jueves, 23 de mayo de 2013

Extremadura, caminos de perdición


José Joaquín Rodríguez Lara


Extremadura es una región en marcha. Cada día tiene más caminantes. Prácticamente no hay localidad extremeña en la que no se organice alguna caminata, alguna ruta o visita guiada por esos campos extremeños de la soledad y de la incuria.

A las marchas ya no se les llama excursiones, aunque se parecen mucho a las excursiones de toda la vida, con zapatos cómodos, ropa ligera, gorrita, mochila, garrote de apoyo y bocadillo. Eso sí, últimamente las botellas de agua han sustituido a las cantimploras, que han pasado a ser prendas de museo etnográfico. Tan de museo que alguien debería organizar una marcha, una ruta, una gira, o aunque tan solo fuese una caminata, con cantimploras. Más que nada, para reivindicar la permanencia en el indumento de los andariegos de la caramañola o caramayola, como la llaman en Argentina, Bolivia, Chile y Paraguay. La Real Academia Española de la Lengua dixit.

Participantes en una de las excursiones organizadas
por la 'Asociación Cultural Amigos de Salvatierra',
de Salvatierra de los Barros (Badajoz), colocan piedras
 en un regato para poder vadearlo a pie enjunto.
(Imagen publicada por la Asociación.)
Con la floración de los caminantes se han multiplicado los senderos con denominación de origen, así como los carteles de madera rústica y los brochazos paralelos de pintura que los anuncian: 'Ruta de los Molinos', 'Ruta de los Castaños', 'Ruta Imperial de Carlos V', 'Ruta del Rey Jayón', 'Ruta de los Contrabandistas', de cafe, 'Ruta con Alberto Contador', en Barcarrota, 'Ruta de los Pilones', 'Ruta de los Dólmenes'... Hay muchísimas más, pero es solo un ejemplo de la amplísima oferta rutera con la que cuenta Extremadura, que se puede recorrer de punta a punta y de cabo a rabo a pie, a caballo, en bicicleta, en motocicleta o en el quad nuestro de cada día.

La afición a recorrer los caminos públicos, a señalizarlos y a promoverlos como escapatoria a la rutina es inversamente proporcional al interés que ponen las administraciones públicas en su conservación. La gran mayoría de las trochas, veredas, caminos de herradura, carriles y hasta parte de los cordeles y cañadas reales son ya simples indicios en los campos extremeños. Muchas de las vías que esta tierra utilizó para comunicarse, para el traslado de ganados, de frutos, de personas y de otras vasijas, las puertas por las que entraron y salieron, la lengua, la gastronomía, las devociones y hasta parte de la flora y de la fauna, están actualmente cubiertas de zarzales, colonizadas por jaras, hogarzos, piornos, majuelos, galaperos, escobas, retamas, piruétanos y hasta por plantas de gran porte como encinas, robles  y alcornoques. Hay puntos que no se pueden atravesar ni siquiera a pie, porque las piedras de los cercados han caído al camino y lo obstruyen, o porque el dueño de la cerca ha incorporado la vía pública a sus propiedades con la simple colocación de una cancilla, de un mallazo o de una alambrada, cuando no lo hace aprovechando la fiereza del matorral. Hay puentes de piedra y de ladrillo abandonados sobre los torrentes, como sortijas caídas del dedo anular, porque, allí donde un día hubo un camino abierto al paso de las palabras, ahora solo hay tréboles, viboreras, leche de pájaro, pan de lagarto y otras yerbas.

