jueves, 28 de agosto de 2014

Quiero ganar un Premio Ceres


José Joaquín Rodríguez Lara


Yo quiero ganar un Premio Ceres de Teatro. Así de claro. Lo digo como lo siento. Y lo digo sin soberbia, aunque mi ego y mi yo vayan por delante. Y añado, además, que quiero ganarlo, no que me lo regalen ni que me lo financien como premio a la creación.


He actuado en más de uno y también en más de dos y hasta en más de tres montajes teatrales, incluso como protagonista, pero fue hace demasiado tiempo y con diversa fortuna, así que no aspiro a recibir el galardón reservado para el mejor actor. Tampoco el premio al mejor actor de reparto, ni mucho menos al mejor director o al mejor empresario, ni al mejor maquillador, escenógrafo, iluminador, figurinista o apuntador, oficio este que, a pesar de haber desaparecido y haberse llevado por delante a sus oficiantes, late aún bajo la concha de la cultura popular a través de uno de esos dichos que dicen más que mil imágenes: allí murió hasta el apuntador. Lo mató la sempiterna crisis del teatro. De haber resistido hasta la crisis del público, el apuntador estaría ahora en las lista del paro. Apuntando espectadores.


En realidad, yo quiero ganar un Premio Ceres de Teatro que no existe, aunque debería existir y estoy convencido de que algún día existirá. Lo que yo pretendo ganar es el Premio Ceres de Teatro a la mejor obra nueva de tema clásico. No a la mejor adaptación sobre traducciones ajenas nunca mencionadas en los programas de mano, no al mejor corta y pega que han visto las piedras de Mérida, no a la mayor escabechina literaria realizada en el Teatro Romano aprovechándose de que ni el autor del milenario texto ni sus herederos viven. No es eso. Yo aspiro a que los Premios Ceres de Teatro y el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, que sustenta su existencia, promuevan la creación de obras teatrales clásicas.


Dirá usted, y lo dirá con razón, que lo clásico está reñido con la actualidad y que es más fácil hallar elementos de vanguardia en el mundo clásico que clasicismo en el mundo actual. Pero no me negará que cada año se representan en el Teatro Romano de Mérida y en su Festival Internacional de Teatro Clásico obras que, de clásicas, conservan el título y el nombre del autor al que la literatura asocia ese título, pero los personajes, los diálogos, la escenografía y el vestuario tienen de clásico entre muy poco y nada tirando a menos.


Y si se reescriben las obras clásicas hasta el punto de que sus autores primigenios difícilmente las reconocerían, no ya como textos de su puño y letra, sino como ideas que un día pusieron sobre el escenario, ¿por qué razón no se pueden escribir ahora obras completamente nuevas que reflejen situaciones, personajes, historias o leyendas del mundo clásico? ¿Porque es más fácil e intelectualmente mucho menos costoso desarmar la obra de otros que armar una obra propia? ¿Porque no tiene sentido escribir ahora nuevas obras sobre el mundo clásico?


Séneca escribió su 'Medea', la suya, cinco siglos después de que se representara por vez primera la 'Medea' de Eurípides, pero vale, Séneca era y es un clásico latino. Shakespeare escribió su 'Julio César', el suyo, 1.600 años después del asesinato del emperador romano, pero puede valer, pues Shakespeare es un clásico eterno, sin posible parangón en la literatura universal. Camus publicó su 'Calígula', el suyo, en 1944, es decir, 1.903 años después de que el hermano y amante de Drusila fuese asesinado, pero bueno, Camus era francés que, en lo que atañe al arte, es una forma muy vanguardista de ser clásico.


Si el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida promoviese, a través de los Premios Ceres, la creación de obras nuevas ambientadas en el mundo clásico, la panoplia de textos representables en el certamen emeritense se ampliaría cada año, los destrozadores de obras ajenas tendrían un tratamiento para reconducir sus espasmos sísmicos y los verdaderos autores clásicos podrían descansar al fin, confiados en que su obra y su nombre tendrían el respeto que merecen.


¿Y en qué consistiría el Premio Ceres de Teatro a la mejor obra nueva de tema clásico? En representarla en el Festival de Mérida. ¿Cabe mayor honor?


Yo quiero ganar ese premio, quiero escalar el proscenio del Teatro Romano de Mérida y darle las gracias al jurado y a los griegos y también a los romanos, sin cuyos llantos, risas y muecas yo jamás hubiese podido escribir mi obra, y dedicarle el premio a mi madre, a mis hijos y a toda mi familia. Más o menos como acaban de hacer doña Concha Velasco y el resto de las personas premiadas en la tercera gala de los Premios Ceres de Teatro. Una gala que cada año sale mejor y suscita las críticas de menos gente. O la oposición está perdiendo efectivos o está perdiendo la fe.


¿Son mejorables los Premios Ceres? Por supuesto que sí. Por ejemplo, se le podría mostrar al público un cachito, aunque sólo fuese un cachito, de los trabajos premiados. Todo es mejorable y el escaparate de los Premios Ceres, también. Pero una cosa es querer mejorar el escaparate y otra muy distinta liarse a pedradas con la luna. ¿Quienes pretenden destruir estos galardones han creado alguna vez algo que vincule a Extremadura y a su patrimonio cultural con la producción artística española o lo suyo es la adaptación pura y dura?


miércoles, 27 de agosto de 2014

Ya no hay lozas como las de antes.


José Joaquín Rodríguez Lara


- A la Fermina se la empiolaron en Badajoz...
- ¿Por qué?
- Por mala.
- ¿Hacía maldades?
- Las hacía, pero las hacía mal.
- ¡Ah!, fue por eso.
- Por eso fue. Era urdidora.
- ¿De natural?
- Sí, me parece que sí.
- Ya.
- Le gustaba el oficio, pero dejaba muchos cabos sueltos. Y, al final, todo se sabe.
- Una calamidad.
- Eso, tú lo has dicho, una calamidad.
- Bueno, ¿y qué?
- Que a la Fermina se la empiolaron en la cárcel de Badajoz.
- ¿En la vieja?
- Sí, en la vieja.
- Entre los cuadros.
- ¿Los cuadros...? No, en esa cárcel no, en la vieja, frente al río.
- ¿Ves?, ahí nunca estuve yo. No señor...
- ¿Cómo ibas a estar, si se cerró antes de que matases a tu madre?
- La maté, pero fue en defensa propia, qué conste, ¿eh?
- Sí, ya lo sabemos. La mataste pero la mataste de parto.
- Eso. Y yo era menor de edad penal, así qué...
- También lo sé, todos los sabemos. Aún te recolgaba el cordón umbilical, pero ya se te veían venir las aficiones.
- Culpa de las malas compañías.
- ¿Malas compañías? Pero si lo tuyo fue un parto simple.
- Bueno, ¿y qué, qué pasó con la Fermina?
- Que se la empiolaron en la cárcel vieja de Badajoz.
- Por sus malas artes.
- Eso... ¿Me dejas que siga?
- Sigue, sigue... Si es que te enredas más que los hilos de la Fermina.
- El viejo Toribio el Justiciero plantó el palo en mitad del patio y le dio tocino al tornillo, pero luego se arrepintió y le cedió los trastes a su hijo el Justi, por mal nombre Toribito, que estaba empezando.
- Buen mozo el Justi. ¿Justi es nombre de pila o de cartel?
- Justi es mote, mote; un mote de hijo, como el de los sifones... 'Sinforiano e hijos', 'Toribio el Justiciero y Toribito el Justi'.  'Hijos de Sinforiano'. Cosas de hijo. ¿Te das cuenta?
- Sí, ya lo veo: 'Hijos del Sinfo'... Los americanos son más prácticos.
- ¿Por qué lo dices?
- Porque le ponen a todos sus hijos el mismo mote.
- ¿Y cuál es, si puede saberse?
- Júnior, le ponen Júnior, de mote. Lo he visto en la tele: 'Juan y Júnior'. Sale en los carteles. En plan Americano.
- ¡Qué disparate!
- Ya te digo, pero es lo que hay. Cuando haga las Américas, el hijo de Toribio tendrá que borrarse lo de Toribito y anunciarse como 'Justi Júnior'...
- ¡Qué calamidad!
- ¡Qué le vamos a hacer, los americanos son así! ¿Y, a todo esto, qué le pasó a la Fermina?
- Que se la empiolaron en la cárcel vieja de Badajoz.
- En la del río.
- En esa misma. Déjame que termine. Tres cuartos de hora le duró la faena a Toribito...
- Pobre Justi, liarse con los trastes de matar en un día tan grande.
- Eso decía Toribio el Justiciero: "Muchacho, arrímate, arrímate más... Pero si er bisho no tiene peligro, si es una mona, si...". Tres avisos le dieron.
- ¿A la Fermina?
- No, coño, a la Fermina, no, al toricantano, a Toribito.  Los avisos son para el actuante, no para el ganao.
- Pues ya lo sabes.
- ¿Qué?
- Que los avisos son para el actuante.
- ¡A que te meto una leche!
- Vale, pero acaba primero con lo de la Fermina.
- Tan mal debió de ver las cosas Toribio el Justiciero que, en una flojera de corvas de la Fermina, arrimó el cajón y la metió dentro.
- ¿Así, a palo seco?
- A palo seco, no. Era una cajón forrado, con su cruz y su llave, como debe ser un cajón de orden.
- Era lo mínimo que se merecía la Fermina después de semejante lidia: un cajón de orden.
- Desde luego que sí. Pues se la llevaron al pueblo, le dieron el gori gori y cuando el Chivino estaba echándole tierra al asunto...
- Alto, alto, alto. No me líes. ¿Quién es ese Chivino?
- El enterrador, ¿quién iba a ser si no?
- Vale, vale, uno de la cuadrilla... Pero en América tendrá que anunciarse como Chivino Júnior. Lo ha dicho la tele.
- ¡Lo que hay que oír! ¿Por dónde íbamos?
- Ibas a apuntillar, rodilla en tierra...
- Sí, la tierra, sí. Bueno, pues estaba Chivino Júnior con la pala en la mano, sólo en mitad del cementerio, que hasta la Benemérita se había ido, cuando oyó un gran estruendo, como de tormenta mala. Pero no eran truenos, no, era la Fermina...
- ¡Arrea!
- La Fermina que se revolvía bajo tierra, dentro del cajón...
- ¡La Júnior que la parió!
- ... la Fermina, que derrota en tablas y arranca la tapa del cajón de un testarazo..., la Fermina que se levanta...
- Pasa muchas veces. La de orejas que habrán enterrao los puntilleros con sus malas artes.
- ... la Fermina que voltea la toca en el aire..., así, agarrándola por los picos y echándosela a la espalda con mucha rabia..., la Fermina que se arranca para el Chivino...
- ¡Qué cuadro!
- ¡¡¡Qué cuadro ni que cuadro, si fue en la cárcel vieja, leches!!!
- Me parece a mí que túuu...
- No te digo... El Chivino que empieza a correr carretera abajo mientras echa los bofes gritando: "¡qué se ha levantao, que la muerta se ha levantao!"..., el Chivino que adelanta a los civiles..., los civiles que se quedan atónitos al ver que Chivino Júnior les pasa por la derecha..., los civiles que se echan a correr detrás del enterrador, con los mosquetones al hombro, pero no lo alcanzan hasta que oyen resolgar, miran para atrás y ven que se acerca la Fermina, con la toca entre los dientes...

