jueves, 11 de abril de 2013

Pase privado


José Joaquín Rodríguez Lara


Uno de los males que aquejan a la política española, y por extensión al conjunto de la sociedad, es que nuestros políticos parecen tener menos interés en tratar de solucionar los problemas de los ciudadanos que les dan sus votos, del que despliegan intentando causar problemas a aquellos otros ciudadanos que les roban votos porque son sus adversarios políticos.

La política española se ha convertido en un mitin interminable que, independientemente del ámbito en el que se ejerza, arranca la noche del recuento electoral y aún continúa en la madrugada del recuento siguiente, cuatro años después, cuando se pone en marcha una nueva legislatura.

No hay reputación que pueda aguantar semejante frenesí. Los políticos españoles han pasado, en muy poco tiempo, de ser considerados estrellas mediáticas a ser percibidos como enemigos públicos. Es injusto, por lo que conlleva de generalización, y no tiene justificación posible en una sociedad democrática, pero se lo están ganando a pulso. Y no sólo los que roban. Aunque hablan a menudo del pueblo y de sus problemas, lo cierto es que la muy noble y muy necesaria actividad política es percibida por gran parte de la ciudadanía como algo ajeno. Muchos ciudadanos consideran a los políticos un problema serio. Y cada día más; ahí están las encuestas. En la actualidad, el término político no es sinónimo de honradez ni de eficacia ni tampoco de cercanía o confianza. El ejercicio de la política no tiene buena imagen ni siquiera entre los propios políticos que, tachándolos de 'politizados', desacreditan aquellos asuntos en los que la radicalización de las posturas impide llegar a un acuerdo.

Tal vez sea una deformación profesional originada por la perniciosa y galopante profesionalización de la política, pero nuestros políticos dan la impresión de vivir en otro mundo, el suyo, en el que rigen valores e intereses muy alejados de los que imperan entre los ciudadanos. La política ha pasado a ser una actuación de políticos para políticos, como el pase privado, entre colegas, de un espectáculo. Y no debería ser así, salvo que el objetivo sea alejar definitivamente a los ciudadanos de la política, convirtiendo los asuntos públicos en un negocio todavía más privado de lo que ya es.

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