jueves, 31 de octubre de 2013

Emigrar hacia dentro


José Joaquín Rodríguez Lara


La emigración destrozó a Extremadura durante los años 60 y 70 del siglo pasado. La región extremeña -que está en el suroeste de España, aunque hay mucha gente que todavía no lo sabe- perdió una tercera parte de su población, entre 300.000 y 400.000 personas. Son muchas para un tierra que se apaña con el millón de habitantes; son tantas que Extremadura todavía no se ha recuperado de aquel mazazo migratorio.


Fue como si se rompiese el tapón de la alberca, lo más parecido a destapar el sumidero del estanque y que las tinieblas arrastrasen el agua y todas las ilusiones disueltas en ella para regar de extremeños, de mano de obra barata, otras tierras, para fertilizarlas y hacerlas prosperar, mientras Extremadura se quedaba seca, sin sangre en los surcos, al borde del finiquito, víctima de un irrefrenable vórtice poblacional, que diría mi admirado Manuel Vicente González, futbolista con más clase, más madridista y, sobre todo, mucho mejor escritor que Jorge Valdano, a quien Dios mantenga fuera del Madrid.


Aquella hemorragia emigratoria, aquel río de lágrimas, aquel desfile de maletas heridas -hacia Alemania, a Suiza, a Bégica, Móstoles, Bilbao, Hospitalet, Luxemburgo, Francia, Pamplona, etcétera- desgajó familias, vació pueblos, robó talentos y trastocó definitivamente los pasos de Extremadura. 

 

Como hijo de emigrante -mi padre trabajó durante once años en Alemania- conozco perfectamente todo lo malo y, también, lo bueno que nos acarreó la emigración a los extremeños. La herida de las ausencias se cerró, pero cinco decenios después, 50 años, que se dice pronto, ahí sigue la cicatriz, el chirlo imborrable que nos cruza la cara.


Los extremeños que ahora tienen 20 o 30 años no vivieron aquel proceso desgarrador, pero la mayoría de ellos están sufriendo otro no menos doloroso: la crisis, ese pozo negro de la economía que tanto tiene también de sangría migratoria. Y no solo porque se ha vuelto a romper el tapón de la alberca y por ese sumidero perdemos a los mejores, a los jóvenes con más preparación y con más fuerzas para asegurar la fertilidad de la región que les vio nacer, sino porque la crisis está originando en Extremadura otro tipo de emigración igualmente perniciosa: la emigración hacia dentro.


Quienes nos hemos quedado sin empleo y hemos visto reducirse o desaparecer nuestros ingresos, sin encontrar algún modo de vida laboral más allá de los límites regionales, estamos siendo arrastrados por un remolino, por un torbellino interior, por ese vórtice del que habla Manuel Vicente González. Es una emigración sin maletas, pero con despedidas, con lágrimas, con miedos y con incertidumbres. Aquellos emigrantes conocían el destino y la duración de su viaje; la mayoría de los actuales, no. Es una emigración que no te lleva a Suiza, pero que te encierra en tu casa, si la tienes; que no te obliga a cambiar de idioma, pero que te deja sin palabras; que no te impone costumbres ajenas, pero que te roba las tuyas; una emigración que no vacía los pueblos, pero que vacía las calles, las tiendas, los bares, las empresas, etcétera, etcétera, etcétera.


Tras el dolor de la marcha, los emigrantes extremeños de los 60 y de los 70 volvían al pueblo de vacaciones, menos negros, menos flacos, más risueños y decididos a casarse, a comprarse una casa, un huerto, un coche... Habían ido a ganarse la vida al fin del mundo y lograron vivir y darle vida a sus familias. Por el contrario, los emigrantes de esta emigración hacia dentro no volvemos a casa de vacaciones porque estamos en casa sufriendo unas vacaciones forzosas; además, estamos más negros, mucho más que cuando estalló la crisis; en general, hemos perdido peso; reímos menos y no abundan los planes de boda ni de compras de casa, de huertos o de coches. Nos han robado el horizonte.


La herida de la crisis, de la emigración interior se encuentra aún tan abierta en Extremadura, tan palpitante, que resulta temerario predecir cómo será la cicatriz que nos deje; pero la dejará, sin duda que la dejará.

- La televisión que no es espectáculo no es televisión.


martes, 29 de octubre de 2013

¡Renko, vuelve, aunque sea a pie!


José Joaquín Rodríguez Lara


La policía ya no es lo que era. La policía cuyas peripecias interesan al común de los mortales, esa policía a la que se ve venir sentados, porque nadie recela de ella, ni se oculta ni corre que se las pela nada más verla, la policía de las series policiacas, la policía que llena las horas de la televisión ya no es ni sombra de lo que fue.


La policía de antes estaba llena de agentes bragados, de polis de pelo en pecho que dejaban de mordisquear el donut para lanzarse a perseguir a los malos a golpe de sirena en automóviles a prueba de obstáculos, aquellos vehículos que saltaban como corzas, sin importarles destrozar docena y media de coches, entre propios y aparcados, para conseguir detener a un raterillo. De esa policía ya no hay.


Los polis de ahora son otra cosa. Están más tiempo en la comisaría que en la calle, no realizan espectaculares persecuciones con sus coches patrulla, casi no los arañan y prácticamente no encienden las sirenas. Más que agentes de la policía, los policías actuales parecen jugadores de ajedrez plantados ante el tablero en el que intentan componer el puzle del delito: anotaciones con rotulador gordo, croquis, fotografías de la víctima, de los sospechosos, del arma, del escenario del crimen... Los polis modernos conjeturan mucho y disparan poco.

 

Stana Katic y Nathan Fillion, protagonistas de 'Castle'.

Pero lo más sorprendente es que resuelven sus casos gracias a la intervención decisiva y no pocas veces chusca de personas que no son policías. A la detective Kate Beckett le presta ayuda el escritor de novelas de misterio Richard Castle. 

 

¿Qué sería de la agente Lisbon sin las peculiares ocurrencias de Patrick Jane, el rubio que piensa tumbado en un sofá? ¿Y qué decir de ese Sherlock Holmes con pinta de loco, encarnado por Jonny Lee Miller, exmarido de Angelina Jolie, que le da sopas con honda a la policía de Nueva York mientras una hermosa doctora Watson (Lucy Liu) con rasgos orientales intenta ponerle a salvo de sus sorprendentes perturbaciones mentales? 

 

Patrick, el mentalista, y Lisbon, la policía, en plena faena.

Estos agentes sin placa no sólo le hacen la mitad del trabajo a los ficticios policías de verdad, sino que hasta le dan nombre a las series: 'Castle', ''El mentalista', 'Elementary', señora Watson...

 

En 'Mentes criminales' la participación de los auxiliares de la policía alcanza cotas extraordinarias, con ese manojo de perfiladores criminales, de expertos en el análisis de conductas erradas, que recorren el planeta del delito cazando a los criminales más retorcidos. ¿Qué cosa puede hacer un policía que no esté al alcance de un lingüista o de un psicólogo? Nada.


