martes, 31 de diciembre de 2013

PESADILLA RECURRENTE.-

Jadeos, gritos, temblores... Soñaba que le obligaban a revivir el año 2013 porque lo había vivido mal.


(José Joaquín Rodríguez Lara)


miércoles, 25 de diciembre de 2013

viernes, 20 de diciembre de 2013

jueves, 19 de diciembre de 2013

La losa que aterriza


José Joaquín Rodríguez Lara


Hace aproximadamente 7.000 años, hacia el 5000 antes de Cristo, gentes que vivían en la fachada atlántica europea, en lo que hoy es el Alentejo portugués y la Extremadura española, empezaron a construir dólmenes con las lanchas de granito que tanto abundan en esta parte de la península Ibérica. Y los construyeron tan bien y con tanto afán que, 9.000 años después, aún perduran. El megalitismo es uno de los primeros fenómenos culturales que vertebran Europa, repitiendo materiales, técnicas, finalidades y misterios por todo el oeste y el centro del continente, además de por el norte de África, en un trasiego de mitos y de gentes que convirtió en caminos las trochas abiertas por los animales. Miles de años antes de que Bruselas se convirtiese en el hipotálamo de la unidad europea, ya había en Europa gentes que se movían por el continente interconectando sus territorios.

En Europa se conocen decenas de miles de dólmenes, aunque son muy pocos los que están perfectamente excavados, estudiados, protegidos de los agentes que puedan dañarlos, bien señalizados y explotados, en el más noble sentido del término explotar, como recurso artístico, cultural, antropológico y turístico. Suelen ser el vestigio visible más antiguo que demuestra la ocupación de una zona por sociedades humanas, pero la mayoría de las veces reciben infinitamente menos atención de las autoridades, de las instituciones y de la ciudadanía cultivada que otros monumentos menos antiguos, significativos y singulares. De la mayoría de los dólmenes, término que en la lengua bretona significa mesas de piedra, se preocupan más quienes nada o poco saben de su origen y los llaman casas de brujas, del diablo o de moros, que los organismos locales, regionales, estatales y comunitarios que deberían cuidarlos.

Dolmen de La Lapita, en Barcarrota (Badajoz).
(Imagen publicada por abc.es)
Extremadura cuenta con un número considerable de dólmenes y otros monumentos megalíticos, pues forma parte de un área luso-hispana en la que la cultura de los megalitos tuvo un enorme auge. Diversas rutas de senderismo llevan a muchos de esos monumentos prehistóricos, como ocurre en la zona de Valencia de Alcántara (Cáceres), o no es difícil acceder a ellos, aunque no existan rutas tan bien señalizadas, como sucede en Barcarrota (Badajoz). En otros casos, los dólmenes pasan desapercibidos, como si el abandono hubiese apagado el misterio de unas piedras que llevan milenios hablándole al cielo con sus bocas desdentadas.

Y los dólmenes no fueron construidos para pasar desapercibidos; todo lo contrario, quienes los construyeron los levantaron para que fueran vistos, incluso desde lejos. Además de tumbas colectivas, en los dólmenes había algo de obstentación tribal. Marcaban el territorio, indicando que allí había un grupo de personas fuertes, numerosas y lo suficientemente bien organizadas para levantar un monumento funerario colectivo que exigía un considerable esfuerzo. A los constructores de los dólmenes les interesaba que sus vecinos viesen su fortaleza como pueblo o el poder de sus caudillos, por eso los levantaron en lugares prominentes o en encrucijadas, sin importarles demasiado desde cuan lejos tendrían que arrastrar las piedras.