...............
- ¿Y qué...?
- ¡Qué te duermas ya carajo!
- ¿Pero qué hora es?
- Son las cinco de la mañana bien corridas.
- Es que no tengo sueño.
- Tú no tienes sueño y a mí se me acaba el cuento, así que humilla, que voy a por la escupidera.
- ¿La escupidera? Con la escupidera nueva no, leche, que es de loza.
- Mejor, así no se bolla, como las otras.

...............

- ¿Te has dormido?
- Sí.
- ¿Sigue soltera la Fermina?

...............

- Me voy a cagar en la escupidera. Las de hierro se bollan, pero por lo menos no te quedas con el asa en la mano al segundo arreón. Ya no hay lozas como las de antes.

Escupidera de loza, vulgo, orinal. (Fotografía publicada por los del letrero de aquí arriba)

miércoles, 20 de agosto de 2014

Un 'Edipo rey' memorable


José Joaquín Rodríguez Lara


El Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida pone fin a su 60 convocatoria con un espectáculo memorable: 'Edipo rey', de Sófocles, en versión del extremeño Miguel Murillo y dirigido por el dublinés Denis Rafter. Es uno de esos montajes que se acomodan en los recovecos de la memoria y permanecen durante años en el recuerdo del espectador.


Este 'Edipo rey' no sólo es uno de los tres mejores espectáculos representados en la edición actual del Festival de Mérida, sino que además puede compararse sin desdoro con cualquiera de los 'Edipo' programados en las 60 convocatorias del certamen; y han sido muchos, pues no en vano Edipo es el segundo personaje, detrás de Medea, que más veces ha subido a la escena del Teatro Romano emeritense.


Memé Tabares y José Vicente Moirón,
 Yocasta y Edipo, su hijo y esposo.
 (Fotografía de Jero Morales)

Merece la pena ver este 'Edipo rey' que tiene a José Vicente Moirón y a Memé Tabares como protagonistas, encarnando respectivamente a Edipo y a Yocasta, los reyes de Tebas. Ambos realizan un trabajo más que notable, aunque muy distinto. En Edipo se dan continuos altibajos en el estado de ánimo, pasando de la alegría a la desesperación, de la seguridad absoluta a la incertidumbre más profunda, de la humildad a la soberbia, de la ternura a la ira... El papel de Yocasta es bastante más lineal, pero Memé Tabares le da en todo momento el tono justo para hacerlo creíble.


En realidad, todos los intérpretes tienen una buena actuación; incluso la joven Pilar Brinquete y las niñas Vera Avellano y Nuria Mordillo que actúan sin decir ni una sola frase.


Mención especial merecen los coros, sobre los que recae gran parte de la seductora belleza del espectáculo. Hay un coro masculino, que explica la acción y subraya el discurso de los protagonistas, y un coro femenino, integrado por tres voces del grupo extremeño 'Acetre' -Ana Jiménez, Ana Márquez y Laura Ferrera-, que cantan en directo sobre una composición musical pregrabada. El coro masculino se mueve con una precisión milimétrica puesta al servicio de la estética. Y el coro femenino es puro arte hecho canto. Las tres voces recitan textos de Sófocles, alusivos a lo que está ocurriendo sobre el escenario y lo hacen en griego antiguo. La integración de los cantos en el espectáculo dramático es perfecta. El resultado es de una belleza mágica, sobrecogedora. 'Acetre' debe recoger esos cantos en un disco; y hasta debería incluir alguno de ellos en su repertorio, ampliando así sus formas de expresión, en castellano y portugués, con un nuevo idioma: el griego clásico.


El vestuario, diseñado por Rafael Garrigós, es otro de los ingredientes positivos y destacados de este montaje ya que, además de resultar estéticamente muy atractivo, contribuye a contextualizar la obra en una época indefinida, pero muy alejada de los conflictos contemporáneos, tan difíciles de engastar entre las columnas del Teatro Romano.