Dirá usted, y lo dirá con parte de razón, que estas rarezas solo pasan en las series policiales extranjeras y no en todas, pues cuando las televisiones españolas hacen series de policías, las hacen a conciencia, y ahí están 'El comisario' y 'Los hombres de Paco' para demostrarlo. Y lo que usted dice sería totalmente cierto si en España no hubiésemos hecho también series como 'Los misterios de Laura', en la que Laura, lógicamente, exmujer de un comisario, le enmienda la plana profesional a su exmarido un capítulo sí y al siguiente, también.


Rodrigo Noya y Diego Martín, de 'Hermanos y detectives'.

Y eso no es nada, pues también tuvimos una serie, 'Hermanos y detectives', en la que el pequeño Lorenzo, niño inteligentísimo, locuaz y de acento argentino, le solucionaba los casos a Daniel Montero, su hermano mayor, agente de medio pelo, prudente y español. Cosas que pasan en cualquier comisaría patria. 

 

Por no referirnos a 'Brigada Central', ambientada en plena transición política, con un Imanol Arias encarnando al gitano inspector jefe de policía Manuel Flores, casado con la gachí Assumpta Serna, empeñado en defender la ley y el orden aunque tuviera que enfrentarse a su propio padre, un patriarca gitano interpretado por el extraordinario actor José María Rodero. Ya digo, cosas que pasan cada día en cuaquier comisaría española.


Pero, volviendo a los mencionados parapolicías de estos tiempos, sus hazañas se quedan en nada si nos remontamos a Jessica, la nunca bien ponderada señora Fletcher, descollante protagonista de 'Se ha escrito un crimen', que primero escribía los homicidios y luego los resolvía, con lo que los policías, si es que había policía en la serie de la señora Fletcher, solo tenían que firmar los folios del atestado pues les daban las soluciones sujetas con lazo y envueltas en celofán.


Grisson, un policía de bata y laboratorio.

Y no crea que me olvido de C.S.I. Las Vegas, Miami y Nueva York. Ni por un momento. La serie escrita por el conductor de autobuses Anthony Zuiker es de lo mejor que se puede ver actualmente en la
House,  médico de armas tomar.
televisión, en lo que a historias policiales respecta. Aquí se invierten los papeles y Grissom y compañía lo mismo disparan y te esposan, que te hacen un análisis de orina sin necesidad de que pidas cita previa en el ambulatorio. Lo que engancha de C.S.I.
(Crime scene investigation) es que nos hagan creer que son policías cuando en realidad son médicos, al contrario de lo que ocurre con House, que dice ser médico pero se comporta como lo que es, un sargento de hospital. 

 

En cualquier caso, C.S.I. es la policía total; ni la Wikipedia sabe tanto de todo. Al lado de un C.S.I., el exmarine y policía de 'Bones', 'Huesos', se queda en simple capitán del equipo de rugby del instituto. Suerte que en 'Bones', inspirada en la vida de la antropóloga y escritora Kathleen Joan 'Kathy' Reichs, siempre nos quedará al menos la belleza acerada y encerada de la doctora Brennan.


El capitán Furillo y Joyce con el sargento Philip.

En este repaso a las series policiacas de nuestra vida no puede faltar la más venerada por quienes han vivido lo suficiente para tener recuerdos, pero no lo bastante como para haber perdido la memoria: 'Canción triste de Hill Street'. Esta sí que era una serie policial; aquello sí que era una comisaría. ¡Qué movimiento, qué realismo, qué desfile de extras, qué calidad, qué productividad contra el delito! Los buenos contra los malos sin psicólogos ni novelistas ni análisis clínicos. 'Canción triste de Hill Street' nunca aburría; y eso que, un capítulo sí y otro también, la acción transcurría entre las dos escenas más repetidas e imprescindibles: pasando revista a los casos del día, a primera hora de la mañana, en la comisaría, y el capitán Frank Furillo y la abogada Joyce Davenport, ya entrada la noche, pasándose revista mutuamente, en el dormitorio.

 

¡Renko, deja el donut y vuelve, aunque sea de mentalista!

 

Renko, el poli de 'Hill Street' que comía donuts y bebía cafés entre disparo y disparo.



lunes, 28 de octubre de 2013

- Nada envejece más rápidamente que la modernidad.

El primer cocinero


José Joaquín Rodríguez Lara


'Cocinar hizo al hombre', tituló uno de sus libros (Barcelona, Editorial Tusquets, 1979), el farmacéutico, biólogo y antropólogo Faustino Cordón Bonet, que nació en Madrid, pero tuvo una interesante vinculación con Extremadura; su padre era de Fregenal de la Sierra y él mismo residió durante su infancia en el sur de la región.

 

Faustino Cordón Bonet. (Fotografía bajada de Internet)

En esa obra, la más divulgativa de todas las que recogen su pensamiento, el notable científico expone el proceso evolutivo de los homínidos y el salto cualitativo, tanto nutricional como cultural, que supuso para la humanización el hecho de cocinar los alimentos. 

 

La inmensa mayoría de los animales silvestres, desde los herbívoros hasta los carnívoros, pasando por los insectívoros, ictiófagos y nectaríferos, consumen sus alimentos tal y como los encuentran en la naturaleza, sin procesarlos previamente. El ser humano, no. Las personas cocinan la gran mayoría de la comida que ingieren. Podría decirse que el humano es el único ser del reino animal que lo hace, aunque no sé hasta qué punto resulta exacta esta afirmación. 

 

Por ejemplo, las selváticas hormigas cortadoras de hojas no se alimentan de las hojas que acarrean, sino que sobre ellas, en el interior de sus hormigueros, cultivan un hongo que les sirve de alimento. Por lo tanto, realizan una manipulación de sus nutrientes, aunque sólo sea a nivel de cultivo. Hay otras especies de hormigas, mucho más cercanas, que en vez de ser agricultoras son ganaderas y pastorean a los pulgones, a los que ordeñan, como si fuesen ovejas, para extraerles un líquido azucarado que les encanta sorber. También hay hormigas que se convierten en odres vivos y almacenan en su abdomen ese licor, para poder facilitárselo a su compañeras cuando se lo demandan. ¿Se comportan estas hormigas expendedoras como simples vasijas o, además, procesan el caldo azucarado haciéndolo madurar en sus buches?

 

Más patente aún es el caso de las abejas que liban el néctar de las flores y lo transforman en miel tras pasarlo por sus estómagos y hacerlo fermentar. Y luego se alimentan, entre otras cosas, con una mezcla de miel y polen, el llamado pan de abeja. Las abejas melíferas tal vez no cocinen, pero lo que hacen con el néctar y el polen se le parece mucho.

 

Reproducción de un mural de Banksy.