Arrastre de un menhir de 13,5 toneladas deslizándolo sobre troncos.
(Fotografía publicada por la información.com)
Este aspecto de la aventura megalítica, el arrastre de las piedras usadas para la construcción de los dólmenes, acapara gran parte del misterio que exhalan estos y otros monumentos ciclópeos. ¿Cómo las tallaron, aunque fuera mínimamente, cómo sacaron de la cantera y transportaron aquellas personas piedras que en muchos casos pesan varias toneladas? ¿Las cortaron a golpes, con fuego y agua? ¿Las arrastraron con sogas de fibras vegetales, de cuero, de tendones trenzados, sobre trineos, utilizaron troncos y barro para facilitar el deslizamiento? ¿Cuántas personas acarrearon cada bloque de piedra? ¿Cómo se organizaban? ¿En qué época del año lo hacían? No se sabe. En cualquier caso, la tarea debió de ser colosal.

Menhir listo para el arrastre. (Imagen publicada
en laarqueologiaesmivida.blogspot.com.es)
El acarreo de piedras es un misterio con el que no terminan los siglos; ni en el caso de los monumentos prehistóricos, ni tampoco en los históricos, como ocurre con las pirámides, la más antigua de las cuales comenzó a levantarse hacia el año 2600 antes de Cristo, en Saqqara, Egipto. Los dólmenes, que originalmente estaban cubiertos de tierra, parecen pequeñas pirámides o protopirámides, que recuerdan tanto a las mastabas, palabra que significa bancos, como a las pirámides escalonadas, a las apuntadas y a las pirámides clásicas de caras planas. Sin adentrarse en los terrenos del célebre misteriólogo Íker Jiménez, hay que reconocer la existencia de ciertos paralelismos entre las gentes que levantaron megalitos en Europa y los antiguos egipcios. No sólo por la construcción de enterramientos piramidales, o con apariencia piramidal, y por el hecho de que los levantasen con enormes bloques de piedra que aún no se sabe con exactitud cómo pudieron manejar, sino porque tanto al borde del Mediterráneo como en la orilla del Atlántico los europeos y los egipcios, seguramente para resaltar hechos que consideraban memorables, hincaron en la tierra grandes agujas pétreas: los menhires y los obeliscos. 

Menhir da Meada. (Imagen obtenida
en dolmentierraviva.blogspot.com)
El mayor menhir de la peninsula Ibérica, el Menhir da Meada, está en Castelo de Vide (Portugal), muy cerca de Extremadura; medía casi 8 metros y pesa unas 18 toneladas. El menhir más grande de Europa es el Grand Menhir Brisé (roto) que está en la Bretaña francesa. Aunque estuvo en pie, ahora yace en el suelo donde fue dividido, intencionadamnente, en cuatro trozos; medía más de 18 metros, pesaba unas 300 toneladas y formó parte de un alineamiento junto con otros 18 menhires igualmente gigantescos. Si no se ve ni se toca es difícil creer que exista; es absolutamente impresionante.

Los cuatro fragmentos de Le Grand Menhir Brisé, en la Bretaña francesa.
(Imagen bajada de Internet)





















Dejando al margen los increíbles alineamientos de Carnac (Francia), que son monumentos con características distintas al menhir, más parecidas al cromlech, a los círculos de piedra, hay muchos menhires aislados, pero parece haber más dólmenes, seguramente porque estos, aunque exigían muchísimo más esfuerzo colectivo para construirlos, tenían también más utilidad. Se supone que, una vez que se había decidido levantar un dolmen, lo primero era elegir el lugar más adecuado para su construcción, cavar una zanja circular y llevar hasta ella las piedras, llamadas ortostatos, que al hincarlas en la zanja y ponerlas en pie formarían las paredes de la cámara sepulcral. Pero la base de cualquier dolmen está en el techo -de ahí que los antiguos bretones le llamaran mesa-, en la piedra que lo cierra por arriba, sin la cual no podría cubrirse con tierra, pues la invención de la falsa cúpula por aproximación de hiladas de piedra, un antecedente de la bóveda de rosca, es muy posterior. En estas circunstancias no es aventurado suponer que al seleccionar las piedras del dolmen se comenzase eligiendo una buena losa para el techo.

