martes, 3 de marzo de 2015



La vedette incorrupta


José Joaquín Rodríguez Lara

 (Enviado especial a Écija)


Centenares de personas aguardan, desde el miércoles, ante el cementerio de Écija, a la espera de que se les permita acceder al recinto mortuorio y contemplar con sus propios ojos el sepulcro que, rápida e inesperadamente, se ha convertido en un lugar de peregrinación popular.

La mayoría son personas mayores, pero también hay jóvenes y hasta niños y familias enteras que, en algún caso, han hecho centenares de kilómetros desde sus lugares de residencia y llevan días ante las tapias del cementerio astigitano para no perder su puesto en la cola. Casi todas ellas tienen un ramo, o al menos un clavel, generalmente blanco, en las manos. Otras tienen velas encendidas incluso de día. Tampoco faltan quienes muestran con orgullo viejas fotografías, algún cartel descolorido, carátulas y antiguos discos de vinilo. Y si se les olvidó traer algo de sus casas, pueden comprarlo sin dejar de hacer cola, pues en la puerta del cementerio del Nuestra Señora del Valle, además de flores y velas, ya se venden bocadillos, agua, tarjetas postales y hasta toallas de playa con estampación de recordatorio.

DESCONOCIDA Y FAMOSA

Todas las personas que pacientemente aguardan ante el camposanto ecijano esperan llegar hasta la sepultura de Antonia Sayago Colmenero. El nombre, por sí mismo, no sólo dice poco o nada en la cola de la devoción, sino que hasta hace unas horas era desconocido para los propios sepultureros, como ha podido comprobar este enviado especial al hablar con alguno de ellos.

Antonia Sayago Colmenero falleció a los 61 años de edad, cuando aún era una artista de renombre y empezaba ya a ser un mito con una carrera artística repleta de éxitos y de alguna que otra miseria. Pero su arte lo eclipsaba todo. Antonia ha sido una de las artistas más queridas en este país, aunque prácticamente nadie la recuerde por su nombre de pila, pues su gracia bautismal desapareció aplastada por la imparable popularidad de Rocío del Río.

Ahora, sí, ¿verdad? Ahora sí sabe usted de quién estamos hablando. Ahora, hasta sería usted capaz de arrancarse con alguna de las canciones que hizo famosas esta mujer. “En un recodo del camino / bajo la sombra de un pino / deja mi voz y mi nombre / y todo lo que como hombre / soñaste hacer conmigo”. O esta otra copla inolvidable: “Hay una mata de claveles / en el balcón de los cielos / claveles de puro anhelo / que se enredan en mi pelo / que se enredan en mi pelo / con relinchos de corceles”.

Son algunos de los éxitos que, para reforzar su admiración y entretener la espera, tararea el público agolpado a las puertas del cementerio astigitano. Un público que no se resigna a haberla perdido, que quiere volver a verla, a sentir la presencia de quien fue su ídolo durante décadas. Un público que aguarda con auténtico fervor, como si pudiera conseguir que Rocío del Río se levante de su féretro y cante, regalando un inesperado bis a sus admiradores.

No ocurrirá semejante prodigio, naturalmente, pero al público tampoco le importa demasiado. Desde que se corrió la voz de que Rocío del Río había reaparecido, incólume, como la despidieron sus admiradores puestos en pie, con el nupcial atuendo de su postrera actuación –“en el balcón de los cielos / claveles de puro anhelo”-, la gente tomó el camino del cementerio de Écija para volver a verla. Si no sobre los escenarios, sí en el ataúd expuesto en brazos de la leyenda, a merced de la adoración popular, en la antigua sala de autopsias del cementerio de Nuestra Señora del Valle. “Es una santa, una santa”. La afirmación corre de boca en boca y es posible que hasta haya llegado ya a los oídos de quien empieza a ser denominada ‘la vedette incorrupta’.

EL NACIMIENTO DE UNA ARTISTA

Rocío del Río nació a la gloria en el madrileño teatro de La Latina, pero su predecesora, Antonia Sayago Colmenero, vino al mundo muy lejos de allí, en algún lugar del sur de Extremadura, sobre las tablas del carromato en el que su familia recorría los pueblos con un espectáculo –mitad flamenco, cuarto y mitad de saltimbanqui, un poco de cabra y una pizca de burros sabios- con el que, durante los aciagos años de la posguerra, medio podían alimentarse los Sayago Colmenero y su ‘troupe’.