Pero tenía razón Faustino Cordón (22 de enero de 1909 / 22 de diciembre de 1999) cuando escribió que cocinar hizo al hombre; es decir, que dejamos de ser simples animales que se alimentaban de las hojas, granos, frutos, raíces, de los animalillos y de la carroña que nos caía a mano, para pasar a ser personas expertas en recolectar y producir los alimentos que nos apetecen y a manipularlos hasta convertirlos en un producto que nos resulte aún más apetitoso.


Un hombre compra pan en una máquina expendedora de barras.

Empezamos cocinando en el hogar, en el fuego del campamento, y hemos terminado comprando la comida preparada en máquinas tragaperras situadas en los lugares de paso o de concentración de público. Entre asar un trozo de carne sobre las brasas de la lumbre tribal y sacar de una máquina un pastelillo de chocolate -"su bizcocho, gracias"- hay un largo camino; recorriéndolo hemos llegado hasta donde estamos y a ser lo que somos.


La cocina es un gran invento, pero seguramente nadie la inventó, sino que fue un descubrimiento. Lo mismo que los milanos, las águilas, los cernícalos y otras rapaces, además de aves como las cigüeñas blancas y algunos córvidos, sobrevuelan los incendios para cazar a los animalillos que, despavoridos, huyen de las llamas, es muy probable que nuestros antecesores homínidos buscasen entre las cenizas y los troncos humeantes aquellas presas que no habían logrado huir del fuego. Descubrir que la carne que estuvo al alcance de las llamas se digería mejor, y hasta resultaba más apetecible, que la carne cruda debió de ser solo cuestión de tiempo; de miles o millones de años, pero de poco más.


Así que el primer homínido que cocinó no lo hizo con mandil y una lista de ingredientes en la mano, sino con una pizca de sentido común entre las orejas, lo que le permitió intuir que la comida estaba lista antes de que se carbonizase.

 

Todo empezó, seguramente, con una lumbre, un animalillo sin descuartizar y un palo para voltearlo entre las brasas. Lo de Ferrán Adrià cocinando con nitrógeno líquido en el restaurante 'El Bulli' tan solo es el penúltimo eslabón evolutivo de la feliz ocurrencia que tuvo un homínido avispado, con hambre y sin incendio forestal que llevarse a la boca.

 

Si las llamas no van a mi comida, llevaré mi comida a las brasas.

 

domingo, 27 de octubre de 2013

- El rencor es una larva que se abre paso a dentelladas,

 atravesando el pedernal, el acero y hasta el corazón,

para esperar su momento.


miércoles, 23 de octubre de 2013

- Conviene serle fiel a los zapatos, pues, aunque el corazón perdona las traiciones, los zapatos no tienen corazón.


- Escribir poemas, tanto si son de rima libre como si se ajustan a la métrica clásica, es relativamente sencillo. Lo complicado, lo auténticamente difícil es hacer poesía. Los versos están al alcance de cualquiera, la poesía, no.

lunes, 21 de octubre de 2013

Bailes regionales


José Joaquín Rodríguez Lara


El folclore siempre es regionalista, pues en el caso contrario no existiría, sería música clásica, pero el regionalismo no debe caer en los comportamientos folclóricos, ya que se empieza enseñando los pololos y se termina con las posaderas al aire. Todos los intentos que ha habido hasta ahora en Extremadura para poner en marcha una fuerza política regionalista han fracasado por la misma razón: la endeblez argumental.

En Extremadura hay muchas personas que se sienten regionalistas y que apoyarían a un partido que centrase su acción política en la defensa de los intereses extremeños, sin que ello conllevase una lucha encarnizada contra España como realidad jurídica, histórica y de convivencia. Si el regionalismo no ha triunfado en esta región ha sido porque las personas que han impulsado las diferentes iniciativas no han querido o no han sabido mantener ese impulso. Desde Enrique Sánchez de León, que creo AREX para presentar sus credenciales en UCD y ser ministro, hasta Pedro Cañada, que desalentado por UCD, partido con el que había sido senador, creó Extremadura Unida sin conseguir jamás en las urnas el apoyo necesario para convertirse en fuerza política clave en un arco parlamentario, que es  desde donde se gobierna sin estar en el Gobierno. Actualmente, Extremadura Unida tiene un escaño en el grupo parlamentario del Gobierno extremeño que preside José Antonio Monago.

La coalición PREX-CREX (Partido Regionalista Extremeño - Convergencia Regional Extremeña) es la otra presencia expresamente regionalista que hay en el Parlamento de Extremadura. Tiene dos diputados, que concurrieron a las elecciones en coalición con el PSOE y han roto el acuerdo, para formar grupo parlamentario propio cuando ya solo queda cuarto y mitad de la legislatura.

Estanislao Martín, en el centro, secretario general
de PREX-CREX, flanqueado por Damián Ramón Beneyto Pita,
a la derecha, diputado de la coalición en el Parlamento extremeño,
y por otro dirigente de la coalición, anuncia el órdago parlamentario.
(Imagen publicada por  la información.com)
Tras abandonar el grupo del PSOE, quieren abrirse un hueco de cara a las próximas elecciones y han empezado por el a b c del catón político: conseguir protagonismo, ganar notoriedad. Es lo normal en estos casos. La notoriedad y el protagonismo son, sin embargo, armas de doble filo y en ocasiones se vuelven contra quien las emplea. La coalición PREX-CREX se ha lanzado a la pista de baile con un órdago al resto de la oposición: o presentan una moción de censura, encabezada por el socialista Guillermo Fernández Vara, contra el presidente José Antonio Monago o apoyan el proyecto de presupuestos que avala el grupo popular.

El órdago a grandes y a chicos ha sorprendido, pero la reacción de los retados no puede sorprender a nadie: ni el PSOE ni IU-Verdes-SIEX aceptan el ultimátum. No lo considerarán viable u oportuno o efectivo o  serio. O lo que sea, pero no lo consideran. Además, ¿quién va aceptar un ultimátum de alguien que, hoy por hoy, carece de fuerza para imponerlo? Nadie. Así que el órdago planteado como la gran ocasión de darle la vuelta a la tortilla política extremeña se ha quedado reducido a una mera pirueta de los danzantes.

Estas cosas se deben negociar antes de hacerlas públicas, para no sufrir el desaire de sacar a bailar a media verbena y que nadie acepte bailar contigo. Vamos, salvo que se busque precisamente eso, decirle a los extremeños que en el Parlamento de Extremadura nadie quiere bailar a tu ritmo. Pero así ni se gana credibilidad ni se hace región ni, por supuesto, se potencia el regionalismo. Al pasado me remito.

domingo, 20 de octubre de 2013

viernes, 18 de octubre de 2013

Gatos de caza


José Joaquín Rodríguez Lara


Era rubia, lustrosa, independiente, presumida y cariñosa. La llamábamos Mansita y se ganaba el nombre a pulso cada día. Era la gata, la primera gata que, hasta donde me alcanza la memoria, durmió en mis ojos.