Una de las características de los dólmenes es que su acceso está orientado al Este, por lo que es posible que el líder de los constructores marcase el punto exacto de la entrada tan pronto como el sol se abría paso en el horizonte. En el lado contrario al acceso se colocaba la piedra de cabecera, generalmente mayor que las otras piedras verticales, y a partir de ella comenzaba a cerrarse el círculo con tres o cuatro ortostatos más.

La orientación de las tumbas hacia el naciente puede ser interpretada de muchas formas. Desde un punto de vista religioso o espiritual, como una forma de culto solar, o de hacerle llegar la luz, y con ella la vida de ultratumba, a los fallecidos. Bajo un enfoque práctico, como la mejor forma de que los rayos solares iluminasen el interior sombrío de la sepultura, para poder acceder a ella con más facilidad durante las inhumaciones, pues los dólmenes eran enterramientos colectivos utilizados y reutilizados durante generaciones. La orientación podría ser igualmente un modo de eludir el azote directo de la lluvia y del viento sobre el acceso. Cuando los corsés urbanístico no lo impiden, actualmente también se prefiere orientar los edificios hacia oriente, hacia la salida del sol. La estrella que nos calienta desde el amanecer tiene tanta importancia para la vida humana, que incluso al hecho de buscar el Norte, el Sur o el Oeste se le denomina orientarse, como si se estuviese buscando el Oriente, el Este.

Dolmen de Crucuno, en Francia, con la cámara y el
acceso, a la derecha, cubiertos por dos enormes losas.
(Imagen obtenida en dolmenes.blogspot.com)
Con todos los ortostatos bien hincados en el suelo y la abertura de acceso a la cámara perfectamente delimitada, los constructores de los dólmenes amontonaban en torno al recinto tierra y piedras menudas, construyendo una especie de rampa que llevaba desde la base del terreno hasta la parte superior del recinto sepulcral. Se considera que por esta rampa, seguramente humedecida con agua, arrastrándola mediante sogas y deslizándola sobre troncos, se subía la piedra que iba a servir como techo para cerrar la cámara funeraria por su parte superior.

Habitualmente se representa esta acción con dibujos en los que el interior de la cámara está vacío, lo que me parece un error. Si la cámara estuviese vacía en el momento de colocar la losa horizontal, el esfuerzo necesario para deslizarla sobre las piedras verticales sería mucho mayor, ya que el granito es muy abrasivo y no facilita, sino todo lo contrario, el desplazamiento de dos piedras que se rozan; sobre todo cuando pesan tanto. Además, ese roce dejaría inevitablemente cicatrices, rasguños, señales muy patentes en las piedras, fundamentalmente en la losa horizontal. Sin embargo, no he hallado hasta ahora estudios que muestren la existencia de esas marcas, lo cual es bastante raro conociendo la minuciosidad y la precisión con la que suelen realizarse las investigaciones arqueológicas.

Es de suponer, por otra parte, que al deslizar la losa sobre los ortostatos verticales del dolmen se corriese el riesgo de que la piedra horizontal cayese dentro de la cámara vacía, lo que obligaría a retirarla no sin gran esfuerzo. O lo que aún sería más grave, que al deslizar la losa sobre el canto de las piedras verticales, la fricción tumbase hacia el interior de la cámara alguno de los bloques hincados en la zanja que, aunque estaban reforzados por fuera con la tierra de la rampa, por dentro no disponían de sujeción adicional.

