jueves, 24 de julio de 2014

'Las ranas', ni de antes ni de ahora


José Joaquín Rodríguez Lara


La comedia ha llegado a la 60 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Ha llegado con 'Las ranas', de Aristófanes, y ha llegado con pocas risas. ¿Por qué?


La noche del estreno corría por las cáveas del Teatro Romano de Mérida (Unión Europea) un vientecillo frescote que invitaba más a ahorrar energía acurrucándose en alguien que a dilapidarla en carcajadas, pero no hay que pedirle cuentas a ese tiempo.


Tampoco se las podemos pedir a Aristófanes. El autor ateniense escribió una comedia para su tiempo y para su público. Y, si nos ha llegado hasta ahora, no debió de escribirla demasiado mal.


Pepe Viyuela, encarnando al dios Baco disfrazado de su hermano
 Hércules, grita asustado ante una muerta (Susana Hernández)
 que es conducida al Hades por un grupo de figurantes.
 (Imagen publicada por elmundo.es)

Hay división de opiniones sobre el trabajo del elenco actoral que ha puesto en escena 'Las ranas'. A algunas personas, yo entre ellas, les gustó la actuación de Pepe Viyuela; otras, en cambio, ponen por delante a Míriam Díaz-Aroca que, no se sabe el porqué, encarna a un personaje masculino. Casi todas destacan que el duelo literario entre Esquilo (Selu Nieto) y Eurípides (Alfonso Rodríguez) es manifiestamente mejorable en tiempo y forma. Y luego está Beth, cantante ganadora del programa de televisión Operación Triunfo y representante de España en el festival de Eurovisión, que narra, canta, baila y le da al montaje una nota de color. Verde. De rana. Beth, la 'ranadora', es un coro unipersonal que se apoya en la música en vivo y no pocas veces demasiado alta, como si en vez de en el Festival de Teatro de Mérida, estuviésemos en un concierto de rock. La música es del grupo andaluz Kenedy, que está durante toda la representación en la escena del Teatro pero se limita a tocar.

Dicho lo cual, creo que el trabajo que se realiza sobre el escenario no es la causa principal de la frialdad con la que parte del público acogió el estreno de 'Las ranas'. Existe un distanciamiento evidente entre los asuntos que le preocupaban a Aristófanes y, seguramente, no tanto a su público y los que le preocupan al público en la actualidad. Aristófanes quería salvar al teatro y para ello propone rescatar del inframundo a Eurípides, autor de 92 tragedias entre las que hay obras tan memorables como 'Medea', aunque al final se decanta por Esquilo, que escribió la 'Orestiada', entre otras 'obritas'.


Aristófanes pretendía que el teatro y la poesía volviesen a ser fuentes de sabiduría para el pueblo. Pero el público actual no va al teatro a educarse ni a deleitarse con la musicalidad del verso, va a divertirse. Incluso más: simplemente va a ver a Pepe Viyuela, a Míriam Díaz-Aroca y a cualquier artista famoso que le guste, aunque su actuación no le emocione. Seguramente le satisface mucho más hacerse una fotografía con una persona a la que suele ver en televisión, que el hecho de que esa persona tenga una actuación más o menos brillante sobre el escenario.


Una de las escenas más importantes de 'Las ranas', si no la principal, es el duelo retórico que mantienen Eurípides y Esquilo en presencia de un Baco borracho que actúa como árbitro. Hasta Aristófanes debió de reírse con este combate entre dos de los más grandes autores dramáticos de la antigüedad, pero los personajes y el objeto de su lucha quedan ya tan lejos que han perdido gran parte de su carga cómica.


Hacer reír apostas es difícil; hacer llorar, no tanto. La tragedia se asimila con mayor facilidad porque suele desenvolverse en un contexto universal: la muerte, el dolor, la soledad, la angustia... Con la comedia no ocurre lo mismo. Para que la comedia tenga verdadero éxito no sólo es necesario conocer el contexto, además hay que identificarse con él. Aunque resulte escatológico. Ese es el secreto del éxito en obras como 'Ocho apellidos vascos', y en géneros como el monólogo chistoso. Si el combate por la supremacía artística de dos personajes del inframundo se hubiese centrado en Raphael y en Julio Iglesias, un suponer, en lugar de entre Eurípides y Esquilo, la cosecha de risas hubiese sido mucho mayor.


Claro que Aristófanes no se hubiese reído. Y se criticaría, con toda razón, semejante anacronismo, pues aunque Raphael y Julio Iglesias tengan ya sus años, aún no habían debutado en el siglo V antes de Cristo. Pero bueno, entonces tampoco había nacido Ruiz-Mateos y en los diálogos de 'Las ranas' hay un "que te pego leche" que suena a verdadera Rumasa enfurecida.


La puesta en escena del teatro clásico plantea siempre el mismo dilema: o se opta por una representación purista o se actualiza. En el primer caso se realiza una labor arqueológica; se rescata la pieza y se muestra tal y como era. Pero se corre el riesgo de que el público no la comprenda. En el segundo caso, se repinta la obra para mostrar como podría haber sido ahora. Y se corre el riesgo de que nadie comprenda el pastiche.


Y aún queda una tercera posibilidad: el término medio, donde dicen que está la virtud. Consiste en hacer una recreación pretendidamente purista pero con toques de color rana. Es decir, una obra que no es de ayer ni tampoco es de hoy. Con la tercera vía se tienen en la mano casi todas las papeletas para no acertar nunca jamás de los jamases. Porque acertar es muy difícil, salvo que perjudique.



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