Vivíamos entonces en la finca La Cocosa, cerca de Valverde de Leganés y no lejos de Badajoz. Mi existencia se repartía entre el chozo que levantó mi padre y la casilla de la granja, que consistía en una sola habitación.

En el chozo teníamos la candela, una mesita tocinera, sobre la que cada día comíamos los garbanzos, ollas con la panza ennegrecida por el fuego, platos, cucharas, cántaros de barro, algunos asientos y otros utensilios domésticos. En la casilla estaban la cama que compartían mis padres, la que yo compartía con mi hermano Antonio, la cuna de Servando y una bicicleta de carreras, de segunda mano, que mi padre le había comprado al señorito Juan. También había un baúl.

Nada echaba yo de menos entonces y ahora tampoco añoro aquellos años, aunque he recordado algunos episodios de mi infancia, no sabría decir si triste o feliz, al ver en la calle una gata -porque era gata, seguro- prácticamente idéntica a Mansita.

En mi familia casi siempre ha habido perros de caza, pero en aquellos años hasta había gatos que cazaban. Mansita era una gran cazadora. Nunca la vi con un ratón entre los dientes; en el campo, y particularmente en los chozos, no suele haber ratas ni ratones domésticos y el ratón de campo, si se acerca a los avíos, toma lo que puede y huye a la seguridad de su cubil, donde no hay perros ni gatos ni tampoco escobas ni ramajos que le persigan. Tampoco vi jamás a nuestra gata subida en un árbol, al acecho de los pájaros, aunque no dudo que lo hiciese. Si digo que Mansita era una gran cazadora es porque cazaba conejos; conejos de campo, como si fuese un podenco.

La Cocosa, donde los romanos construyeron una villa de la que hay restos en el Museo Nacional de Arqueología, en Madrid, fue en tiempos un enorme encinar. Yo llegué a ver las últimas encinas que rodeaban el cortijo y asistí a su descuaje, para facilitar el paso de los tractores al labrar y, sobre todo, de la cosechadora. Llevaron al cortijo un tractor oruga que arrastraba un enorme arado; el tractorista lo aculaba contra el troncón del árbol, metía la marcha atrás y la encina caía con estrépito dejando al aire un cepellón -la porra-, enorme, llenó de tierra nunca vista y raíces quebradas. Así fue como, en los años 60, La Cocosa pasó de ser un encinar a lo que es ahora, una finca prácticamente desarbolada, en la mayor parte de su enorme extensión, en la que prosperan a sus anchas, sin que nada les haga sombra, la vid y el cereal. Quedan en pie, como muestra de lo que fue un bosque lleno de animales silvestres, algunas encinas y unas decenas, o menos, de pinos piñoneros en El Majadal de Hilario, en La Charca el Pino y en el cuartón que linda con el Carril de las Lanas, en el que está el Pozo de la Sarna, así como en la zona del Cordel.

Cuando La Cocosa era un encinar, las encinas se podaban para sanearlas y carbonear la leña. Las taramas resultantes de la poda se apilaban en un taramero, instalado en las traseras del cortijo, y de allí se retiraban cuando hacían falta en los chozos para la lumbre o para cualquier otro uso. El taramero era tan enorme que un año se abrió en su interior un corral para encerrar una punta de vacas. Y no fue difícil; bastó con despejar de taramas el centro del taramero. Las taramas que no se quitaron hacían de valla e impedían que las vacas se escapasen del corral.

Ni al vacuno ni a ningún tipo de ganado, salvo, quizá, a las cabras, les gusta pincharse con las taramas, así que no pasan a través de ellas salvo que se le obligue. A los conejos, en cambio, les encantan los tarameros. Abren túneles entre el ramaje, aplastan la hojarasca y crean madrigueras en las que no solo están a salvo de la humedad de la tierra y al resguardo de la intemperie, sino protegidos de las águilas y de la zorra, su depredador principal.

En el taramero de La Cocosa había muchos conejos silvestres y nuestra gata lo sabía. Tal vez aprendió a entrar por los túneles de los conejos sin pincharse o se atrincheró junto a las taramas, esperando que alguna presa se despistase. Lo cierto es que un día, cuando ya caía la tarde, Mansita se presentó en el chozo con un conejo en la boca. Era un gazapo de buen tamaño. La captura nos sorprendió. Ninguno sabíamos que la gata cazase conejos y que, además, los llevase desde el taramero, distante unos quinientos metros, hasta el chozo. Mi madre se limitó a observarla mientras Mansita devoraba su cena con total tranquilidad.

Unos días después se repitió la historia: Mansita se presentó en el chozo con otro conejo entre los dientes. La segunda pieza incluso era más grande. Mi madre no se lo pensó dos veces en esta ocasión; dejó que la gata entrase en la casa colindante, en la que habían vivido el 'señó Manué', el guarda, y la 'señá Marcela', su mujer, cerró la puerta y le quitó el conejo a Mansita, que miaba y se relamía a sus pies, suplicándole.

Lo primero que comprobó mi madre fue si el conejo estaba sano. Lo estaba. Y caliente aún. Lo segundo fue desollarlo y trocearlo. A Mansita le dio la pellica y las vísceras. Al día siguiente hubo carne en el puchero, carne de conejo silvestre cazado por una gata casera.

A Mansita no debió de parecerle muy justo el reparto de la presa, porque no volvió a llevar más conejos al chozo. Eso sí, continuó siendo rubia, lustrosa, independiente, presumida y cariñosa, muy cariñosa.

La Rabona, en cambio, era arisca. De capa atigrada, con manchas rubias y blancas, tenía bastante menos corpulencia que Mansita y le faltaban dos terceras partes del rabo. Ponerle nombre fue fácil. La Rabona se presentó un día en el chozo y se quedó a vivir con nosotros. El hecho de que le hubiesen cortado el rabo nos hizo suponer siempre que la Rabona había sido propiedad de algunos de los pastores que, cada verano, aprovechaban los rastrojos en las fincas colindantes. Esos pastores se movían con sus rebaños y, en cada viaje, llevaban el jato, que así suena aunque se escriba hato, a cuestas: un chozo pequeño, sin pontones clavados en el suelo, que fabricaban con varas ligeras y ballón, como llamamos en Extremadura a la enea o anea, al tallo de la espadaña. Cuando cambiaban de agostadero, cargaban el chozo en la burra para trasladarlo al siguiente destino. Los enseres de estos pastores eran mínimos: alguna vasija para el agua, algún plato, un caldero, una cuchara, una manta.., lo indispensable. Ni siquiera solían tener mesa, todo lo más algún tajo de corcha, así que al comer ponían el plato en el suelo y para que el gato, con sus zalamerías, no metiese el rabo en la sopa de tomate, le cortaban la cola. Eso hicieron con la Rabona que, seguramente, se perdió durante alguna mudanza de la red, en la que se encerraban las ovejas por la noche, y, buscando cobijo, apareció en nuestro chozo. Y en él se quedó, porque donde come un gato pueden comer dos. Sobre todo si hay un taramero a mano y uno de ellos sabe cazar conejos.