Acceso por el corredor al dolmen del Milano, en Barcarrota
(Badajoz). (Imagen publicada por JuanRa Díaz)
Por todo ello creo que la colocación de la losa se hacía con un sistema ligeramente distinto a lo que generalmente se cree y se dice. En mi humilde opinión, sería así. Una vez colocados los ortostatos en la zanja y convenientemente asegurados con piedras pequeñas y otros materiales, se cubrían completamente los bloques pétreos con tierra, por fuera y por dentro, llenando la cámara, para que no se vieran, formando un montón cónico, como si el túmulo ya estuviese terminado. Entonces se arrastraba la losa por la rampa y, sin rozar los ortostatos, se colocaba sobre la tierra que llenaba y cubría la cámara, cuyo perímetro exacto podría señalizarse con estacas de madera u otros materiales ligeros. Una vez que la losa estaba en su sitio, sobre el recinto sepulcral, sin haber rozado las piedras verticales, se extraía poco a poco la tierra que llenaba la cámara, con lo que la capa que separaba a la losa horizontal de las piedras verticales iría perdiendo consistencia y la tapa del techo aterrizaría sobre los bloques verticales suavemente, sin sufrir ningún tipo de fricción ni abrasión.

La tierra extraída del interior de la cámara sepulcral se reutilizaría para cubrir la losa horizontal, que habría quedado al aire, y la entrada a la cámara, tanto si el acceso se hacía a través de un corredor o directamente al corazón del monumento, con lo que el túmulo dolménico adquiriría su aspecto definitivo. Este sistema de colocación de la losa me parece absolutamente imprescindible en los dólmenes de mayor diámetro y en aquellos en los que la piedra horizontal es extraordinariamente pesada.

Dolmen de la granja de Torriñuelo, en Jerez de los Caballeros, Badajoz. Se trata de un enterramiento con la cámara cubierta por aproximación de hiladas, sin losa, que fue abierto y saqueado escarbando en la tierra del túmulo y retirando las piedras superiores de la falsa cúpula. La galería de acceso está reconstruida y protegida por una reja. Este aspecto de cerrillo tenían todos los dólmenes una vez terminados y antes de que se destruyese la cubierta y los ortostatos quedasen al aire. (Imagen publicada por redextremadura.com)

Miles de años después de que el túmulo dejase de acoger restos mortuorios, el abandono, la erosión, los buscadores de supuestos tesoros y los constructores de cercas, corrales, casas y hasta ermitas se encargarían de retirar la tierra que le servía de protección a los enterramientos, fragmentarían y derribarían los ortostatos arruinando así los más singulares monumentos funerarios europeos, que a pesar de todo resisten el atropello y la desidia, como demostración de que la vida es breve, pero la muerte es eterna.



martes, 17 de diciembre de 2013


Mas va a menos


José Joaquín Rodríguez Lara


Hoy es un día de felicidad para quienes nos sentimos extremeños y españoles. Artur Mas, presidente del Gobierno de Cataluña, ha declarado que Extremadura es "el mejor de los mundos". Por fin alguien que se considera genética, histórica y lingüísticamente superior a los demás españoles y no es Hitler se da cuenta de que Extremadura es un paraíso. Gracias, señor Más, no sabe usted bien cuánto se lo agradecemos.

Extremadura no tiene autopistas, ni tren de alta velocidad, ni tampoco de velocidad mediana, ni industrias que empleen a decenas de miles de personas, ni plaza fija en todos y cada uno de los telediarios; no tenemos equipos de fútbol en primera división, en realidad no tenemos nada de primera división, ni tampoco un palacio de la ópera, ni nos queda el rescoldo de unos juegos olímpicos, ni somos una referencia internacional como Cataluña con sus embajadas propias y su canesú, pero, eso sí, somos "el mejor de los mundos". Usted lo ha dicho.

Un mundo tan bueno, tan generoso que, durante décadas, hasta ha podido desprenderse de lo mejor de sus gentes, de sus jóvenes, para enviarlos a enriquecer a Cataluña. Porque los extremeños que salieron de sus pueblos con la maleta en la mano no eran emigrantes, señor Mas, no señor. Eran ángeles que levitaban en el mejor de los mundos, sin necesidad de alimentos ni de vestidos ni de cultura ni de sanidad ni tampoco de diversión; ángeles que nacieron en el paraíso extremeño y volaron hacia Cataluña, para hacer que prosperase la sociedad catalana. Por pura generosidad, ya ve, los extremeños somos así.

