miércoles, 18 de septiembre de 2013

Lo que nos hace humanos


José Joaquín Rodríguez Lara


"El chimpancé común (Pan troglodytes) y el Homo sapiens tienen una secuencia genética casi idéntica; la similitud es del 98,8%. Hace unos 6 millones de años, ambas especies tuvimos un antepasado común encaramado en algún árbol de África. Sin embargo, de qué forma tan drástica se manifiesta esa pequeña diferencia del 1,92% entre el chimpancé y los seres humanos.


La cantante norteamericana Kate Perry y el chimpancé
Buzo. Entre sus genes sólo hay pequeñas diferencias.
(Imagen publicada por noticiariodiario.com.ar)
De todas las habilidades, capacidades y órganos que caracterizan a las personas, ¿cual será la que las hace verdaderamente humanas, la que nos diferencia radicalmente del Pan troglodytes? ¿Qué gota del genoma fue la que colmó el vaso y nos llevó desde el árbol hasta las estrellas?

¿Qué es lo más humano que tenemos? ¿El bipedismo, la capacidad de andar erguidos sobre los pies? Los chimpancés y otros simios también lo hacen. Incluso los suricatos y los lémures se yerguen sobre sus extremidades inferiores. Con entrenamiento, hasta los perros son capaces de andar a dos patas; incluso bailan.

¿Lo verdaderamente humano es la capacidad de hablar, de comunicarnos con nuestros semejantes? Hasta hace muy poco tiempo se pensaba que solo el Homo sapiens, el cromagnon, podía hablar y que ninguna de las especies que le precedieron en el árbol evolutivo -lo de la cadena se ha quedado algo anticuado- podía articular palabras; ni siquiera a los neardentales, la especie humana más parecida a la actual, se le reconocía 'el don de la palabra'. Los fósiles parecen demostrar lo contrario. Los neardentales tenían un oído como el nuestro y de ello se deduce que también oían y hablaban como lo hacemos nosotros.

Además, todos los animales se comunican y la mayoría de ellos lo hace emitiendo sonidos; por lo tanto, hablan. Recientemente se ha descubierto que los delfines emiten sonidos especiales que identifican a cada individuo con un nombre propio.

Este galán del paraíso no adorna el nido, decora su apartamento de soltero,
en tonos rosas, para atraer alguna pareja. (Imagen publicada por barrameda.com)
Sí, pero aunque se comuniquen no pueden fabular o crear arte, tal vez esté pensando usted. O ellos no pueden hacerlo o nosotros no podemos apreciarlo. Hay aves que construyen recintos profusa y elegantemente adornados con el único propósito de seducir a las hembras. ¿Hay un atisbo de arte en esa conducta? Las aves de canto, ¿entonan canciones de amor o solo hablan de la calidad del alpiste?

¿Tenemos las personas mejores sentimientos que los animales? Creo que no. El celo que ponen las hembras del reino animal en el cuidado, la defensa y la educación de sus crías no es inferior al de las mejores madres humanas. La camaradería, la fidelidad, la ayuda que se prestan algunos animales entre sí no tiene nada que envidiar a la existente entre las personas.

Entonces, ¿qué es lo que nos diferencia? Alguien dirá: nos diferencia el hecho de que las personas tenemos alma, un alma inmortal. Es una posibilidad, pero dado que el alma no se ve, ni se puede pesar ni medir y, supuestamente, es un regalo divino, ¿por qué no iban a tener alma los animales surgidos del mismo proceso creacionista? ¿Qué pecado han cometido los animales que no hayamos cometido las personas? Desde luego, no el de la soberbia y el egocentrismo.

Seguramente el misterio de la humanidad no esté en ese 98,8% de dotación genética que compartimos con el chimpancé y no con otros animales, sino en el otro 1,92% que no compartimos y en las manifestaciones del conjunto del genoma. Habitualmente apreciamos grandes diferencias entre los animales y los seres humanos y, tal vez, el secreto no esté en las grandes diferencias, sino en las pequeñas.

(Imagen publicada por es.platinumplaycasino.com)
Dos hermanos mellizos, con el mismo padre y, por supuesto, la misma madre, concebidos en el mismo instante, pueden ser muy distintos, incluso cuando son del mismo sexo. ¿Por qué, si ambos tienen la misma dotación genética? Porque sus genes, aunque sean idénticos, se expresan de forma distinta.

Es como si llenamos con dados dos cubiletes o dos vasos idénticos. El número de dados que hay en un vaso es igual al que hay en el otro y todos los dados son iguales, en su tamaño, peso y en sus caras. Lanzamos sobre el tapete de la mesa de juego los dados de un vaso y tomamos nota de lo que ha salido en el conjunto de las caras de los dados que han quedado mirando hacia arriba; anotamos la jugada, en definitiva. Retiramos esos dados y lanzamos sobre el tapete el contenido del segundo vaso o cubilete.