La Rabona nunca se mostró generosa en el afecto, a pesar de que la tratábamos bien. Parió y le dejamos un gato, cosa que jamás habíamos hecho con Mansita. Aquel fue el primer gato que tuve en las manos antes de que abriese los ojos. Desde el primer momento me encariñé de él; de los tres mininos que teníamos, ese era mi gato. Tenía gran apetito y le llamé Barriga por razones obvias.

Todavía andaba detrás de la madre y ya empezó a cazar. Un día se subió sobre la jaula de uno de los perdigones, que mi padre utilizaba como reclamo cuando iba al aguardo de la perdiz, y comenzó a meter la zarpa por entre los barrotes del jaulón, para echarle uña al macho. Mi hermano Antonio se dio cuenta y le tiró una tabla grande para espantarlo, pero, aunque le pasó rozando, Barriga siguió a lo suyo. Le lanzó otra tabla, más pequeña, y le dio de lleno. Barriga cayó al suelo; le echaron encima un cubo de agua, pero mi gato no volvió a levantarse. Cuando pregunté por él, mi madre me dijo que Barriga se había ido a los Reguengos, un enclave portugués del que yo jamás había oído hablar antes. Tampoco he sabido nunca si todos los gatos muertos se van a los Reguengos o si es allí donde reciben a todas las malas noticias. En cualquier caso, así finiquitó la trayectoria cinegética y vital de Barriga, mi gato, el hijo de la Rabona.

Mansita nos alegró el día con un conejo y Barriga se fue a los Reguengos por un perdigón. Cosas de gatos, de gatos que cazan.


jueves, 17 de octubre de 2013

Migas extremeñas


¡Qué difícil es hacer bien algunas cosas que son bien fáciles de hacer! Por ejemplo, las migas, seguramente el plato más sencillo de la gastronomía extremeña. Cuánto tacto hay que tener para darle el roción de agua conveniente, el golpe de aceite preciso, el toque de sal apropiado. No hay fórmulas exactas, tan solo hábitos, costumbres, paladares... La cocina no está en las recetas, está en la experiencia y vive en la memoria.

Para hacer unas buenas migas hay que empezar por tener un buen pan y si no, no. No vale cualquier mendrugo. Se necesita un pan asentado, pero no duro, un pan consistente, de peso, que no se ponga rígido, quebradizo y sin sustancia como una barra de escayola. Mientras mejor sea el pan, más días permanecerá comestible desde que salé del horno hasta que llega a la mesa. En algunas panaderías se vende pan que no es del día, especial para migas; pan entero e incluso pan ya cortado, pero es preferible comprar un buen pan caliente y dejarlo en casa un par de días para que se asiente.

Para hacer unas buenas migas hay que empezar
con un pan bien asentado y un cuchillo afilado.
(Imagen publicada por es.paperblog.com)
Además de un buen pan es imprescindible disponer de un cuchillo o de una navaja con buen filo, que corte la miga sin arrollarla. El pan debe cortarse en láminas que no tienen que ser ni muy finas ni demasiado gruesas; de entre tres y ocho milímetros. Cuánto más largas salgan las láminas, tanto mejor y más apropiado será el pan.

Una vez picadas las migas, las láminas de pan se depositan en un recipiente de boca amplia, como un azafate, una fuente de otro tipo, un baño u otra vasija similar. En un cuenco con agua tibia se deshace un poco de sal. La cantidad dependerá del volumen de pan que se haya picado.

Cuando ya se haya deshecho la sal se salpica el agua sobre el pan picado. Dependiendo de la cantidad de migas que se pretenda cocinar se necesitará más o menos agua. El pan debe quedar húmedo, pero no empapado. A continuación se cubre el pan humedecido con un paño y se deja reposar, para que tome la sal. En el mundo rural y en las vísperas de matanza, como las migas se hacían muy temprano, se picaba el pan la noche anterior, se humedecía y se dejaba listo para cocinarlo. Así se evitaba madrugar todavía más para afrontar la parte más engorrosa de cocinar este plato.

Escena de matanza en Valverde de Llerena. Chimenea, lumbre, llar
-la cadena de la que pende el caldero del fondo-,
calderos, trébedes, otros utensilios y, por supuesto,
una persona que sabe qué hacer con todo ello. 
Lo tradicional es cocinar las migas en un caldero puesto a la lumbre en la chimenea. El caldero puede estar sostenido sobre unas trébedes, pero se maneja mucho mejor si está colgado de unas llares, esas cadenas con ganchos que había en todas las chimeneas extremeñas. También se pueden cocinar en un perol grande, una sartén honda o cualquier otro recipiente que se pueda poner al fuego de leña, carbón, gas o electricidad.

En el caldero o sucedáneo se ponen varias cucharadas de aceite de oliva de buena calidad y bastantes dientes de ajo. Como mínimo una cabeza. Los ajos no se pelan; se aplastan un poco con un cuchillo o con la mano y se fríen en el aceite. Cuando están fritos se retiran del caldero con una espumadera y se reservan.

Picando las migas con la espumadera en una sartén
colocada sobre las trebedes.
(Imagen publicada por es.paperblog.com)
A continuación se retira el paño que cubre el pan picado y se echa la miga en el caldero. Inmediatamente comienza a removerse el pan con la espumadera, para que toda la miga se impregne del aceite. Luego, poco a poco se va clavando la espumadera en la masa de pan, como si se la apuñalase, para reducir el tamaño de las láminas más consistentes, y se continúa removiendo.

Pasados unos minutos, las láminas de pan se han reducido a partículas que no deben quedar ni muy secas ni excesivamente aceitadas. Además de en la calidad del pan, el secreto de unas buenas migas extremeñas está en la proporción de agua y de aceite que se le añada. Unas buenas migas tienden a formar diminutos grumos de pan que se deshacen en la boca. Por supuesto, no están saladas, pero tampoco insípidas.

Llegados a este punto, las migas están listas y se deben retirar del fuego, pero dejándolas en el caldero para que no se enfríen.

Así de fácil es hacer unas buenas migas y así de difícil es hacerlas bien. Y no digamos nada si, encima, deben quedar al gusto de todos los comensales.

Pero además de pan, agua, sal, aceite y ajos, las migas pueden tener otros muchos ingredientes. Por ejemplo, tocino, chorizo, morcilla, pimientos, pimentón y hasta huevo. Todo ello se fríe con los ajos y se retira con ellos antes de echar el pan en el caldero. Retirar el pimentón será sin duda imposible.