Y fíjese usted, señor Mas, si Extremadura será "el mejor de los mundos" que habiendo perdido casi 500.000 ángeles, la tercera parte de su celestial población, continúa siendo un paraíso. Eso no lo hubiese aguantado Cataluña, señor Mas, ¿a que no?

El presidente del Gobierno de Cataluña
mira a Extremadura con lentes de aumento.
(Fotografía bajada de Internet)
Claro que nuestra felicidad, la de los extremeños, la de los que seguimos viviendo en el mejor de los mundos, como usted bien sabe, y la de los ángeles que hicieron la maleta y volaron, no puede ser perfecta ni redonda ni rotunda, pues vemos que a pesar de nuestro esfuerzo, Cataluña no despega y no deja de quejarse, la pobre, seguramente porque sigue teniendo gobernantes mezquinos (acepciones segunda, tercera y siguientes según se entra en el diccionario de la Real Academia de la Lengua), como usted señor Mas, que para sacar la cabeza de su inmunda mediocridad necesita pisotear (segunda acepción) a Extremadura y a los extremeños.

Al humillar (tercera acepción) a Extremadura, usted, señor Mas, se comporta como un miserable. (Primera acepción). Tiene usted no poco de fantoche (primera y cuarta acepciones), pero lo peor señor Mas es que ya casi nadie se cree que de verdad se apellide usted Mas. En realidad, cada día se le ve más venido a Menos. Sólo alguien que no es nada puede recurrir, como ha hecho usted, a la genialidad de compararse con la última referencia estadística de la Unión Europea, en todos los índices de desarrollo socio-económico, para sacar la cabeza, señor Menos. Pero gracias de todos modos.

¡Ah! y por favor, dele recuerdos a mi paisana Filo, que vive en Tarragona. Y, ¿cómo no?, también a mi amigo y condiscípulo José, al que en Barcarrota, nuestro pueblo, seguimos llamando Guache, que hace ya muchos años hizo la maleta, formó un hogar en Cataluña y tiene hijos catalanes, señor Menos. Los dos son muy buena gente, se lo aseguro. Dos ángeles sin paraíso.

jueves, 12 de diciembre de 2013

- El periodismo era ir, verlo y contarlo,

 pero las ruedas de prensa lo han convertido en una misa

 con grabadoras y folios grapados.


miércoles, 11 de diciembre de 2013

Transacciones


José Joaquín Rodríguez Lara


Durante la transición hubo muchas transacciones. Transacciones políticas, necesarias para que España pudiese pasar de la dictadura a la democracia. 

Sin embargo, por aquellos años no se hablaba de transacciones; lo que hacía furor era el consenso. La palabra de moda. Pero el consenso es el fruto mondo y lirondo de la transacción; para que haya consenso hay que transaccionar, hay que negociar, es necesario salir de las trincheras ideológicas, de las partidarias o de las puramente interesadas y ceder hasta hallar un punto de equilibrio que no disguste a nadie o que moleste lo menos posible a todos.

Ya casi no hay casos de consenso en la política española, pues la transacción exige generosidad y altura de miras y hace tiempo que la cebada dejó de estar para pitas. No obstante, en ocasiones hay conatos de transacción y hasta brotes de consenso, aunque la mayoría de las veces no pasan de alianzas circunstanciales contra alguien.

Así ocurrió durante la primera jornada del pleno en el que se debate el proyecto de Presupuestos extremeños para el año 2014. La sesión resultó anodina, tediosa y hay periodistas que se preguntaban en voz alta: ¿pero qué titular le pongo yo a esto?

Aparentemente no había noticia a la vista y, sin embargo, en el hemiciclo se estaba produciendo algo bastante inusual: de espaldas a la tribuna de oradores, los grupos políticos, sobre todo los de la oposición, estaban transaccionando, negociando, llegando a acuerdos con la intención de dejar su impronta en la ley, en el caso de los desheredados, o como estrategia para mejorarla o no permitir que se la desfiguren, en los dominios del Partido Popular.