Sobre las tablas de ese carromato dio Antonia su primer espectáculo en público, ante los ojos atónitos de su hermana mayor, que todavía era una niña, y de una contorsionista con aficiones de tragasables que ofició de partera. Casi no hablaba todavía y Antonia ya formaba parte del reparto de la compañía: pasaba el platillo tras las actuaciones. Enseguida aprendió a contonearse; más tarde, a bailar y, finalmente, a cantar. Sólo tenía quince años y quien la veía no podía quitarle los ojos de encima. Era bellísima. No guapa, no, bellísima. Sus ojos negros hacían palidecer al carbón; su cabellera era una selva de emociones; sus labios, la puerta de acceso al cielo…

Fue una adelantada a su tiempo. Era un monumento desde la cabeza a los pies. Nada de la típica tonadillera guapa y gordita. Un monumento. Antonia tenía talla de modelo y tipo y ademanes para haber desfilado en las mejores pasarelas. De haber nacido ahora sería una ‘top model’ de fama universal. Era una estrella. Pero su talento no lo descubrió un fotógrafo de alta costura. Su descubridor fue un empresario. El famoso Matías ‘Colsada’, el gran magnate de la revista. 'Colsada' bajó a ‘la Antonia’ del carromato, la subió a los escenarios y la convirtió en una celebridad a los 17 años.

Antonia Sayago Colmenero pasó de actuar en los descampados y en las plazas de los pueblos a triunfar en los mejores escenarios. Así dejó de ser ‘La Antonia’ para convertirse en Rocío del Río. Matías ‘Colsada’ no sólo descubría a las estrellas. Además de descubrirlas, les ponía nombre. Y hasta cuna.

REGRESO A LA TIERRA

Antonia Sayago Colmenero tenía una endeble noción de que había nacido en el campo, camino de Azuaga, al sur de la provincia de Badajoz, pero no tuvo problema alguno para convencerse, como le aseguraba 'Colsada', de que había venido al mundo en el barrio ecijano de La Alcarrachela, donde parece que sus abuelos compartieron una casa. Tal vez Écija no fuese su tierra, pero en Écija se la dieron y en Écija ha descansado, desde su muerte hasta su reaparición, una artista que permanece en la memoria y en el corazón de decenas de miles de personas. Antonia Sayago tuvo un origen humilde, pero Rocío del Río fue grande entre las grandes y, tras su prodigiosa reaparición, se empieza a pedir para ella la peana de la santidad.

La enorme conmoción que ha despertado la apertura del sepulcro de Rocío del Río sólo es equiparable a la que consiguieron sus grandes noches de éxito en los teatros. El bulo se transformó en rumor, el rumor en noticia, la noticia en fenómeno social y el fenómeno empieza a mirar hacia el mismísimo Vaticano. Y todo en sólo 23 días. Si tiene usted valor, siga leyendo: ‘Los muertos salen de sus tumbas en Écija para ver la reaparición de la vedette Rocío del Río’, ha llegado a titular en portada un periódico gratuito estos días. En los medios digitales, el sensacionalismo es incluso mayor.

LA BANDA DEL TITANIO

Pues aunque parezca exagerado hay en todo ello un fondo de verdad. En el camposanto astigitano hay sepulturas que se han abierto y féretros, como el de Rocío del Río, que permanecen con la tapa levantada desde hace días. Pero la Policía está a punto de cerrarlas y de dar por cerrado el caso. La explicación, todavía oficiosa, de lo ocurrido no es paranormal ni tampoco milagrera, sino mucho más pedestre.

Según los agentes, el cementerio de Écija fue asaltado, hace 24 noches, por una banda de ladrones de metales. Armados con picos, palanquetas, linternas y bolsas de basura, los necrófilos abrieron dos docenas de sepulcros. Todos ellos correspondientes a personas que habían fallecido con más de 60 años de edad y con menos de 80. Personas que, en todos los casos, habían muerto durante el último decenio.