A la hora de servir las migas, el tocino, el chorizo, los pimientos y demás elementos de la guarnición, incluidos los ajos, se pueden colocar sobre el pan en el caldero, para decorar las migas, o, lo que es más práctico, presentar en una fuente aparte para que cada comensal se sirva lo que más le apetezca y en la cantidad que considere oportuna.

Pero los ingredientes de un plato de migas no se quedan aquí; falta el acompañamiento. Las migas extremeñas se consumen generalmente en el desayuno, pero también es un plato apropiado para la segunda comida del día. Tanto en un caso como en el otro se suelen acompañar con café, leche o cacao. En las matanzas las migas se sirven después de que el cerdo ha sido sacrificado y despiezado y, además de café, en la mesa se pone vino. En este caso, también se suelen acompañar con sardinas asadas, especialmente si a las migas no se le ha añadido tocino, chorizo u otro aditivo contundente. Además se acostumbra a acompañarlas con aceitunas aliñadas según la costumbre de Extremadura. Las aceitunas más sabrosas son las machadas, de hueso grande y carne consistente, que toman mejor el aliño, pero la manzanilla cacereña, de hueso fino y carne delicada, rajadas para que se impregnen del aderezo, también son muy gustosas.

Plato de migas canas. (Imagen publicada
por elrincondepris.blogspot.com.es)
Mención especial merecen las migas canas y las mamonas. Las primeras son unas migas sencillas, sin chorizo ni tocino o sardinas a las que, a la hora de servirlas, se le añaden leche, lo que le da el color blanco de canas. En las segunda, además de leche se les añade café o cacao. En este caso son mamonas porque están llenas de leche, es decir, que han mamado, aunque no estén canas. Tanto las mamonas como las canas son migas ligeras y se pueden consumir hasta para cenar.




Las migas del plato


Primero.- Tenga mucho cuidado al cortar el pan, sobre todo si es grande y le da la tentación de apoyárselo en el pecho para hacer fuerza. Si se le escapa el cuchillo puede sufrir un corte importante.


Segundo.- El caldero es de hierro y se calienta bastante, así que le causará quemaduras si no lo maneja con precaución y protección.

Tercero.- Los ajos de las migas están buenos hasta con café. Lleve a la mesa todos los ingredientes y acompañantes de las migas para que cada comensal se sirva a su gusto.

Buen provecho.


José Joaquín Rodríguez Lara


martes, 15 de octubre de 2013

- La uva para vino, la leche para queso y el lechón..., para jamón.


La política, esa cosa


José Joaquín Rodríguez Lara

Parece que fue el canciller Otto von Bismarck quien dijo que la política es un arte de lo posible. El primer ministro prusiano fue uno de los políticos más notables que ha dado Europa, pero la política ya no es lo que era entonces. Cada día tiene menos de arte, aunque sigue siendo un espectáculo. La mayoría de las veces parece un circo, por lo mucho que se insiste en el 'más difícil todavía', sea posible o no lo sea. 

'Seamos realistas, pidamos lo imposible' es una de las consignas más contundentes del Mayo del 68, del Mayo Francés. Ha pasado casi medio siglo, 45 años, y la frase mantiene la contundencia de los adoquines que los estudiantes galos utilizaron como armas arrojadizas contra la Francia de Charles De Gaulle.

Ejemplos sobre lo posible y lo imposible no faltan en la política nuestra de cada día. Y no hay que ir a París para encontrarlos. En el pleno que celebró el Parlamento de Extremadura el día 10 de octubre hubo dos casos claros.

Pedro Escobar, coordinador regional de Izquierda Unida, defendió ante la Cámara una propuesta de impulso para que los pacientes no tengan que pagar los medicamentos que se les dispense en los hospitales públicos de la región. Como portavoz del grupo parlamentario IU-Verdes-SIEX, Escobar instaba al Gobierno del popular José Antonio Monago a oponerse, en el Consejo Interterritorial de Salud, y a rechazar el copago de esos medicamentos. Le pedía, también, que se comprometiese a buscar fórmulas para que los pacientes tratados en los hospitales extremeños no tengan que pagar las medicinas que reciben mientras están ingresados.

Escobar defendió su propuesta de impulso con vehemencia, pues la sanidad es para IU uno de los componentes fundamentales de los derechos ciudadanos. Miguel Cantero, portavoz parlamentario del PP, no contradijo los argumentos de IU y le respondió con una enmienda transaccional que eliminaba la referencia al Consejo Interterritorial de Salud, es decir, a la política sanitaria nacional, y aceptaba el compromiso de buscar soluciones domésticas para los pacientes extremeños.

Tras realizar consultas con su grupo y otras negociaciones, Escobar optó por el arte de lo posible, que habría dicho el canciller Otto von Bismarck, y aceptó la enmienda del PP. A continuación explicó el porqué la aceptaba: estaba dispuesto a renunciar al envoltorio de su iniciativa si con ello lograba que los pacientes extremeños no tengan que pagar los fármacos que se les administra en los hospitales, pues es eso, en definitiva, lo que le había movido a presentar la propuesta de impulso.

Llegó la votación y lo que inicialmente hubiese originado el rechazo del PP contó con el voto favorable de los populares. La propuesta de impulso de IU-Verdes-SIEX se aprobó por unanimidad, pues el PSOE y el PREX-CREX también la apoyaron.

La famosa escena del balcón municipal: 'como alcalde vuestro que soy os debo
 una explicación y la deuda histórica que os debo no os la voy a pagar
como no os pongáis de acuerdo', decía la autoridad.
(Fotograma de la película de Luis García Berlanga ¡Bienvenido mister Marshall'.
De izquierda a derecha, Joaquín Roa, el pregonero,
Pepe Isbert, el alcalde, y Manolo Morán, el representante de la artista.)

Poco después se debatió una propuesta de pronunciamiento de la Cámara, presentada por PREX-CREX, para que el Estado le abone de una vez a Extremadura la deuda histórica. Se encargó de defenderla el diputado por Cáceres Damián Ramón Beneyto Pita, que insistió en que lo que necesita Extremadura no es que le paguen unos cuantos de millones de euros por la deuda histórica, sino que ese pago tenga la dimensión de un auténtico plan Marshall que reactive de una vez y para siempre a la región. No un plan Marshall de película, sino uno de verdad.

Su intervención tuvo calado y desde todos los escaños se le escuchó con atención, lo que no es poca cosa en un Parlamento en el que es más fácil que te voten los contrarios a que los tuyos te escuchen en silencio. Tras las diversas intervenciones llegó la votación y hubo empate a 31 votos presenciales más sendos votos (del PP y del PSOE) delegados. Para deshacer el empate, el presidente del Parlamento, Fernando Manzano, dio paso a una segunda votación en la que se repitió el resultado: 32 votos a favor de la propuesta y 32 votos en contra. El presidente de la Asamblea aplazó la tercera y definitiva votación, pero cuando llegó se repitió el resultado, 32 a 32, por lo que la propuesta decayó. Tres golpes de votos tuvo y se murió de perfil, que habría dicho Federico García Lorca si se hubiese dedicado a la crónica parlamentaria en vez de a hacerle versos a Antoñito el Camborio.

Lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible. Si los representantes de pueblo extremeño no se ponen de acuerdo sobre cuánto le debe el Estado a Extremadura, ¿cómo se lo va a pagar?

En ninguna de esas tres votaciones estuvo presente Alejandro Nogales, diputado de IU, que, antes del debate y tras comunicárselo a su grupo, había salido del hemiciclo por un problema personal. Después de la votación y a través de las redes sociales, diputados del PSOE pusieron en duda de forma maliciosa las razones por las que Nogales había abandonado el pleno. IU exigió disculpas y explicaciones por esos comentarios.
 
La presencia de Nogales hubiese deshecho el empate, pero mire usted, la solución no está en ganar o perder la votación de esa propuesta de pronunciamiento, sino en ponerse de acuerdo, con urgencia y sensatez, sobre algo que es muy importante para Extremadura y para todos y cada uno de los extremeños, que, en cuestiones económicas, necesitan una política que sea el arte de lo posible y no el más difícil todavía. 

¿Recuerda usted la escena de la película 'Bienvenido mister Marshall', de Berlanga en la que los vecinos de Villar del Río hacen cola para pedirle vacas y tractores a los americanos? Ellos sabían al menos lo que querían, ¿y qué recibieron?



lunes, 14 de octubre de 2013

El huevo, la gallina, el pingüino, el lobo, el cordero, el diablo, 

su cuñado y su suegra


José Joaquín Rodríguez Lara

Todavía hay quien se pregunta si fue antes el huevo o la gallina, a pesar de que está demostrado que en cuestión de antigüedades, entre el huevo y la gallina lo más antiguo es el ave. Pero no el ave de corral, sino el ave a secas, el de secano, el ave extremeño, que tenía anunciada su entrada en la estación de Extremadura para el año 2010, con Rodríguez Zapatero a los mandos de la maquina, y pasó el 2010, pasó el Zapatero maquinista y el ave no pasó. ¿Qué pasó? Que nos tomaron el pelo y nos cortaron el paso hacia el futuro. 

Poco después, doña María Teresa Fernández de la Vega, a la sazón vicepresidenta del maquinista, cacareó que el ave llegaría a Extremadura en el año 2013. ¿Y qué pasó? Que pasó doña María Teresa, que está a punto de pasar el año 2013 y que el único ave que se arrastra por la espalda de esta desventurada tierra es el pingüino, también llamado el tren bobo, que es pájaro, pero no vuela, aunque, eso sí, traquetea más que los trenes del cine mudo.

Las promesas las carga el diablo, y las promesas políticas las cargan el cuñado de Satanás y la suegra de Belcebú. Rara es la persona a la que Melchor, Gaspar, Baltasar, Papánoel y Mamásiel no han defraudado alguna vez olvidándose de traerle el regalo que con tanta ilusión les pidió por carta, pero ¿hay alguien mejor que los extremeños para dejarlos sin el trenecito que no esperaban y que, sin embargo, el mismísimo presidente de la República de la Ilusión, primero, y su paje y vicepresidenta, después, le prometieron? Si hay algo que desacredite la gestión del PSOE entre los extremeños es haber prometido y vuelto a prometer un tren de alta velocidad del que nunca más se supo. Hay otras promesas igualmente sonoras y también incumplidas, pero de ellas ya no se acuerdan ni en Fregenal de la Sierra.

Cierto es que el PP también ofreció un ave; la pequeña diferencia es que ni le puso fecha a su llegada ni insistió demasiado en ello. De hecho, el PP ya no habla de tren de alta velocidad, sino de tren de altas prestaciones, que no es lo mismo; el primero puede volar a 300 kilómetros por hora y el segundo, a 200. Son 100 kilómetros menos, pero también son 150 más de los que alcanzan en algunos tramos los pingüinos que traquetean por las vías férreas que desconectan a Extremadura del resto del mundo.

La carencia de ave es un ingrediente habitual del puchero político extremeño. Casi siempre lo añade al caldo el PSOE que es, con diferencia, el mayor especialista en dejar sin ave a Extremadura. ¿Por qué insisten tanto los socialistas extremeños en afirmar que Extremadura no tiene tren de alta velocidad ni lo tendrá, si al hacerlo se hunden un poco más en el charco del descrédito? ¿Sufren de amnesia? ¿Piensan que todos los demás somos amnésicos? ¿Mencionan que Extremadura no tiene ave porque son unos sádicos, lo hacen por puro masoquismo, porque se han quedado sin argumentos y no tienen mejor cosa que decir? ¿Los socialistas mencionan la ausencia de ave para invocar al diablo, a su cuñado y a su suegra con el objetivo de que se lleven al PP al infierno de las promesas políticas incumplidas, con Rajoy? ¿Qué pasa en el PSOE de Extremadura? No se sabe, pero desde luego lo que no pasa es el ave.

En el PP extremeño, tacita a tacita, que decía Carmen Maura en aquel anuncio de café, licitación a licitación, que dice el Boletín Oficial del Estado, tonelada de balastro a tonelada de balastro que dicen los ojos de quien observa las vértebras del bicho, se abre paso el convencimiento de que lo mejor es enemigo de lo bueno, y lo bueno para Extremadura es mejorar el ferrocarril extremeño, aunque no sea un ave de altos vuelos. Los populares defienden la construcción de una plataforma ferroviaria por la que, algún día, pueda pasar el tren de alta velocidad y que, a partir del año 2015, permita la circulación de esos trenes de altas prestaciones que alcanzan velocidades punta de hasta 200 kilómetros por hora. Es una promesa política, pero se está trabajando en ella y, por ahora, el PP no la ha incumplido.

El diputado don Damián Ramón Beneyto Pita, del grupo parlamentario que integra la coalición Partido Regionalista Extremeño - Convergencia Regional Extremeña (PREX-CREX), recientemente desgajada del grupo socialista, teme que el tren de altas prestaciones en vez de un ave sea una gallina. El diputado Beneyto, que es un hombre instruido, sabe perfectamente que la gallina también es un ave, lo que no sabe es contar chistes; sobre todo cuando el chiste es malo y es suyo.

