lunes, 4 de marzo de 2013


La política es cosa de todos


José Joaquín Rodríguez Lara


La imagen de los políticos españoles no está por los suelos, sino que se arrastra por debajo de él. Y la culpa no es del empedrado, sino de una legión de sinvergüenzas, embozados en la política, que han alcanzado ya la suficiente masa crítica para que la palabra político sea sinónimo de sinvergüenza, consiguiendo arrastrar al descrédito a los políticos decentes, que los hay, aunque sean menos de los necesarios.

Me considero una persona honrada y me indignan los sinvergüenzas, tengan coche oficial o sean chorizos de a pie, pero estoy convencido de que la política es un servicio noble, salvo cuando algunos navajeros la ejercen como un oficio vil.

Creo que las sociedades necesitan leyes y políticos, pero también tengo el convencimiento de que la ley tiene que estar al servicio de las personas, no de los cargos públicos ni de las instituciones, y de que la política debe ser un medio para mejorar la vida de los ciudadanos, no un fin para que mejore la vida de los políticos. Aspiro a que los políticos se interesen más por los problemas de la sociedad, y por los míos en particular, que por mi voto y por el de mis conpatriotas.

Creo que, en estos momentos, los ciudadanos necesitamos soluciones y no mítines. La política no consiste en convencer con declaraciones fuertes, sino en vencer con la fuerza de los hechos. No me sirven los discursos, exijo planes de actuación; no me mueven las descalificaciones del adversario, por ingeniosas que puedan parecer, exijo análisis y propuestas factibles y ajustadas a la situación; no me interesan las promesas, exijo realidades; no quiero un Gobierno que haga oposición ni una oposición empeñada continuamente en hacer de Gobierno, exijo que cada uno respete la decisión libremente expresada por el electorado en las urnas y la acepte en los términos que establece la práctica democrática. Cualquiera puede despotricar contra el adversario sin necesidad de ser político, pero, según y cuando, no todo el mundo tiene ni la capacidad ni la legitimidad jurídica para gestionar la administración pública de tal modo que sirva de la mejor forma posible al conjunto de los ciudadanos.

De una vez por todas, los políticos españoles deben dejar de jugar al baile de la silla y ocuparse de los problemas de la gente. El botón del poder les obliga a gestionar la realidad para solucionar los problemas de la ciudadanía, pero no les autoriza a diseñar el mundo a su antojo. Para eso, además del poder, se necesita la autorización, libremente expresada, de la mayoría de los ciudadanos.

La política es algo tan importante, es una cosa tan seria que no debe dejarse en manos de los políticos durante demasiado tiempo. Hay que limitar los mandatos de los cargos públicos, sean electivos o de libre designación; hay que ser más rigurosos a la hora de exigir responsabilidades tanto políticas como judiciales; y, sobre todo, hay que despertar el interés de la ciudadanía para que la política sea una actitud cívica general, no la vocación de algunos elegidos ni, por supuesto, el negocio de unos cuantos vivales.


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