jueves, 20 de febrero de 2014

Las mujeres cazan lejos, pero a los hombres les gusta comprar cerca de su casa


José Joaquín Rodríguez Lara


¿Por qué las mujeres van de compras y los hombres van a comprar? ¿Porque las conexiones entre los hemisferios cerebrales de cada sexo son distintas, como ha demostrado la ciencia? ¿Debido a que la sociedad, es decir ellos y ellas, y milenios de segregación sexual les han impuesto roles diferentes? ¿Por simple cuestión de gustos?

No lo sé, pero estoy convencido de que el asunto viene de lejos y, también, de que tiene una explicación.

Resulta notorio que a la gran mayoría de las mujeres les gusta ir de compras, aunque lo hagan con la intención de no comprar nada; o vayan a comprar algo muy concreto y vuelvan a casa habiendo comprado otra cosa que ni siquiera se habían planteado.

Ir de compras es un reconstituyente para muchísimas mujeres, una terapia que las reanima, las rescata del tedio y les gratifica. Una excursión por las tiendas 'del centro' puede paliar la desazón sufrida por una mujer. Mano de santo.

Ir de compras puede ser un calvario para el hombre.
(Imagen publicada por infobae.com)
Sin embargo, para la gran mayoría de los hombres ir de compras es un suplicio, una actividad aburrida y estresante. Sobre todo si se va acompañando a la mujer. Es por eso que, generalmente, los hombres no van de compras, van a comprar, que es distinto.

Quien sale de compras va a ver si encuentra algo que le guste, lo necesite o no lo necesite. Quien va a comprar busca un artículo concreto porque lo necesita. Afortunadamente, las mujeres y los hombres somos diferentes, hasta en estas intrascendentes cuestiones. ¿Pero por qué? ¿Tan distintas son las neuronas de los unos y de las otras?

¿Y cuándo comenzó esta bifurcación del comportamiento humano? ¿Antes de que el mono bajase del árbol? ¿Ya entonces las monas iban a por comida y los monos a comer? No lo creo, pues parece que ambos sexos comían lo mismo.

Tal vez ocurrió miles de años después, cuando los homínidos primitivos abandonaron los árboles, empezaron a caminar sobre la tierra y diversificaron su dieta con el consumo de carne. Quizá fuera entonces, con la expansión de los pueblos cazadores y recolectores, cuando se repartieron los papeles y, con ello, las aptitudes y los comportamientos.

Al describir la vida de esos pueblos, los antropólogos asignan a los varones la tarea de cazar y a las hembras la de recolectar. Es posible que tal adscrición esté influida por prejuicios machistas acumulados durante miles de años y todavía muy presentes en la sociedad, incluso en los ámbitos científicos, pero ese 'tradicional' reparto de tareas se observa aún en pueblos cazadores y recolectores como los bosquimanos, que viven en el desierto africano del Kalahari.

Ciertamente, la caza primitiva, que debió comenzar con la recolección de carroña, exigía fuerza y agresividad, factores asociados a la testosterona, la hormona de la masculinidad. Pero la actividad cinegética también requiere astucia, paciencia, perseverancia, agudeza en los sentidos y resistencia, características tan patentes en las mujeres como en los hombres. Así que la mujer primitiva también podría haber sido cazadora. De hecho, en algunas especies animales, como los leones, las hembras cazan más y mejor que los machos.

Mujeres bosquimanas, con sus hijos a cuesta, portan
huevos de avestruz y herramientas
para recoger agua y comida.
(Imagen publicada en elmagazindemerlo.blogspot.com)
Entonces, ¿qué impedía que las mujeres saliesen de caza como los varones? ¿La maternidad? Posiblemente. La gestación dificulta la realización de largas caminatas y de ciertos movimientos, pero no tanto como la lactancia natural. La cría humana nace más desvalida que cualquier animal, mama durante mucho tiempo y tarda muchísimo en poder valerse por sí misma. Seguramente todo ello contribuyó a retener a la mujer en la cueva o en el campamento, al cuidado del hogar, palabra que actualmente casi sólo se utiliza con el significado de vivienda familiar, pero que en su origen significaba lumbre, fuego. Por eso era tan importante cuidar el hogar, porque en un mundo sin cerillas ni gas ni energía eléctrica, el fuego necesitaba atención constante, ya que si se apagaba era una tragedia, como se explica muy bien en la película 'En busca del fuego'. El primer gran invento de la humanidad no fue el hacha ni el arco ni tampoco la rueda. Fue el chisquero, el encendedor. Ese sí que es un invento y no el mando de la tele.

Así que la mujer primitiva realizaba tareas que no la obligasen a alejarse mucho del hogar, del fuego, y en vez de participar en partidas de caza que podían prolongarse durante días enteros, buscaba frutos y raíces, alimentos que no se mueven del lugar en el que nacen. Se ha demostrado que su aportación a la dieta familiar era mucho más importante y segura que la de los hombres.

Hombres bosquimanos inician una partida de caza.
(Imagen bajada de Internet)
Ahí debió de comenzar la dicotomía entre el ir a comprar y el salir de compras. El hombre iba a cazar, a perseguir una presa concreta, un animal cuyas costumbres conocía y para cuya captura había desarrollado unas armas y unas estrategias particulares que no servían para cualquier otra especie. Incluso ahora, a pesar del enorme potencial y eficiencia de las armas de fuego, no se realizan los mismos preparativos para ir a cazar liebres que para abatir jabalíes.

La recolección de frutos y raíces, en cambio, no exige tanta especialización ni obliga a perseguir a las presas durante días. Una vez localizado el lugar en el que crece el alimento, basta con desenterrarlo o arrancarlo de las ramas, o de las colmenas, si se trata de miel, meterlo en la cesta y cargar con él de regreso al hogar. Y si vas a por una fruta y te encuentras otra con la que no contabas, pues aprovechas el hallazgo inesperado. En la recolección hay mucho de recompensa táctil inmediata, como en las rebajas, y de selección entre lo bueno y lo mejor. Esto no es posible en la caza; el cazador no puede palpar la pieza antes de abatirla. Tampoco les compensa desdeñar una presa ya cobrada para buscar otra mejor.

Así que miles y miles y miles de años después, las mujeres siguen saliendo a buscar frutas, a recolectar blusas, hortalizas, medias, leche, faldas, huevos, lencería, galletas y ese bolso que les ha encantado y que estaba muy bien de precio. Y, a su vez, los hombres salen a cazar el pan, a capturar unos alicates o el tubo de silicona para volver a sellar la junta entre el plato de la ducha y los azulejos.

Hay un aspecto muy curioso y significativo en este planteamiento: a las mujeres actuales les encanta alejarse del hogar para hacer la recolección, sobre todo si se trata de comprar ropa y complementos del indumento; sin embargo, los hombres prefieren cazar al lado de casa. Parece un contrasentido, ¿no? Pues no, no lo es. Tantas caminatas interminables detrás de la presa y tantos miles de años sin poder alejarse del hogar deben de quemar, deben de quemar muchísimo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario