domingo, 15 de marzo de 2015


El Anfiteatro y el deporte


José Joaquín Rodríguez Lara


En el Anfiteatro Romano de Mérida combatieron los gladiadores, lucharon a muerte las fieras, se han representado obras de teatro y no sólo lleva más de 2.000 años en uso, abierto al público, sino que todo ese tiempo ha estado expuesto a los elementos: al sol, a la lluvia, al viento, al calor, al frío, al granizo, al hielo y, en ocasiones memorables, hasta a la nieve.


Sobre su óvalo crece al inicio del otoño el Crocus lusitánicus, una especie de azafrán silvestre, muy bonito por cierto, y en su entorno, entre la primavera y el verano, dispara sus semillas el Pepinillo del diablo, Ecballium elaterium, al que se debe tratar con mucho respeto, por muy divertido que resulte hacer eyacular a sus calabacillas -yo lo hice-, pues toda la planta es tóxica y causa problemas intestinales, hemorragias, abortos y hasta la muerte.


El foso del Anfiteatro Romano de Mérida ocupado
 por una instalación artística, en agosto del año 2007.
 (Imagen publicada por www.forocoches.com)

Y en el Anfiteatro Romano de Mérida se posan y se cagan las palomas, aunque les gusta más hacer sus nidos en el frente escénico del Teatro, que es como el hermano mayor y la estrella de los monumentos emeritenses. El Teatro es el monumento romano que más se usa en la capital extremeña; para el Festival de Mérida, para la entrega de las medallas de Extremadura y para conciertos y actos de todo tipo. El Anfiteatro no. El Anfiteatro es como un monumento secundario, a pesar de que es más auténtico, pues está mucho menos reconstruido que el Teatro. Durante la época romana era al revés. A los romanos lo que de verdad les gustaban era las carreras de cuadrigas, en el Circo, al que la gente llama hipódromo, y las peleas en el Anfiteatro. En el Circo de Emérita debió de competir el lusitano Caius Apuleius Diocles, el mejor auriga de la historia, que se hizo supermillonario con las cuadrigas. Tuvo tanta fama en Roma como la tienen ahora las más brillantes estrellas del deporte.


Para los romanos, el teatro era secundario. Cuando ya casi nadie sabía latín, Margarita Xirgu vio las ruinas del de Mérida, hizo la ‘Medea’ entre sus columnas, todavía tiradas en el suelo, y la historia del Teatro Romano emeritense cambió para bien y para siempre. Y con ella, la de Mérida y la de toda Extremadura, que tiene en el Festival de Teatro Clásico una joya de relevancia internacional.


Ahora se ha decidido celebrar en el Anfiteatro de Mérida una competición deportiva y se escuchan voces en contra, como si la lucha deportiva con raquetas de pádel fuera una afrenta a un recinto en el que se peleó a muerte con espadas, redes, tridentes y colmillos; como si una pista de pádel pudiera causarle a la arena del Anfiteatro el daño que no le hicieron los escenarios teatrales en los gobiernos de Ibarra y de Vara; como si un graderío de quita y pon fuese más dañino para la historia que miles y miles y miles de turistas caminando sobre el monumento. La campaña de salvación del Anfiteatro está en las redes sociales. Curiosamente, muchos de esos mensajes que pretenden salvar de oprobio al Anfiteatro está ilustrados con fotos ¡del Teatro! Es decir que hay quien confude al Anfiteatro con el Teatro pero se considera una autoridad y llama “burro”, textualmente, a quien autoriza el uso del Anfiteatro para un evento deportivo.


El pádel no es el principal peligro al que está sometido el Anfiteatro Romano de Mérida. No se le va a sacar de una urna de cristal para exponerlo al aire libre. Lleva más de 2.000 años a la intemperie. Las autoridades que autorizan su utilización como escenario de una competición deportiva no están menos cualificadas que las que permitieron que se usase para representaciones teatrales. El celo que se pondrá en evitar que el monumento sufra daños no va a ser inferior al que se puso cuando gobernaba el PSOE. 


Por no recordar que uno de los alcaldes emeritenses más preocupados por la cultura y por la historia de Mérida, el socialista Antonio Vélez, ahora concejal de SIEX, llegó a plantearse la posibilidad de utilizar el Anfiteatro para una naumaquia, es decir, una batalla naval, para lo cual había que llenar de agua el monumento. O tal vez fuese para una corrida de toros, como en Nimes. No sé. Ha pasado tanto tiempo que ya Ni-me acuerdo. Pero gladiadores no eran, ¿verdad, Antonio? Eso lo tengo claro. Y que lo que pretendías era usar los monumentos romanos, sin dañarlos, en beneficio de Mérida y de los emeritenses también me consta.

 

Los gladiadores vinieron después, con sus luchas fingidas y sus armas sin filo, con las que sólo se puede matar el tiempo. Hay fotos de ellos en Internet. También vinieron los artistas, con su arte decorativo, o lo que sea. Y siguieron llegando turistas y la historia siguió pasando, sin detenerse, sobre un Anfiteatro que permanece desde el año 8 antes de Cristo echado boca arriba sobre la tierra emeritense. No se sabe si escudriña los cielos con su único ojo, si tiene la boca abierta por el asombro o es que bosteza de aburrimiento. Pero ahí sigue.


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