A su señoría don Víctor Casco, diputado terrible de Izquierda Unida, parece gustarle más el ave que está construyendo el PP, el ferrocarril convencional, a gasóleo, que el ave estelar, eléctrico, que no construyó el PSOE, pero no se casa ni con unos ni con los otros. Es más, acusa a ambos partidos de lo mismo: de ser lobos en la oposición y corderos en el gobierno. ¿Y Víctor Casco que és? Dice don Víctor del Moral, consejero de Fomento, que Casco es un lobo -¡ahúuuuuuuu!- pues el diputado de IU no ha gobernado nunca ni se le ven trazas de que pueda llegar a gobernar. ¡Ahúuuuuuuu! Señor, señor...

lunes, 7 de octubre de 2013

Ajo y agua y... aceite


Entre las numerosas sopas que alberga la memoria de la cocina española seguramente no hay otra más humilde que la muy humilde sopa de ajo. Tres ingredientes básicos marcan el carácter de este plato: el ajo, porque si no tiene ajo, la sopa no puede ser de ajo; el agua, porque si no tiene agua no puede ser sopa; y el aceite de oliva, porque si no tiene aceite de oliva no puede ser un plato de la cocina española.

Pero a partir de esa tres patas, ajo, agua y aceite, a la sopa de ajo se le puede añadir lo que se quiera sin desvirtuarla, porque al contrario de lo que le ocurre al arroz de la paella, que lo sacas de la huerta valenciana y se convierte en un baile de disfraces para turistas y domingueros, el ajo lo aguanta todo; y el agua y el aceite no le van a la zaga.

Así que la sopa de ajo puede tener muchos finales, pero el arranque y el argumento cambian poco o nada. Se empieza por pelar los dientes de ajo; uno o dos para un comensal, tres para dos, cuatro para tres y un batallón de ajos para un regimiento de comensales. Una vez pelados, los dientes de ajo se cortan a lo ancho en láminas de unos tres milímetros de grosor.

En un perol, un caldero, una sartén honda, una olla, u otro recipiente de cocina que pueda ponerse al fuego, se vierte una cucharada sopera de aceite de oliva, a ser posible virgen extra, se coloca la vasija sobre el hornillo y se añaden las láminas de ajo, procurando que no se tuesten ni quemen.

A partir de este punto comienza la diversión; es decir, las diferentes versiones de un plato único. En el mismo aceite en el que se están friendo los ajos se puede poner unas migas de jamón o unos tacos de lomo, o morcilla o chorizo sin piel y desmenuzados, o todo lo dicho y al mismo tiempo. Como ocurre con los ajos, es importante impedir que cualquiera de estos ingredientes se queme. Si el jamón es ibérico de bellota puede sustituirse el aceite por el tocino de ese jamón que deberá licuarse al fuego, en la sartén, antes de añadir los ajos. También puede combinarse el aceite con el tocino.

Sopa de ajo con su ajo, su agua, su aceite, su pan, su jamón, su huevo...
(Imagen publicada por tocamelmondongo,blogspot.com)

Cuando los ajos ya estén suficientemente fritos se aparta el recipiente del fuego y se le añade una cucharadita de pimentón de la Vera, para darle color a la sopa y realzar su sabor. Que el pimentón sea picante o dulce depende del gusto del comensal; si se prefiere picante y solo se tiene dulce, además del pimentón se puede añadir una guindilla, que se retirará antes de servir el plato. Tan pronto como se añada el pimentón, siempre con el recipiente apartado del fuego, se revuelve, junto con el ajo y los demás ingredientes, a ser posible con una espátula o cuchara de palo.

Acto seguido, se vuelve a colocar la sartén en el hornillo y se le echa el agua; medio litro o más por cada comensal. Es preferible que sobre agua a que falte. El agua puede sustituirse por caldo, casero o comercial, de pollo, de res o de cocido, preferiblemente. También puede combinarse el caldo con el agua de grifo.

Llegado a este punto sale a escena otro de los ingredientes principales de la sopa de ajo: el pan. Si es de hogaza y está asentado, mejor, pero vale cualquier otro, incluidas las rebanadas comerciales que se venden cortadas y tostadas. Eso sí, no intente sustituir el pan por galletas, magdalenas, bizcochos u otro producto de repostería, pues no dará buen resultado.

El pan se corta en rebanadas de, aproximadamente, un centímetro de grosor y se puede cocinar en el perol, con el resto de los ingredientes, o depositar en el cuenco o plato en el que se vaya a servir la sopa. En el primer caso, se impregnará más profundamente del sabor del ajo, del jamón, del pimentón, etcétera. Si se opta por esta posibilidad, el pan se fríe directamente con los ajos y permanece en la sartén hasta que se sirve la sopa. Como absorberá aceite, habrá que poner un poco más desde el principio. En el caso de que se prefiera no freír el pan, las rebanadas se colocan en el fondo del cuenco o del plato para verter después sobre ellas el contenido de la sartén.

Antes de que el caldo, con los ajos, el jamón, el chorizo, el pimentón y, en su caso, el pan, comience a hervir, se prueba y, si es necesario, se le añade sal o un poco de agua si estuviese salado. Al caldo ya en ebullición se le puede añadir uno o más huevos -según el apetito y el número de comensales- crudos, como se hace para freírlos. Cuando los huevos han alcanzado la consistencia que se desea, el contenido de la sartén está listo para emplatar.

También es posible colocar el huevo directamente en el plato, sobre las rebanadas de pan o en el fondo del recipiente y verter encima el caldo. En esta modalidad, el caldo debe servirse literalmente hirviendo, para que el huevo se cueza y cuaje completamente. Sobre todo, si el huevo acaba de salir del frigorífico.

Otra posibilidad es freír el huevo, en vez de escalfarlo con el caldo. Para freírlo se reserva el ajo y el embutido o jamón, se deja enfriar el aceite, para que el huevo se cuaje lentamente, sin pompas ni 'puntillas', se añade el huevo y se fríe en el aceite con sabor a ajo y a chacina. Una vez frito, se pasa al plato y se continúa preparando la sopa en la sartén siguiendo los pasos ya relatados.

La sopa de ajo se sirve caliente y suele sentar muy bien en los meses más fríos del año.


Las migas del plato


Primero.- La sopa de ajo es ajo, aceite, agua y lo que guste usted disponer. Hay quien dice: "La sopa de ajo no lleva jamón o no lleva huevo, porque si lleva huevo o lleva jamón no es sopa de ajo, es sopa de la comunidad autónoma mengana". No es verdad: la sopa de ajo es sopa de ajo porque el ajo -y no la alcaparra, ni la aceituna, ni la cebolla, ni el regionalismo-, es la base de esta sopa, lo que ocurre es que en la comunidad autónoma mengana le ponen huevo o jamón o alcaparras a la sopa de ajo y suponen que si los demás hacen lo mismo les están compiando.

Segundo.- A pesar de su humildad, la sopa de ajo sacia, nutre y calma los nervios, pues cuesta poco, se cocina con enorme facilidad y no puede salir mal aunque se intente.

Tercero.- La sopa de ajo hecha en casa y llevada del hornillo a la mesa, sabe mucho mejor que la cocinada en los restaurantes, en los que suelen tener preparado el caldo, listo para recalentarlo en cuanto alguien pide una sopa de ajo.

Buen provecho.
José Joaquín Rodríguez Lara



viernes, 4 de octubre de 2013