Las votaciones para aprobar la ley, que pondrán broche al pleno, y la posterior ejecución del Presupuesto, a lo largo del año 2014, mostrarán los frutos de la transacción que burbujeaba en el hemiciclo, si no se queda en simples esbozos de pompas removiéndose inquietas en el hondón de una olla puesta al fuego con agua. Poca cosa. Nadie espera que estas transacciones sean el atisbo de una transición generosa hacia una política más humana y más ciudadana.

Ya digo que la cebada no está para pitas, así que en medio de la algarabía parlamentaria alguien volverá a reclamar consenso con la misma urgencia y desesperanza que se pide lógica en mitad del caos, o se exige calma ante una estampida que resulta inevitable. ¿Transacciones? Con el rodillo de Ibarra estas cosas no pasaban. Salvo por razones de fuerza mayor. ¿Verdad, Juan Ignacio Barrero?

jueves, 5 de diciembre de 2013

La Edad Mandela


José Joaquín Rodríguez Lara


La historia es un hilo lleno de nudos. Cada uno de ellos representa un hecho memorable, un acontecimiento, una tragedia, un triunfo, un descubrimiento, una catástrofe... Son hitos que segmentan el contenido del ovillo histórico en tramos, en guerras, en imperios, en reinados, en regencias, en revoluciones, en repúblicas, en dictaduras, en atonías y en todo lo que empieza y termina y tiene gran repercusión social.

Tenemos la Prehistoria y la Historia, la Edad de la Piedra, la Edad de los Metales, la Edad Media, la Edad Moderna y la Edad Contemporánea, que a pesar de los pesares parece seguir vigente, pues aunque se habla de la Era Espacial aún no se ha generalizado la expresión Edad Espacial que, además, ya parece superada en repercusión por la Edad de Internet y de las Nuevas Tecnologías y hasta por la Edad de la Ingeniería Genética.

La invención de la escritura terminó con la Prehistoria y dio paso a la Historia. La Edad de la Piedra concluye al descubrirse el uso de los metales. La Edad Media es el tramo comprendido entre la caída del Imperio Romano y el descubrimiento de América. La Edad Moderna arranca con la toma de Constantinopla y la invención, por Gutenberg, de la imprenta de letras reutilizables (tipos móviles), y se agota con la Revolución Francesa, que da paso a la Edad Contemporánea, aunque para los ingleses todavía seguimos en la Edad Moderna.

En poco más de 200 años, entre la Revolución Francesa (julio de 1789) y hoy, hemos hecho tantos nudos en el hilo de la historia, pero tantos, tantos, tantos, que hay acontecimientos malos y buenos más que suficientes para haber consumido una docena de edades.

Vivimos bombardeados por los cambios. Nunca antes había desfilado la historia con tanta velocidad, nunca se había dejado atrás el futuro casi sin haberlo estrenado. Hay españoles, con 50 o más años, que tienen un pie en el Imperio Romano, pues conocieron el arado de palo y las carretas tiradas por bueyes, y el otro pie en el futuro que les está impactando con una lluvia de nuevas tecnologías y otras estrellas fugaces.

Ignoro cual será el próximo hito que dejará su huella en el ovillo, pero la muerte de Nelson Mandela, al que los más cercanos llaman Madiba, es un hecho con suficiente peso internacional para abrir un capítulo de la historia. 

No porque haya muerto una figura pública admirada y respetada en todo el mundo; tampoco por la desaparición de un estadista de talla mundial, sino porque su muerte, a los 95 años, es el colofón a una trayectoria pública difícilmente superable.

Se nos ha muerto un ser humano ejemplar, tal vez irrepetible, pero nos queda su ejemplo, su lección de rebeldía, de dignidad, de generosidad, de altura de miras, de capacidad para convertir la esclavitud en libertad y a los carceleros en ciudadanos merecedores del perdón.