Yocasta yace sin vida mientras Edipo, tras arrancarse los ojos,
 se debate en el escenario del Teatro Romano de Mérida,
 encerrado en la rueda de su destino,
 sobre cuyos segmentos horarios emerge el coro, el pueblo,
 como una nueva galería de columnas erguidas sobre la base del frente
 escénico. (Fotografía de Jero Morales)
Seguramente lo más chocante de todo el montaje es la escenografía. En la orchestra arde una especie de pebetero olímpico concebido como lugar de culto. Sobre su pedestal se dejan ofrendas, algunas de ellas tan anacrónicas como las mazorcas de maíz que, aunque es una planta rodeada de misterio, se considera que tiene origen americano y, por lo tanto difícilmente podría estar en un templo de la Grecia clásica. Sobre el fuego del pebetero hay una especie de mástil que no parece tener ninguna función en la obra. Aunque sí la iba a tener.

En el escenario se distribuyen de forma caótica doce grandes bloques, con aspecto de ser parte de un rompecabezas arquitectónico. Durante el desarrollo de la representación, esas piezas van siendo ordenadas hasta formar un círculo dentro del cual están Edipo y su madre y esposa Yocasta. Es la rueda del destino, a la cual nadie puede eludir aunque lo intente con todas sus fuerzas. Pero ese círculo no sólo representa al destino, además es un reloj de sol, dividido en doce segmentos horarios. El mástil que corona el pebetero es el gnomon del reloj, la aguja, el estilo que debía marcar las horas, pero por razones técnicas, el reloj no funcionó. Casi nadie se percató de ello.

Edipo es sin duda el personaje más desgraciado del teatro clásico, un hombre al que persigue el infortunio desde la cuna hasta la sepultura. Es también uno de los más conocidos, aunque siempre hay quien se sorprende al enterarse de que, como había previsto la divinidad y anunciado el ciego Tiresias, Edipo mataría a su padre y se casaría con su madre. Pero no por conocida la historia es menos interesante. En este 'Edipo rey', además, se explica muy bien la trágica experiencia vital del héroe.

Y, en definitiva, en una novela puede atraer la intriga, el desconocimiento de lo que va a ocurrir. En el teatro eso es prácticamente imposible; especialmente en el teatro clásico y sobre todo en el teatro griego, concebido para enseñar y para transmitir creencias.  Así que a 'Edipo' no se va a ver lo que ocurre, sino a ver cómo ocurre. En este 'Edipo rey', todo ocurre francamente bien. Y, encima, es una producción extremeña. Merece la pena ir a verlo.

jueves, 14 de agosto de 2014

- Que Corea del Sur le rinda al Papa, un hombre de paz,

 el tributo de recibirle con 21 cañonazos
 me recuerda que los estados
 tienen mucho aún de ejércitos acantonados.


miércoles, 13 de agosto de 2014

Por fin, una de romanos en Mérida


José Joaquín Rodríguez Lara


El estreno de 'Coriolano' ha puesto la nota de romanidad que, hasta ahora, le faltaba a la edición número 60 del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Una romanidad que no suele abundar en el prestigioso certamen emeritense.


En primer lugar, porque se acostumbra a programar mucho más teatro griego que romano. Y en segundo término, porque muchas de estas representaciones se montan sobre adaptaciones que, la mayoría de las veces, tienen muy poco que ver con el original latino. Es lo que ha ocurrido este año con 'El eunuco', obra que un día fue de Terencio.


'Coriolano' es una de las últimas obras que escribió William Shakespeare, hacia el año 1600, y por lo visto en el Teatro Romano de Mérida, en la versión de Fermín Cabal, todavía merece seguir llevando la firma de El Bardo de Avon. Es la palabra de Shakespeare y mantiene su vigencia argumental. Pero en el 'Coriolano' estrenado en Mérida hay cosas muy interesantes y otras manifiestamente mejorables.


Es interesante el respeto escrupuloso que se tiene con el Teatro Romano. El decorado se reduce a un trozo de muro con parte de una inscripción que parece haber caído sobre la escena -algo que no puede resultar extraño en un monumento en ruina-, y a una ancha escalera de apariencia pétrea que comunica el púlpito con la orchestra. Es una escalera que no sólo no desentona con el mármol, sino que hasta parece haber sido construida por los romanos y, desde luego, mejora a las originales, pues es sabido que en los teatros romanos había escaleras para pasar de la escena a la orchestra; en el de Mérida habrá tres durante varios días.


La plebe de Roma protesta ante el senador Menenio.
 (Fotografía de Jero Morales)

Es muy interesante volver a comprobar que en el Teatro Romano de Mérida se puede ahorrar mucho dinero en decorados, que su frente escénico vale para cualquier supuesto espacial sin necesidad de usar un instrumento que no sea la voz. Nos dicen que estamos en Roma, pues la columnata del Romano se convierte en Roma; nos encontramos en el país de los volscos, pues el frente escénico pasa a ser Corioles, ciudad de los volscos. No es necesario llenar la escena de automóviles antiguos, de neumáticos desechados, de instrumentos musicales eléctricos, ni tampoco de hexaedros bailones. ¿Por qué se considera imprescindible embaucar con caros y estrafalarios artilugios a quienes están dispuestos a dejarse engañar con palabras? Se vuelve a demostrar que el Teatro Romano de Mérida venía con decorados de serie. No necesita decoraciones extraordinarias. El Romano no es la plaza porticada de Santander ni tampoco una antigua nave industrial.


