martes, 10 de junio de 2014

Ni republicano, ni monárquico: realista


José Joaquín Rodríguez Lara


En el mundo hay varios tipos de monarquía y diversos modelos de república, pero una sola forma de democracia: la que permite que el pueblo participe en la marcha de los asuntos públicos a través de sus representantes, elegidos por sufragio directo, universal y secreto.

Tras cuarenta años de dictadura, España lleva casi otros cuarenta rigiéndose por un sistema democrático. La transición a la democracia podría haber desembocado en una república, pero lo hizo en una monarquía; y, precisamente, en una monarquía parlamentaria, democrática, aunque tenía más papeletas para haber sido una monarquía absolutista e, incluso, otra dictadura hija del 23-F. Que no sea una cosa ni tampoco la otra se lo debemos, en buena parte, al rey Juan Carlos I.

Naturalmente, que España sea una monarquía parlamentaria, un reino constitucional, una monarquía democrática no obliga a que todos y cada uno de sus ciudadanos sean monárquicos y defensores de la Constitución y de Las Cortes. Ni siquiera se nos obliga a ser demócratas. Uno de los valores más respetables de la democracia es que considera ciudadanos sujetos de derecho y dignos de respeto hasta a quienes se afanan en acabar con ella desde cualquier trinchera del extremismo. Y aquí hay mucho antidemócrata, tanto de izquierdas como de derechas.

En el reino de España se puede ser republicano y decírselo al Rey en la cara. Incluso se puede tener la obsesión de echar del trono al Rey y presentar enmiendas de totalidad contra la ley que autoriza la abdicación, la renuncia, la marcha del Rey, en definitiva. España y sus radicales son así, señora, ¡qué le vamos a hacer!

Resulta evidente que en este país hay muchos republicanos y, seguramente, también haya bastantes monárquicos. Lo que no hay es suficientes realistas.

Si los hubiese, si existiera en la sociedad española la masa crítica de realismo que se necesita para ser una realidad digna de llamarse país, si existiese la cordura que se precisa para mantener en funcionamiento un estado, para atender los problemas de hoy y las aspiraciones de mañana sin dejar de mirar por el rabillo del ojo a las tragedias de ayer, si España fuese un país de monárquicos y de republicanos realistas no asistiríamos al descabellado debate en el que estamos inmersos: ¿monarquía o república?

Una de las famosas escenas dibujadas por Guillermo Mordillo,
 humorista argentino de padre español.
(Imagen publicada por taringa.net)
Hay personas a las que la realidad española no les gusta y reclaman su derecho a votar la forma del Estado. Argumentan que cuando se proclamó rey de España a Juan Carlos de Borbón y Borbón ellos no habían nacido o no tenían edad para votar y exigen hacerlo ahora.

Viven en una casa que se encontraron ya hecha o, al menos, en avanzado estado de construcción y quieren derribarla para edificarla a su gusto, sin tener en cuenta que es la única vivienda que tienen y que algunos de sus ocupantes, miembros de su misma familia, quieren levantar tapias inexpugnables para construirse su propio apartamento privado en un solar que es de todos.

Pretender demoler el Estado para pasar de una monarquía democrática a una república -¿presidencialista (como la de EE UU), semipresidencialista (como Francia), parlamentaria (Italia), federal (Alemania), confederada (Suiza), bolivariana (Venezuela), comunista (Cuba), soviética (URSS), mahoísta (China), hereditaria (Corea del Norte)...?- es lo más parecido a cruzar el estrecho de Gibraltar en una patera y, en mitad de las corrientes y cuando aún no se vislumbra la costa de la tierra de promisión, empeñarse en desmontar la barca para construir con sus tablas un yate, más moderno, más cómodo, fabricado al gusto de cada uno y, sobre todo, con camarotes independientes.

Y que conste, el riesgo de naufragio sería idéntico si, durante la transición hacia la democracia, España hubiese desembarcado en un sistema republicano. El peligro no está ni en el supuesto referéndum ni, tampoco, en la presunta república; el auténtico peligro está en el oleaje y en el fondo del mar. Hay sitios en los que el agua cubre.


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