Mandela luchó contra la segregación racial practicada en Suráfrica y ganó; combatió el odio y lo venció; se enfrentó al pasado y lo derrotó. Se ganó el respeto y la admiración de todo el mundo, incluso hasta entre sus enemigos, por su resistencia, por su integridad y por no caer en la venganza.

Suráfrica era un estado abominable y Mandela lo convirtió en un estado respetable. Lo importante de Mandela no es que se nos haya ido, sino que lo tuvimos durante 95 años y que nos enseñó; su nacimiento tuvo infinitamente más importancia que su muerte, pero nunca se sabe si la criatura que acaba de nacer será una gran persona o un ser abominable, y siempre se tiene la certeza de si fue admirable o despreciable cada persona que fallece.

Como escribió Lorca en su 'Llanto por Ignacio Sánchez Mejías', "tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace" un ser humano como Nelson Mandela, cuya vida ha marcado toda una era en el hilo de la historia y cuyo ejemplo sólo es equiparable al de Mahatma Gandhi, que como Madiba fue abogado, político y padre de un estado, la India, en un territorio sometido a la colonización británica. 

Ojalá su muerte sea el arranque de una etapa histórica en la que no se apague su ejemplo, el principio de una era de inmaculado respeto a la dignidad y a la libertad del ser humano, el inicio de una nueva edad a la que, para mantener siempre en la memoria las enseñanzas del expresidente surafricano, deberíamos llamar la Edad Madiba o la Edad Mandela.

- La especie humana surgió en África y en África nació Nelson Mandela,

 un hombre cuya trayectoria pública siempre honrará a la humanidad.


- El arte es la distancia que separa al erotismo de la pornografía.


- La neblina, ese celaje que desnuda al paisaje con sus dedos de harina.


miércoles, 4 de diciembre de 2013

O un pedro ximénez


Hay al menos un ingrediente que no puede faltar en una cocina. No es el aceite de oliva ni el ajo ni la sal; tampoco es el menaje y ni siquiera se trata del fuego. Es un ingrediente contradictorio, pues resulta barato pero tampoco abunda. Se llama imaginación. 

Sin una pizca de imaginación, millones de madres y de padres no podrían alimentar a sus hijos y la humanidad se habría extinguido hace varios milenios.

La imaginación se utiliza mucho para complicar las cosas sencillas y entonces se la confunde con la fantasía, que es un aliño diferente y resulta muy apreciado en las cocinas de alto standing, o de standing normal pero televisado. Lo mejor de la imaginación es que convierte en fáciles las cosas complicadas y entonces el común de los mortales no la llaman imaginación, sino destreza, maña, experiencia y hasta chiripa.

Con fantasía se puede componer un menú fantástico, y con imaginación es posible confeccionar un fantástico menú, una comida sencilla de preparar, barata, nutritiva, sana y apetitosa. Hay muchos ejemplos, pero sólo voy a poner uno.

Ponga al fuego un recipiente hondo lleno de agua en tres cuartas partes de su capacidad. Añádale al agua una hoja de laurel, un trozo de apio y unos cascos de cebolla.  Pele cuatro o cinco langostinos frescos por comensal y deposite en el recipiente las cabezas y los demás residuos resultantes de limpiar el marisco que, una vez descortezado, reservará en un plato.

Pele ocho o diez dientes de ajo y córtelos en láminas. Lave un pimiento verde, una cebolleta grusa, un par de zanahorias, un puerro, y doce o más vainas de judías verdes. Pique cada uno de estos ingredientes en trozos pequeños. Lave también una hoja de laurel.

Ponga al fuego un recipiente de boca amplia con dos o tres cucharadas de un buen aceite de oliva. Cuando el aceite empiece a templarse, añádale, por este orden, el laurel, las láminas de un par de dientes de ajo, la cebolleta, la zanahoria, las judías verdes, el pimiento y un poco de sal. Remueva con una paleta de madera y sofría a fuego moderado.