También demuestra el estreno de 'Coriolano' que en una representación puede aprovecharse toda la escena del Teatro Romano, las tres valvas del frente escénico y hasta los cuatro aditus laterales. En no pocas representaciones se ve a los actores bajando entre el público, por las escaleras de las cáveas, reservadas en principio para el acceso a las localidades y su posterior desalojo. Pero luego, para entrar y salir del escenario, 
 sólo usan la valva regia.


Igualmente resulta interesante la apuesta, sostenida en el tiempo, que la dirección del Festival hace por el teatro extremeño. 'Coriolano' es una coproducción entre el Festival y la compañía teatral extremeña Aran Dramática. Ambas cuentan con la colaboración del Teatro López de Ayala, de Badajoz, y de la asociación cultural Emérita Antiqua, entre otras entidades.


Hay mucho extremeñismo en este montaje, que refuerza una de las líneas maestras del certamen que dirige Jesús Cimarro: abrir las puertas del Festival al mundo extremeño del teatro en todas sus facetas. Y no se trata de que ser extremeño, por nacimiento o vecindad, dé derecho a una plaza en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Pero tampoco había derecho a que, en gran parte de las etapas anteriores, el origen extremeño y, sobre todo, la radicación en Extremadura tapiase las puertas del certamen a cal y canto. Algo, y no es poco, ha cambiado en esta cuestión.


La esposa y la madre de Cayo Marcio 'Coriolano'
 asisten al final de su historia y al inicio de su leyenda.
 (Fotografía de Jero Morales)

En 'Coriolano' hay cincuenta personas sobre el escenario. La intensidad dramática y la importancia de cada uno de los papeles es muy diferente. Destacan el joven Elías González, que encarna a Coriolano, el protagonista, y demuestra que puede alcanzar cotas importantes en los escenarios. La veterana Maria Luisa Borruel fue de menos a más. Y Quino Díez y Francisco Blanco protagonizan una de las mejores escenas sentados en la mencionada escalinata. Sirva la mención de sus respectivas actuaciones como botones de muestra.


Entre los aspectos manifiestamente mejorables de este 'Coriolano' está la lentitud, la falta de ritmo. Aunque se han suprimido algunos de los personajes que Shakespeare plasmó en su original, la obra es larga, pues dura unas dos horas y diez minutos. Demasiado tiempo para muchas rodillas y no pocos traseros. Además, es una tragedia, que siempre invita menos a removerse en la localidad que las comedias.


Las escenas de lucha que hay en 'Coriolano' todavía parecen poco afinadas, resultan ingenuas, faltas de credibilidad, y más que meter al público en la función contribuyen a sacarlo de ella. Ocurre lo mismo con alguna actuación individual del reparto. Por el contrario, el movimiento de la plebe sobre el escenario y en la orchestra está muy conseguido. Parece auténtico.


Pero, en conjunto, a este 'Coriolano' parece faltarle rodaje; y más con público que en los ensayos. Algo difícil de conseguir, aunque no imposible, en sólo cinco días de actuación. Es un espectáculo que habría que volver a ver dentro de veinte representaciones, cuando las actrices y los actores hayan empezado a sentirse personajes liberados del papel, en vez de personas invadidas por los diálogos de sus personajes. Seguramente no tendrán esa oportunidad. Es muy difícil llevar a un teatro a la italiana un montaje diseñado para la escena del Teatro Romano de Mérida. Cada gloria tiene su desdicha.


viernes, 8 de agosto de 2014

El ébola, Rajoy y la lógica


José Joaquín Rodríguez Lara


Al repatriar al misionero español infectado por el virus del ébola, el Gobierno de Mariano Rajoy ha tomado una decisión controvertida, polémica, arriesgada y valiente. Desde luego ha actuado en el uso legítimo de sus competencias, pero da la impresión de que lo ha hecho contra toda lógica.

La lógica y la práctica sanitaria aconsejan, desde la más remota antigüedad, alejar a los focos infecciosos de la población sana. Sobre todo cuando no hay fármacos que curen la enfermedad y el riesgo de contagio y de mortalidad es tan elevado que se necesitan medios muy drásticos de aislamiento. Y a pesar de ello no se asegura la curación ni tampoco se garantiza al cien por cien que no haya más contagios.

Son medios y dependencias hospitalarias que no estaban en funcionamiento en la sanidad española y que se han habilitado en el hospital Carlos III de Madrid a marchas forzadas. Y no estamos ante una emergencia inesperada. Todo lo contrario. Se veía venir. En España no había virus del ébola, que se sepa, hasta que se produjo la repatriación del religioso Miguel Pajares, pero se conocía la presencia de españoles en los países afectados por la epidemia y, sin embargo, el sistema sanitario español no disponía de las instalaciones necesarias para controlar la propagación del virus hasta que se improvisaron las que acogen al misionero español en el hospital madrileño. 

Uno es tan mayor que hasta hizo la mili, pero aún recuerda las teóricas de aquel teniente: "Los americanos necesitan muchas piezas nuevas, pero un soldado español es capaz de arreglar un ANPRC-¿63? con un alambre". El ANPRC es una emisora de campaña que el Ejército norteamericano usó en la guerra de Corea y con la que yo aprendí a hacer la guerra en Almería. Han pasado 35 años, pero tengo la impresión de que, en lo esencial, mantenemos las virtudes que nos definen.