Por el estado en el que han quedado los restos, a los ladrones les interesaban los anillos, las medallas y los pendientes de oro, pero también las prótesis de rodilla y las de cadera, así como las dentaduras postizas. El rastro que han dejado los autores del expolio no permite albergar dudas. Allí donde hubo una prótesis, los huesos siguen mostrando las señales inequívocas de la intervención quirúrgica pero, además, están desordenados y las articulaciones y demás órganos artificiales han desaparecido. “Los sinvergüenzas se han llevado hasta el ojo de cristal de una difunta, según me ha contado entre lágrimas su hijo”, comenta un agente al que no se identifica en este reportaje por razones obvias. Está confirmada la desaparición de seis prótesis de rodilla y de tres de cadera. Un suculento botín, pues hay prótesis que cuestan varios miles de euros. Al valor de las articulaciones artificiales hay que añadirle lo que los expoliadores consigan por la venta de las medallas, pendientes y anillos de oro. “Y por el ojo de cristal”. Y, al menos, por un ojo de cristal, como muy bien apunta, el mencionado agente.

Se ha demostrado, la Policía no tiene la menor duda, de que los necrófilos buscaban el vil metal. El titanio de las prótesis y el oro de las joyas. Todo ello parece tener fácil venta en el mercado negro, que en el caso de las prótesis, ojos de cristal incluidos, se nos antoja negro negrísimo. “Roban los cables de cobre, despojan de las prótesis a los muertos… Cualquier día de estos arramplan con el aire y nos dejan sin respiración”, se queja un sepulturero.

EL MISTERIO DE ROCÍO DEL RÍO

Pero si la hipótesis que maneja la Policía pone en claro el ‘leit motiv’ del expolio de esas dos docenas de sepulcros, no aclara sin embargo lo ocurrido con Rocío del Río. Su cuerpo sigue intacto. No han desaparecido ni las joyas ni las prótesis, y la artista se llevó a la tumba más de una y más de dos. Y de las más caras. ¿Qué pasó? ¿Se asustaron los ladrones al descubrir el cuerpo incorrupto de la famosa vedette? ¿La reconocieron, a pesar de que en la lápida no figura su nombre artístico, y por esa razón no la desvalijaron? ¿Además de ladrones y necrófilos, eran admiradores de la artista? ¿Fueron sorprendidos por algo o por alguien en plena operación y tuvieron que huir dejando la tarea a medio hacer?

Son muchas las preguntas y muy pocas las respuestas. Todas las hipótesis que maneja la investigación encajan en el caso. Al menos por ahora. Pero lo único cierto es que el cuerpo de Rocío del Río permanece incorrupto once años después de su fallecimiento y no hay constancia documental de que fuese embalsamado o sometido a otras prácticas de conservación en el momento del óbito. Tampoco se conocían muchos de los retoques estéticos y funcionales que se había hecho la vedette, en los pómulos, en la nariz, en la barbilla, en los senos, en las costillas, en la cadera izquierda y en ambos pies, y que ahora están a la vista. Por los restos mortales de Rocío del Río no pasan los años. Entre otras cosas, porque el titanio no se oxida. Pero sus fervientes devotos no aceptan otra explicación al fenómeno que no sea el de la santidad. Se niegan a creer que buena parte de quien fue su ídolo fuese una belleza de artificio. Todo lo contrario, proclaman a voz en grito y con los ojos anegados en lágrimas que Rocío del Río fue una santa, además de una artista gloriosa.

Por eso hacen cola ante el cementerio de Écija, para pedirle a santa Rocío del Río remedios para sus males. Lo primero, la salud, después el dinero, “que está la vida mu achuchá”, pero también piden suerte en el amor, algo que nunca le sobró a Rocío del Río, y hasta que vuelva a sonar como el primer día ese viejo disco de vinilo rayado de tanto escucharlo en el ‘pick up’. Tienen impresas en la memoria las letras de sus canciones, pero no se conforman con ello y desean que, además de darles vueltas en la cabeza, la inconfundible voz de Rocío del Río vuelva a brotar de los viejos discos, como en su días de mayor éxito.

“Hay una mata de claveles / en el balcón de los cielos / claveles de puro anhelo / que se enredan en mi pelo / que se enredan en mi pelo / con relinchos de corceles”.



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