Conociendo el número de dados que hay en cada vaso y sabiendo que cada dado tiene seis caras, cualquier matemático podrá calcular las posibilidades que hay de que el resultado de la segunda jugada sea igual al de la primera, que los dos hermanos, que comparten la misma dotación genética, sean idénticos. Uno, que no es matemático, se atreve a asegurar que las posibilidades de repetir la jugada son escasas; aunque los dados sean pocos y se lancen varias veces seguidas.

Si en lugar de cinco dados, como se hace habitualmente en el juego, se meten en cada vaso los 27.000 genes correspondientes a la especie humana, la posibilidad de conseguir dos jugadas idénticas es prácticamente imposible. Entonces, ¿por qué hay mellizos que son gemelos, idénticos o casi? Porque comparten los genes de un mismo vaso, no de dos cubiletes distintos. En los gemelos, una vez que comenzó la división celular, el óvulo fecundado por un espermatozoide se dividió en dos partes iguales y cada una de ellas dio origen a un gemelo. Por decirlo así, aunque sean dos individuos independientes y dos jugadas idénticas, son el resultado de una sola tirada con el cubilete de los genes.

Si dos personas que tienen la misma dotación genética pueden ser muy diferentes, ¿cómo no van a serlo individuos de especies que no tienen la misma dotación aunque compartan la inmensa mayoría de su mapa genómico? Y de todas esas diferencias que, para el común de los mortales, resultan tan evidentes, ¿cual es la que nos hace humanos?

Ninguna de ellas en especial y todas y cada una de ellas en su conjunto. ¿Es humana una persona que no puede mantenerse en pie? Sí, lo es. Y si, además de no poder caminar, tampoco puede hablar, ¿también es persona? Sin duda que sí. ¿Y será persona aunque, además de no andar ni hablar, tampoco pueda expresar sus sentimientos ni razone ni tenga memoria ni sienta dolor ni alegría o carezca de cualquier otra característica común entre los seres humanos? Por supuesto que lo será.

Así que no existe la gota que desbordó el vaso de la animalidad y nos hizo seres humanos. Somos personas por multitud de virtudes y, también, de carencias. Por muchas más de las que se citan en este artículo. Por todas y cada una de las gotas, de los dados, de los genes, que entraron en el vaso. Compartimos numerosas características con otras especies del reino animal, al caminar, al comunicarnos, al respirar, al presentir el peligro, al mirar, al oír... pero en unos casos las hemos mejorado y en otros hemos retrocedido. Es un conjunto de pequeñas diferencias, de matices, que en eso consiste la evolución; no se pasa de antílope a jirafa en una tarde. La humanización no estriba en un cambio trascendental, sino en la suma de muchos cambios trascendentes. No existe la gota que nos humaniza, sino que hay millones de gotas que nos hacen ser como somos. A lo más que podemos llegar es a elegir aquella virtud, habilidad, capacidad o carencia que, en nuestra opinión, mejor expresa lo que en general se entiende por humanidad.

Por encima del bipedismo, por delante del habla, de la risa y del llanto, de los sentimientos, de la capacidad de fabular y de cualquier otra virtud, habilidad o carencia, yo elijo la mano; señalo a la mano como el símbolo de la humanidad. Bien cierto es que los chimpancés, los gorilas, los orangutanes, las nutrias, las ardillas y otros animales también tienen manos y una gran destreza digital, pero ninguno de ellos se acerca -esa es la pequeña diferencia- a las habilidades de la mano humana.

(Imagen publicada por edukanda.es)
La mano que acaricia, que desgarra, que pinta, que teje, que cocina, la mano que saluda, que golpea, que sujeta, que empuja, la que esculpe, la que moldea, la mano que construye, que destruye, las manos de la partera y las del sepulturero, la mano que siembra, la que recolecta, la mano que da y que también quita, la que ayuda, la que roba, las manos que expresan lo que se pretende ocultar con las palabras, la mano que señala el camino y la que lo cierra, las manos que escriben este artículo y las que cabalgan por el teclado para leerlo, las manos que hablan y llevan la palabra a los ojos de quienes no pueden oír, las manos que distinguen a la mujer del hombre, a un agricultor de un alfarero y a un pianista de un militar, las manos que dan la mano y las manos capaces de construir manos mecánicas para quienes carecen de manos, todas las manos, todas, que cantaba Mercedes Sosa, tus manos, sus manos, todas las manos...

No son solo las manos las que nos hacen humanos, pero sí son las herramientas con las que hemos construido y estamos deconstruyendo la humanidad, con todas sus virtudes, habilidades, capacidades y, también, carencias.

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