Imagen del traslado del misionero español Miguel Pajares desde Liberia
 hasta el hospital Carlos III de Madrid. (Fotografía publicada por lavanguardia.com)
Los gobernantes están obligados a velar por la salud y la seguridad del conjunto de los ciudadanos y no parece muy lógico romper las barreras naturales -la distancia, el mar, etcétera- que separan a un virus tan letal, como actualmente es el del ébola, acercándolo a la población sana para que un ciudadano enfermo reciba una atención sanitaria que no garantiza su curación y que podría llevarse a donde se contagió. Se asegura que las medidas de aislamiento empleadas -en los vehículos, en el personal sanitario, en las dependencias hospitalarias y en el tratamiento del aire y de los residuos- garantizan que no se produzca ni siquiera un contagio a través del misionero enfermo. Hay que confiar en que así sea, pero lo cierto es que el virus está ahora mismo muchísimo más cerca del conjunto de la población española y en una ciudad superpoblada, como es Madrid, que lo estaba antes de repatriar al religioso español.

Desde el punto de vista del humanitarismo y de la solidaridad, tampoco parece lo más lógico esforzarse en sacar del foco epidémico a una persona que, consciente y voluntariamente, decidió dedicar su vida a cuidar a los más necesitados del Tercer Mundo, y no hacer lo mismo con niños y jóvenes africanos condenados a sufrir los estragos del ébola simplemente por haber nacido en África. Las mujeres y los niños primero debe de ser un dicho aplicable en las catástrofes de ficción, pero no en las reales. Hubiese sido mucho más eficaz contra la enfermedad, bastante más solidario y un ejemplo mucho mayor de comportamiento humanitario el haber llevado a Liberia los medios con los que se está atendiendo a Miguel Pajares en Madrid.

Sin embargo, el Gobierno consideró que debía optar por la repatriación del religioso y de una monja española, que está enferma pero parece que no es de ébola, y se puede discrepar de su decisión, pero es legítima. Muchísimo más legítima que aquellas que tomaron gobernantes anteriores, empeñados en la financiación de las civilizaciones, para liberar a ciudadanos españoles que fueron secuestrados por piratas del mar y hasta por piratas de secano.

Visto lo visto, sólo queda esperar y desear que no se produzca ningún contagio más, que el enfermo se recupere y que las instalaciones sanitarias improvisadas en Madrid adquieran consistencia y estabilidad. Si es así, y no tiene el porqué ser de otro modo, estaremos ante un éxito médico que elevará la calidad de la sanidad española, reforzará la solidaridad aportando medidas eficaces y, por supuesto, tendrá una repercusión política favorable. 

El Gobierno tiene razones que a la razón se le escapan. Y no digamos a la lógica.

jueves, 7 de agosto de 2014

El aleteo de una moto en Badajoz causa ruido en Madrid


José Joaquín Rodríguez Lara


Si usted quiere aprender a convertir un vulgar incidente de tráfico en un problema con galones parlamentarios asómese a la actualidad extremeña. Una motocicleta mal aparcada en la vía pública, un teniente de alcalde de Badajoz, donde hace decenios que gobierna el PP con mayoría absoluta, un agente del Cuerpo Nacional de Policía y el Partido Socialista al acecho de la que cae protagonizan una de esas historias en las que la ficción se convierte en pasmosa realidad.


Todo comenzó, al parecer, cuando el teniente de alcalde Alberto Astorga, entre cuyas responsabilidades corporativas está la Policía Municipal pacense, se desplazó a un acto, como representante del Ayuntamiento, en su motocicleta particular y, por las prisas, la dejó mal aparcada en un lugar reservado para la Policía Nacional. Un agente del Cuerpo Nacional de Policía multó al concejal por estacionamiento indebido; el teniente de alcalde y el agente se dijeron un par de cosas; el agente detectó indicios de ebriedad en el concejal, pero aunque la Policía Local hizo acto de presencia en el lugar de los hechos, no se realizó el test de alcoholemia. El teniente de alcalde niega que estuviese ebrio y acusa al agente de no reflejar con veracidad lo ocurrido. El PSOE entra en la disputa y no sólo reclama que el teniente de alcalde dimita o que el alcalde lo destituya, sino que lleva el asunto al Congreso de los diputados y exige que el director general de la Policía comparezca en la cámara baja legislativa y dé explicaciones sobre lo ocurrido.


Alberto Astorga, teniente de alcalde de Badajoz.
 (Fotografía publicada por lacronicadebadajoz.com)

Y todo este lío ¿simplemente por una moto mal aparcada, por semejante tontería? No, por semejante tontería no; por un incidente muy mal gestionado desde el principio o, si usted así lo prefiere, por el conocido efecto mariposa: el simple aparcamiento indebido de una motocicleta en una plaza de Badajoz puede generar una ola que llegue hasta el Congreso de los diputados en Madrid.


Es grotesco que el PSOE exija el cese de un teniente de alcalde del PP por un incidente de tráfico de tan poca monta y al mismo tiempo ampare a un alcalde socialista, el de Alburquerque, condenado en sentencia firme; por no mencionar a los ERE que ERE y que ERE.


Es grotesco, pero no es un error. El PSOE se aprovecha de que le han servido el incidente en bandeja de plata. Quien se equivoca en este caso es el PP y, más concretamente, el señor Astorga, que como teniente de alcalde con mando sobre la Policía Local de Badajoz no debería hacer lo que hacen muchos ciudadanos: aparcar donde no debe. En primer lugar porque, como ciudadano, debe cumplir la ley. Y, en segundo término, porque como responsable de la normativa sobre tráfico está obligado a aplicársela a sí mismo.


Pero este es el menor de sus errores. Lo que nunca debió permitir Alberto Astorga es que una metedura de moto que se solventa con el pago de una sanción le estallase entre las manos y pueda llegar al Congreso de los diputados. ¿Nadie le asesora sobre la forma de cuidar su imagen como político? El teniente de alcalde Astorga debería haber reconocido su error, aunque esté convencido de que no se ha equivocado, haber dado las gracias por la sanción, aunque la considere injusta, haberse disculpado, aunque no crea que haya sido para tanto, y haber quedado como un ciudadano al que las prisas le llevaron a infringir la normativa, pero no está ni quiere dar la impresión de que esté por encima de la ley.


Si Astorga se hubiese multado a sí mismo por aparcar mal, o le hubiese pedido a la Policía, a cualquiera de las dos, que le multase hoy sería noticia por su reacción inaudita y ejemplar ante una falta menor que se comente continuamente en las calles, y no por ser el malo malísimo de la película, salvo que un juez diga lo contrario.


Ya sé que para eso hay que tener nervios de acero, o alguien a tu lado que los tenga por ti. Y sé también que es difícil no saltar cuando uno se siente injustamente tratado por la Policía. Todos lo sabemos. Somos simples ciudadanos, no policías y, mucho menos, su jefe.


miércoles, 6 de agosto de 2014

'El eunuco', un vodevil exitoso


José Joaquín Rodríguez lara


El estreno de 'El eunuco' en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida debe ser considerado un éxito rotundo que, además, supera al de otras comedias puestas este año sobre el escenario emeritense. ¿Por qué?

El Teatro Romano se llenó, lo cual ya es importante. Las risas y los aplausos del público, más de 3.000 personas, comenzaron nada más salir las actrices y los actores a escena y no cesaron hasta que se retiraron a los camerinos tras los saludos de rigor. Hubo aplausos en todos y cada uno de los mutis y tantas risas durante la representación que, a veces, las carcajadas originadas por un gag impedían disfrutar del siguiente.

Pero aún hay más razones. Prácticamente se han vendido todas las localidades para los cinco días de representaciones. Si la programación del Festival emeritense no estuviese cerrada, seguro que 'El eunuco' continuaría bastantes días más en cartelera. Y con muchos llenos.

Otro dato: la representación del estreno duró 2 horas y 9 minutos y en ningún momento se hizo larga ni aburrida. 'El eunuco' es un muy buen espectáculo. Jesús Cimarro, director del certamen, y Trinidad Nogales, consejera de Cultura del Gobierno de Extremadura, se han apuntado un nuevo tanto.

Pepón Nieto encabeza un reparto que destaca
 por la calidad y homogeneidad de su trabajo.
 (Fotografía de Jero Morales)
¿Sobre qué bases descansa el éxito de este montaje? Sin duda sobre el buen trabajo del elenco. Pocas veces se tiene la oportunidad de ver un espectáculo en el que la calidad de las diferentes interpretaciones sea tan homogénea. La media es de notable alto para arriba. Los diálogos son trepidantes. Y todo funciona como un mecanismo de relojería. Pepón Nieto está sensacional; Anabel Alonso luce sus acreditadas virtudes cómicas; María Ordóñez, Jordi Vidal y Jorge Calvo no sólo encarnan con absoluta solvencia y credibilidad a sus respectivos personajes, sino que, además, destacan en los pasajes cantados; y Antonio Pagudo, Alejo Sauras, Marta Fernández Muro y Eduardo Mayo están en todo momento a la altura de la situación. Lo dicho, un éxito.

Cierto es que el montaje de 'El eunuco' no se ciñe a la comedia que escribió Terencio allá por el año 161 antes de Cristo. Y que el vestuario es una antología de estilos, desde el clásico del eunuco, hasta el siglo XX de la dueña del burdel, pasando por el prusiano del generalote, el guerracivilespañola (tipo Carles Velat en 'La vaquilla', de Berlanga) que luce su ayudante de campo, el romanticón del pisaverde, etcétera, etcétera. Los dos textos, el clásico y el actual, coinciden en el cogollo de la historia, pero no en los personajes ni en sus diálogos. Sirva como muestra el hecho de que la esclava Pánfila, fundamental en la historia, no dice ni una palabra en el original y en la adaptación no hay forma de hacerla callar. Más que una esclava, parece una tertuliana. Y de pánfila, de cándida, de bobalicona y lenta en sus reacciones ya no le queda nada; en todo caso ahora habría que llamarla Lengüita Mucha Marcha.

'El eunuco' representado en Mérida es una versión "libre", libérima habría que decir para ser más precisos, de Jordi Sánchez y Pep Antón Gómez que, más que adaptar la comedia de Publio Terencio, la han reescrito. Y su invento funciona. Su versión de la comedia clásica que firmó Terencio es un clásico vodevil -"comedia frívola, ligera y picante, de argumento basado en la intriga y el equívoco, que puede incluir números musicales y de variedades", la RAE dixit- y conecta con el público de cabo a rabo. ¿Se le puede pedir más a un espectáculo?

