lunes, 8 de julio de 2013

Maldita caridad


José Joaquín Rodríguez Lara



Comer es un vicio de pobres. Los ricos no comen. Para los ricos la comida no es una necesidad, es una diversión, un espectáculo, una forma de relacionarse, de hacer negocios, un modo de vivir. En cambio, para los pobres, para muchas personas que tienen la boca en este mundo y pie y medio en el otro, alimentarse es una cuestión de vida o muerte, una operación a estómago abierto sin anestesia ni garantías de viabilidad. El mundo está lleno de niños que podrían llegar a viejos si al menos les dejaran alimentarse con las sobras que los ricos dejan en el plato.

Hay más hambre en unos mundos que en otros, más ricos en ciertos continentes y más pobres en determinados países y es verdad que, por ahora, la hambruna se ceba más en la sombra de unas pieles que en el resplandor de otras, pero no hay en la Tierra un lugar sin hambre y sin hartazgo, sin estómagos en los que no cabe ni una pizca más de comida ni barrigas en las que ya no cabe más aire ni más desaliento.

En Ibiza, un grupo de árabes ha comprado todos los bombones, sin alcohol, que tenía a la venta una pastelería para comerlos en una celebración, utilizando como bandeja el cuerpo desnudo de una mujer. Cuentan que semejante antojo de los comensales es un fetiche gastronómico derivado del japonés 'nyotaimori'. 

Comer bombones puede ser una fiesta y comer orugas, también. (Imagen bajada de Internet)
Pues vale, en peores garitas ha hecho uno guardia y sigue en pie, pero me repugna mucho menos ver como los niños africanos sacan larvas de los troncos carcomidos y las devoran vivas, o como los adultos recogen orugas bajo el árbol de las mariposas para alimentarse durante meses con sus proteínas, que imaginar el saludable jolgorio ibicenco de unos turistas árabes comiendo bombones servidos en una bandeja humana que, tal vez, hasta se considere honrada como fuente de dulzura.

Mujer africana con una lata rebosante de apetitosos
gusanos. (Imagen recogida en Internet)
A los dueños de la pastelería no sólo no les molesta tan extravagante chocolatada, sino que están encantados con la clientela y deseosos de servirla más y mejor, pues los árabes ricos, además de gastar mucho dinero, dejan también generosas propinas y con ello, ciertamente, contribuyen al bienestar de las poblaciones por las que pasan. Si el visitante compra mucho chocolate, es casi seguro que al estante no le faltará el pan.

En Extremadura no es que falten ni el pan ni tampoco el chocolate, pero empiezan a escasear; no hay hambre, hambre física, hambre de la que se clava en las tripas, pero sí hay necesidad y algunas familias se las ven y se las desean para poder darle a sus hijos lo que necesitan. Aunque sólo sea una vera de pan y una jícara de chocolate. Con la intención de paliar el problema, el Partido Socialista se ha empeñado, Izquierda Unida se ha sumado y el Partido Popular ha aceptado abrir los comedores escolares para que puedan comer los niños extremeños de las familias necesitadas de ayuda. 

La alimentación de la ciudadanía debería ser siempre la principal preocupación de las administraciones; no se puede consentir que alguien, sea niño o adulto, pase hambre. Pero abrir los comedores escolares en verano para que los niños necesitados de comida vayan a alimentarse a los colegios me parece un error. Sería mucho mejor proporcionar alimentos a sus familias, para que los cocinaran y los comieran en sus casas, a su gusto, sin necesidad de exponer a los pequeños en el escaparate de la población desvalida. Serán niños desfavorecidos, pero no se les hace precisamente un favor llevándoles a comer a un colegio cerrado por vacaciones. Es más, los niños ni siquiera tendrían que saber que sus padres reciben alimentos de la administración. La crisis agrava determinadas necesidades y la escasez de alimentos es una de las que exige respuesta más urgente, pero no sufrimos una tragedia tan profunda, tan extensa y tan colosal que resulte imprescindible hacer cola ante el puchero de la sopa boba. Ya hicimos cola ante la marmita de la leche en polvo americana. Nunca lo olvidaremos. Y entonces ni siquiera había que ir al colegio para recibir un suplemento alimenticio que, además, no necesitábamos, porque ya estábamos allí, estudiando.

Abrir los comedores escolares durante las vacaciones para que coman los niños que carecen de comida no me parece justo, me suena a campaña política de caridad, a propaganda, a leche americana. No es de izquierdas señalar a los pobres, sino sacarlos de la pobreza. La caridad no soluciona los problemas, sólo los enmascara. Padecer hambre en un mundo en el que cada día se desperdician más alimentos es una de las mayores injusticias que puede sufrir un ser humano. Especialmente un niño. Pero el hambre no se erradica con limosnas, se borra con justicia. Y la limosna pone freno a la justicia porque la Justicia no pone freno a la limosna.

Maldita caridad,  cuántas injusticias se han empollado al amparo de tu capa.


http://www.elmundo.es/elmundo/2013/07/07/baleares/1373216760.html

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