Una vez que la cebolla haya alcanzado el estado de transparencia, ponga en el recipiente carne de magro de cerdo ibérico cortada en dados no muy grandes. Remueva hasta que la carne cambie de color y muestre signos de que empieza a cocinarse. Añádale un tazón o más de guisantes, frescos o congelados, y una cantidad similar de espárragos silvestres. Si son frescos, mejor, pero también valen los congelados.

Dele un vistazo al recipiente en el que se están cociendo las cabezas de los langostinos y, si lo considera necesario, retire la espuma con la espumadera.

Copa de pedro ximénez. (Imagen bajada de Internet)
Vierta sobre la carne de cerdo y las verduras que está rehogando medio vaso de vino blanco y suba la potencia del fuego sin dejar de remover. Una vez que el alcohol del vino se haya evaporado, añada media taza del clásico arroz bomba por comensal y remueva para que el grano absorba los sabores de las hortalizas, del vino y de la carne. A continuación, ponga agua en el recipiente hasta alcanzar tres cuartas partes de su capacidad. Antes de que el caldo resultante empiece a hervir, pruébelo y rectifique la cantidad de sal si fuese necesario. Una vez que se haya iniciado la ebullición, vaya bajando paulatinamente la intensidad del fuego, que deberá ser mínima cuando el arroz ya esté casi cocido.

Dele otro vistazo a las cabezas de langostinos y retire el recipiente del fuego, pues el caldo de marisco ya estará listo. Aproveche el calor de ese mismo hornillo para calentar medio dedo de aceite de oliva en una sartén amplia. Eche en el aceite dos o tres cayenas pequeñas, pero visibles y controlables, y fría en ese aceite el resto del ajo laminado. Retírelo cuando empiece a dorarse y resérvelo mientras continúa friendo las cayenas en el aceite.

Ponga en esa sarten los langostinos limpios que había reservado y cocínelos durante un par de minutos, vuelta y vuelta. Retírelos y resérvelos en una fuente. 

Casque uno o dos huevos por comensal y fríalos en el mismo aceite en el que ha cocinado los langostinos.  Retire y tire las cayenas, ponga los huevos fritos en la fuente con los langostinos, añada las láminas de ajo frito y, si lo considera oportuno, una o dos cucharadas del aceite que haya quedado en la sartén.

Pruebe el arroz con magro de ibérico y verduritas y, si está en su punto, retírelo del fuego y llévelo a la mesa, en la que debe haber pan tierno para mojar en los huevos.

Tanto el arroz como los huevos con langostinos pueden acompañarse con una copa de vino varietal; preferiblemente un buen blanco.

El postre de este sencillo menú puede consistir en fruta del tiempo, en una jícara de chocolate negro y hasta en una copa de pedro ximénez o un oporto dulce.


Las migas del plato


Primero.- El magro debe ser de cerdo ibérico, pues su sabor es incomparablemente mejor que el de cualquier otra especie porcina.

Segundo.- En lugar de langostinos frescos pueden utilizarse langostinos congelados, incluso ya pelados, o gambas igualmente peladas y congeladas. Los productos congelados no alcanzan el buen sabor de los frescos, pero pueden resultar más asequibles y dan menos trabajo. Eso sí, en el caso de utilizar marisco congelado es necesario esperar a que se descongele, hay que lavarlo en el chorro del grifo y escurrirlo bien, pues de no hacerlo así soltarán agua en la sartén, el aceite se convertirá en un caldo y en vez de freírse se cocerá.

Tercero.- Para comprobar el grado de picante adquirido por el aceite en el que se fríe la cayena puede poner en la sartén un trozo de pan y probarlo. No se limite a morderlo, cómaselo pues el picor es más intenso en el retrogusto. 

Cuarto.- Una vez que esté frío, el caldo de cocer las cabezas de los langostinos o las gambas se cuela y se guarda para cocinar otro día un arroz o unos fideos gordos.

Buen provecho.


José Joaquín Rodríguez Lara