Sí, se le puede pedir y hasta exigir que, ya que se estrena en el Festival de Mérida, se ajuste al escenario. Sobre la escena del Romano hay un grupo musical, ofreciendo música en vivo, algo que empieza a ser un clásico en este certamen. Entre las escenas dialogadas se intercalan números musicales bien resueltos y bien cantados, lo cual no puede chocar en un vodevil. 

El cubo desplegado ante la valva regia
 del Teatro Romano.
 (Fotografía de Jero Morales)
Lo que sí choca es el decorado, que no puede ser más minimalista ni más innecesario. Se trata de un poliedro, concretamente de un hexaedro o cubo, que tapa la valva regia del Teatro y que empieza siendo un estorbo para los espectadores y termina convirtiéndose en un absurdo ballet de paneles cuya dificultad de manejo debe de superar al del mismísimo cubo de Rubik. No es un decorado necesario para el Teatro Romano de Mérida; en todo caso será imprescindible para las representaciones en las que no haya teatro, y si lo hay, que no sea romano, y si lo es que no tenga tres valvas -una regia y dos hospitalias- tan espectaculares y practicables como las que tiene el emeritense. Cierto es que no todos los montajes tienen la dimensión que exige el Teatro Romano de Mérida, pero no es menos verdad que la auténtica grandeza no está en reducir el marco, sino en ser capaz de llenarlo con la interpretación.

El trabajo de Pepón Nieto, de Anabel Alonso, de Alejo Sauras, de Jorge Calvo, de Antonio Pagudo y de Marta Fernández Muro, Eduardo Mayo, Jordi Vidal y María Ordóñez tiene calidad más que suficiente para haber llenado la escena de Teatro Romano sin necesidad de recurrir a ese rompecabezas cúbico al que, además, la dirección del espectáculo le saca mucho menos partido del que podría dar de sí. Pues a pesar de ello, 'El eunuco' es todo un éxito. 

Si el Festival de Mérida también lo está siendo merece una reflexión aparte. La tendrá.


lunes, 4 de agosto de 2014

El chiflo del miedo


José Joaquín Rodríguez Lara


En Salvatierra de los Barros (Unión Europea), la muerte no va cargada con una guadaña, lleva un chiflo. Y no vuela ni galopa. Hasta hace unos años viajaba en bicicleta, más tarde en ciclomotor y ahora se desplaza en automóvil. A Salvatierra de los Barros (Unión Europea) la muerte llega por carretera, sobre ruedas y avisa de su presencia con la musiquilla de su chiflo.

La mayoría de las veces procede de Burguillos del Cerro (Unión Europea), a unos 20 kilómetros, y no entra en Salvatierra con intención de matar a nadie. Visita el pueblo en el libre y concienzudo ejercicio de su oficio, para afilar cuchillos, tijeras y navajas. Aunque podría hacerlo, no suele afilar guadañas, porque las guadañas acostumbran a afilarlas sus propietarios cuando van a usarlas. Aunque en Salvatierra de los Barros (UE), hay quien está convencido de que al menos afila una. Y de que además la afila a conciencia.

El chiflo del afilador genera una banda sonora inconfundible. Quien necesita afilar cuchillos, tijeras u otros adminículos de uso doméstico sale a su encuentro nada más oírla y, en cualquier encrucijada, se forma un corro de personas pacíficas, la mayoría de ellas mujeres, aunque estén pertrechadas de armas blancas, que hablan, de esta y de aquel, mientras el afilador saca chispas de los filos y comprueba la calidad del afilado, o golpea con el martillo las cabezuelas del eje para asegurar el buen funcionamiento y la fiabilidad de tijeras, navajas y cuchillos. Y todo en paz y armonía.


Estampa inconfundible de un afilador de antaño.
 (Imagen publicada por talent.paperblog.com

Pero en Salvatierra de los Barros (Unión Europea) hay muchas personas que temen al afilador tanto como a la mismísima muerte. Están convencidas de que con el afilador viene la sombra de la guadaña. Creen que es su heraldo y que el chiflo del afilador anuncia la llegada de la sorda, de la ciega, de la gran estúpida a la que si la llamas con desesperación no viene, y cuando menos ganas tienes de verla te la encuentras a la vuelta de cualquier esquina.


- Hoy está por ahí el afilador.
- Lagarto, lagarto.
- Sentí el filo del chiflo y me parece que venía del Altozano.
- Pues en el Altozano vive, o vivía, el padre de... ¿Cómo se llama? Sí, hombre, si es una persona que ya no sale ni de casa.


Y en menos que canta un gallo se hila una lista de personas candidatas a justificar la visita del afilador. Un afilador que tal vez incluso desconozca el miedo que origina en Salvatierra de los Barros con la musiquilla de su chiflo. Pobre hombre. Al enterrador se le mira con más respeto y menos temor que a él, que lo único que hace es alertar, por lo que pueda pasar.


Y pasa. Suena el chiflo del afilador y a los pocos días mueren tres personas, dos hombres y una mujer, o dos mujeres y un hombre. Y las cuentas no están completas hasta que se completa la cuenta. Dicen que no falla y empiezo a creer que tienen razón. ¡Lagarto, lagarto!


¡Afiladoooorrr!