Arroyo de la Luz: camino prácticamente intransitable
por las piedras caídas de los cerramientos de las fincas.
(Imagen publicada por el blog 'Óscar y Lola en bicicleta'.)
Durante las últimas décadas, con la urbanización creciente de España han ganado algunos urbanitas, pero el campo extremeño ha perdido mucho; y no es uno de los retrocesos menos significativos la pérdida de sus caminos, que se difuminan en el paisaje a pasos agigantados. Muchísimos alcaldes son o se han convertido en personal de oficina y se comportan como regidores del núcleo urbano, pero no del término municipal que rodea a su población. Les preocupa la pavimentación de las calles y de las plazas, la creación de centros culturales y de ocio, la dotación de infraestructuras de servicio y la mejora de las carreteras, pero no prestan el mismo interés y hasta se desentienden de los caminos, como si esas vías, que son de todos, no fuesen parte esencial del pasado, del presente y del futuro de sus municipios.

Es raro el pueblo extremeño en el que hay más industriales y artesanos que personas dedicadas a la agricultura y a la ganadería. Pues a pesar de ello, son muchos los ayuntamientos que se han preocupado de tener un polígono industrial, aunque sea pequeñito, o al menos un semillero de empresa. Pero son muchos más los que les han dado la espalda a sus agricultores y ganaderos despreocupándose de los caminos, que son los viales de acceso al 99,999 por ciento de las empresas extremeñas: las explotaciones agrarias. El principal polígono empresarial de Extremadura se llama campo, c-a-m-p-o; no tiene farolas, ni casi red eléctrica, carece de gasolinera, de cafetería, de vigilancia, de aparcamientos señalizados y de viales por los que pueda pasar no ya un camión o una simple furgoneta, sino ni siquiera esa motocicleta descendiente de aquellas recuas de acémilas que hace siglos abrieron los pasos a golpe de afanes arrieros.

El campo, el mayor polígono empresarial de Extremadura, no es ni puede ser un simple lugar de esparcimiento para moteros y otros excursionistas; el campo es un ámbito de producción y no está ajeno a la competitividad creciente que se les exige a todas las empresas. Si a una explotación agraria no puede llegar un camión cargado de semillas o de pienso, si no puede salir cargado de lechones o de corcha, si no pasa un tractor arrastrando una empacadora, los costes de esa explotación serán más elevados, su competitividad menor y la generación de empleo tampoco estará a la altura de lo que debería.

Un hato de vacas trashumantes sube hacia
el Puerto del Pico, en los límites entre Ávila y Cáceres, por
el que cruza una calzada que construyeron los romanos,
cuando aún no había camiones ni quads.
(Fotografía publicada por 'lainformación.com'.)
El estado de los caminos es especialmente infame en algunos términos municipales en los que la orografía es accidentada, pero lo quebrado del terreno no impide, sin embargo, diseñar proyectos para coronar las crestas rocosas con parques de aerogeneradores, aunque para ello será necesario abrir pistas que salten por encima de los riscos, vías tan despejadas, anchas y confortables que hasta podrán transitar por ellas camiones de gran tonelaje cargados con las enormes aspas de los molinos.

Es verdad que en Extremadura hay propietarios de fincas rústicas que rechazan cualquier alteración de los límites de sus propiedades, aunque no las exploten, pero ni la incomprensión, ni la desidia, ni tampoco la cerrazón de unos pocos debiera impedir que se haga lo que es beneficioso para todos, incluidos quienes lo rechazan.

¿No se merece el campo extremeño que, al menos en el apartado de los accesos, se le trate como lo que es, un sector económico de capital importancia para el desarrollo de la región? ¿No sería posible adecuar el estado de tantos caminos intransitables a las necesidades actuales de las explotaciones agrarias y generar empleo directo e indirecto con esas obras? ¿Recuperando, ensanchando y mejorando los viejos caminos interiores, no se contribuiría a estrechar y restañar esos otros viales, casi tan viejos como ellos, que van a todas partes y no vuelven de casi ninguna, esos caminos de perdición por los que Extremadura continúa desangrándose en su secular hemorragia migratoria?

El camino hacia la emigración continúa expedito en Extremadura.
(Imagen de los años 60 publicada en el Cuaderno de Historia y Geografía, blog didáctico
de Juan Carlos Doncel, IES Sierra de San Pedro, La Roca de la Sierra, Badajoz.)





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