miércoles, 9 de julio de 2014

Medusa es lo de menos


José Joaquín Rodríguez Lara


Sara Baras ha vuelto a triunfar en el Teatro Romano de Mérida. Así lo atestigua la reacción del público, supremo tribunal en cualquier espectáculo, que, puesto en pie, rubricó con una ovación de más de diez minutos el estreno del ballet flamenco 'Medusa la guardiana'.


La bailaora y coreógrafa y su compañía respondieron al aplauso general del Teatro, ocupado en tres cuartas partes de su aforo, con suculentas propinas en forma de zapateados.


Nunca me he mirado en sus ojos, pero tengo la convicción de que Sara Pereyra Baras, que así se llama, es una mujer y una artista perfeccionista y, en lo referente al trabajo, muy exigente consigo misma y con quienes la rodean. Una gran profesional.


Imagen del inicio del espectáculo.
 (Fotografía de Jero Morales publicada por rtve.es)

Sara Baras ha traído al Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida un ballet flamenco brillante. El público que había ido a verla bailar o, como máximo, a ver a la Sara Baras de 'Medusa', se ha marchado satisfecho. Quien fue a ver la 'Medusa' de Sara Baras, no tanto. Especialmente si en septiembre del año pasado quedó encantado al ver sobre el mismo escenario su versión de 'Medea'. Entonces le deslumbró la pasión; ahora, la técnica.


El espectáculo que la gaditana ha estrenado en Mérida no está construido sobre el mito de Medusa, sino sobre los pies y las piernas y el tronco y los brazos de Sara Baras y de los integrantes de su compañía. Es un ballet flamenco con un trasfondo de mito clásico, no la representación de un mito clásico a través de un ballet flamenco.


Además de para Medusa, este montaje podría servir para referirse a otros mitos y personajes, pero el ballet flamenco de este espectáculo funciona maravillosamente, sin fisuras, en perfecta armonía con la música y el repiqueteo del zapateao. Las grietas están en lo que no es ballet ni flamenco, en las palabras, algo esencial en el teatro y muy superfluo en este montaje, en el que, por momentos, los textos suenan petrificados, sin matices, escasos de modulación, muy poco convincentes en suma, como si en lugar de versos fuesen serpientes caídas de la cabellera de Medusa.


Hay más belleza, más sentimiento, mucha más armonía y capacidad de comunicación en los zapateados y, sobre todo, en las túnicas talares con las que Sara Baras y sus sacerdotisas, cual mariposas de piel bronceada, se mueven sobre las tablas de la escena, que en los versos que se clavan como alfileres en el acerico de la puesta en escena.


El vestuario es muy hermoso. El maestro Francisco de Zurbarán hubiese disfrutado muchísimo con este espectáculo y es más que probable que hubiese llevado al lienzo no sólo la belleza de las telas, sino también la quietud de algún que otro bodegón que más parecía integrado por estatuas que por personajes petrificados por la mirada de Medusa.


Pero lo importante es que el público que, en cuestiones de éxito pinta más que nadie y, sobre todo, mucho mejor que cualquiera, se ha sentido recompensado y ha aplaudido a rabiar. Le gusta el arte de Sara Baras, así que Medusa es lo de menos.


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