miércoles, 13 de agosto de 2014

Por fin, una de romanos en Mérida


José Joaquín Rodríguez Lara


El estreno de 'Coriolano' ha puesto la nota de romanidad que, hasta ahora, le faltaba a la edición número 60 del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Una romanidad que no suele abundar en el prestigioso certamen emeritense.


En primer lugar, porque se acostumbra a programar mucho más teatro griego que romano. Y en segundo término, porque muchas de estas representaciones se montan sobre adaptaciones que, la mayoría de las veces, tienen muy poco que ver con el original latino. Es lo que ha ocurrido este año con 'El eunuco', obra que un día fue de Terencio.


'Coriolano' es una de las últimas obras que escribió William Shakespeare, hacia el año 1600, y por lo visto en el Teatro Romano de Mérida, en la versión de Fermín Cabal, todavía merece seguir llevando la firma de El Bardo de Avon. Es la palabra de Shakespeare y mantiene su vigencia argumental. Pero en el 'Coriolano' estrenado en Mérida hay cosas muy interesantes y otras manifiestamente mejorables.


Es interesante el respeto escrupuloso que se tiene con el Teatro Romano. El decorado se reduce a un trozo de muro con parte de una inscripción que parece haber caído sobre la escena -algo que no puede resultar extraño en un monumento en ruina-, y a una ancha escalera de apariencia pétrea que comunica el púlpito con la orchestra. Es una escalera que no sólo no desentona con el mármol, sino que hasta parece haber sido construida por los romanos y, desde luego, mejora a las originales, pues es sabido que en los teatros romanos había escaleras para pasar de la escena a la orchestra; en el de Mérida habrá tres durante varios días.


La plebe de Roma protesta ante el senador Menenio.
 (Fotografía de Jero Morales)

Es muy interesante volver a comprobar que en el Teatro Romano de Mérida se puede ahorrar mucho dinero en decorados, que su frente escénico vale para cualquier supuesto espacial sin necesidad de usar un instrumento que no sea la voz. Nos dicen que estamos en Roma, pues la columnata del Romano se convierte en Roma; nos encontramos en el país de los volscos, pues el frente escénico pasa a ser Corioles, ciudad de los volscos. No es necesario llenar la escena de automóviles antiguos, de neumáticos desechados, de instrumentos musicales eléctricos, ni tampoco de hexaedros bailones. ¿Por qué se considera imprescindible embaucar con caros y estrafalarios artilugios a quienes están dispuestos a dejarse engañar con palabras? Se vuelve a demostrar que el Teatro Romano de Mérida venía con decorados de serie. No necesita decoraciones extraordinarias. El Romano no es la plaza porticada de Santander ni tampoco una antigua nave industrial.


También demuestra el estreno de 'Coriolano' que en una representación puede aprovecharse toda la escena del Teatro Romano, las tres valvas del frente escénico y hasta los cuatro aditus laterales. En no pocas representaciones se ve a los actores bajando entre el público, por las escaleras de las cáveas, reservadas en principio para el acceso a las localidades y su posterior desalojo. Pero luego, para entrar y salir del escenario, 
 sólo usan la valva regia.


Igualmente resulta interesante la apuesta, sostenida en el tiempo, que la dirección del Festival hace por el teatro extremeño. 'Coriolano' es una coproducción entre el Festival y la compañía teatral extremeña Aran Dramática. Ambas cuentan con la colaboración del Teatro López de Ayala, de Badajoz, y de la asociación cultural Emérita Antiqua, entre otras entidades.


Hay mucho extremeñismo en este montaje, que refuerza una de las líneas maestras del certamen que dirige Jesús Cimarro: abrir las puertas del Festival al mundo extremeño del teatro en todas sus facetas. Y no se trata de que ser extremeño, por nacimiento o vecindad, dé derecho a una plaza en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Pero tampoco había derecho a que, en gran parte de las etapas anteriores, el origen extremeño y, sobre todo, la radicación en Extremadura tapiase las puertas del certamen a cal y canto. Algo, y no es poco, ha cambiado en esta cuestión.


La esposa y la madre de Cayo Marcio 'Coriolano'
 asisten al final de su historia y al inicio de su leyenda.
 (Fotografía de Jero Morales)

En 'Coriolano' hay cincuenta personas sobre el escenario. La intensidad dramática y la importancia de cada uno de los papeles es muy diferente. Destacan el joven Elías González, que encarna a Coriolano, el protagonista, y demuestra que puede alcanzar cotas importantes en los escenarios. La veterana Maria Luisa Borruel fue de menos a más. Y Quino Díez y Francisco Blanco protagonizan una de las mejores escenas sentados en la mencionada escalinata. Sirva la mención de sus respectivas actuaciones como botones de muestra.


Entre los aspectos manifiestamente mejorables de este 'Coriolano' está la lentitud, la falta de ritmo. Aunque se han suprimido algunos de los personajes que Shakespeare plasmó en su original, la obra es larga, pues dura unas dos horas y diez minutos. Demasiado tiempo para muchas rodillas y no pocos traseros. Además, es una tragedia, que siempre invita menos a removerse en la localidad que las comedias.


Las escenas de lucha que hay en 'Coriolano' todavía parecen poco afinadas, resultan ingenuas, faltas de credibilidad, y más que meter al público en la función contribuyen a sacarlo de ella. Ocurre lo mismo con alguna actuación individual del reparto. Por el contrario, el movimiento de la plebe sobre el escenario y en la orchestra está muy conseguido. Parece auténtico.


Pero, en conjunto, a este 'Coriolano' parece faltarle rodaje; y más con público que en los ensayos. Algo difícil de conseguir, aunque no imposible, en sólo cinco días de actuación. Es un espectáculo que habría que volver a ver dentro de veinte representaciones, cuando las actrices y los actores hayan empezado a sentirse personajes liberados del papel, en vez de personas invadidas por los diálogos de sus personajes. Seguramente no tendrán esa oportunidad. Es muy difícil llevar a un teatro a la italiana un montaje diseñado para la escena del Teatro Romano de Mérida. Cada gloria tiene su desdicha.


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