno. El orgullo y la soberbia son dos conceptos que, aunque a veces se utilicen como sinónimos, no son la misma cosa.


El orgullo, la defensa de su dignidad colectiva, le impide rendirse a los numantinos. Y la soberbia, el deseo de imponer a sangre y fuego su poder político y militar, le impide a los romanos aceptar un acuerdo de paz si no conlleva la humillación y la esclavitud de los habitantes de Numancia.


En este sentido, la obra que firma Florian Recio se nos presenta muy en blanco y negro. O se es conquistador o conquistado; o se es oprimido o se es opresor; o se es de los buenos o se es de los malos. No hay trazos grises. Esto hace que todo el mundo se identifique con el bando numantino, con los buenos. No importa la causa que se defienda ni como se defienda. Cualquiera se sentirá numantino, oprimido por el poder, ajeno; sometido por el gobierno, ajeno; machacado por el estado, ajeno. Quién va a declararse imperialista. En Iberia hubo una vez una Numancia. Ahora, seguramente haya diecisiete, más dos ciudades autónomas en la costa africana y, al Oeste, Portugal. Lo de Andorra está por ver.


Numantinos en su laberinto. (Imagen de Jero Morales.)


Mención aparte merece la escenografía de 'El cerco de Numancia'. El diseño es de Damián Galán. El decorado ocupa casi toda la escena. Numancia está situada en la valva regia, acotada por focos y materiales de color rojo. Cada vez que los numantinos actúan dentro de los límites de su ciudad lo hacen fajados y casi maniatados por unas bandas elásticas, rojas, que simbolizan su opresión.


Numerosas lanzas clavadas en la arena rodean a Numancia y se inclinan amenazadoras hacia la ciudad. En vez de en una hoja de acero, cada lanza termina en una especie de palmatoria que permanece encendida durante casi toda la obra. Un bosque de acero y de fuego rodea a Numancia. El efecto es muy estático y frío, pero convence.


También hay dos enormes columnas, fabricadas con material traslúcido. Uno de estos hitos refleja el paso de la historia y el dolor de las gentes. Se mezclan en esta columna chorros de sangre fluyente, autopistas colapsadas, alambres de espino, referencias a la columna de Trajano y fotografías de políticos, sin especificar sin son dictadores o demócratas, numantinos o romanos, orgullosos o soberbios... Son políticos y, aunque hayan accedido al poder por el voto de la mayoría, parece que ser político es un vicio muy, muy malo.


En la otra columna no aparecen imágenes. El hito sólo cambia de color: verde, azul, blanco, anaranjado... Es la columna del poder y a los umbrales de su base se encarama Escipión cada vez que se considera obligado a arengar a la tropa.


En el vano de la valva regia hay una maraña de bolsas llenas de un líquido rojo que, se supone, es sangre. Esa telaraña de goteros está conectada por tubos a las columnas luminosas para alimentar el poder con la sangre del pueblo numantino.


Todo muy simbólico, pero parece que resulta difícil de percibir para la mayoría de los espectadores. Tan difícil debe de ser que los responsables del invento se han sentido obligados a explicar lo que significa el decorado colocando un cartel al borde del escenario. Lo nunca visto. 


El decorado de cualquier obra de teatro es el marco que delimita al cuadro, al texto, a la acción dramática. El cuadro que ha pintado Florian Recio se entiende perfectamente. Si hay que explicar el marco, para que se entienda lo que significa el decorado, es que algo se ha hecho mal en la escenografía. 


Si se tiene la necesidad de explicar el decorado, o está fallando la comunicación con el espectador -la comunicación directa, entre el escenario y los asientos-, o se pretende poner al marco por encima del lienzo o se está cayendo en la sobreactuación escenográfica.


La obra dura una hora y casi cuarenta minutos. No es demasiado tiempo, pero lo parece. Se trata de una tragedia, de un espectáculo muy agobiante, en el que la penumbra, los tonos rojizos, la sangre deslizándose por `la columna de la sangre`, la música lúgubre, el llanto... amalgaman un conjunto que resulta sobrecogedor por momentos.


Y aún lo sería más si en la escena final, conceptualmente muy cruel, se hubiese utilizado algún efecto especial, aunque sólo fuese megafónico, para hacerla más creíble. Entonces la catarsis colectiva sería total.


En cualquier caso, merece la pena ver 'El cerco de Numancia'. En la obra se nos invita a pensar en Numancia, a luchar y a gritar cuando nos sintamos oprimidos, perseguidos, acorralados... No es mala idea. Tampoco lo es acordarse de 'El cerco de Numancia' cuando alguien se empeñe en tratar al Teatro Romano como una caja de cerillas olvidada en mitad del paisaje extremeño. 


Señor Monago, señor Vara, expresidente y presidente del Ejecutivo extremeño, señor Cimarro, director del Festival de Mérida, ¿cómo es posible representar 'El cerco de Numancia' con tanta gente sin que nos arruinemos todos?




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