sábado, 16 de febrero de 2013


La sardina ha parido


José Joaquín Rodríguez Lara


A pesar de que Badajoz es la más abierta de las ciudades extremeñas, se ignora cómo pudo llegar la sardina hasta el carnaval pacense. ¿Subió por el Guadiana, desde Ayamonte, superando no ya el azud de La Pesquera, sino hasta la cascada que forma el río en Pulo do Lobo (Portugal)? ¿Se le escapó de las manos la sardina a una pescadera ciudadrealeña y bajó desde las Lagunas de Ruidera explorando ojos aguanosos cagados por los patos de Las Tablas de Daimiel y saltando las presas de la Confederación Hidrográfica del Guadiana? ¿Nos llegó acaso la sardina del carnaval por avión, o en tren, procedente de Madrid?

Increíble portento sería, y de los más grandes, que una sardina hubiese viajado desde Madrid hasta Badajoz y sigan pasando los años sin que ese mismo viaje pueda hacerlo un ave. Más sorprendente resulta aún que, algunos días, hasta haya dificultades, cuando no impedimentos graves, para volar desde la capital del reino al aeropuerto pacense en un simple avión de línea. Y ya, lo último, el carnaval de los carnavales, es que ese mismo avión se disfrace de autobús y, en vez de volar, ronronee subiendo la cuesta camino de los túneles del Miravete.

En esta ciudad seguimos tan mal comunicados con Madrid y con Cáceres -tan cerca y tan lejos a la vez- que ni ‘La Nave del Misterio’, que pilota el intrépido comandante Íker Jiménez, aterriza en el Paseo de San Francisco para sacar a nuestra sardina en la tele, teniendo ella tanto o más escalofriantes méritos para que la saquen que el calamar gigante y otros chupacabras.

Sea como fuere, aquí está la de las escamas aceradas y los ojos fríos, sin olas ni mareas, pero más feliz que un gato en una matanza. Sobre todo desde que Badajoz tiene faro, esa lámpara marina que le faltaba a la sala de estar del Suroeste ibérico. La sardina se encuentra tan conforme en la capital pacense que no alberga la menor intención de mudarse. Y mire usted que ha recibido ofertas suculentas, tanto desde Cáceres como desde Mérida. Pues no se va. Este es su Carnaval. Le encanta Badajoz, esta ciudad funcionaria y cuartelera que nació encaramada en el Cerro de la Muela y se despendola por los llanos del Oeste, abriendo puertas en la frontera que durante siglos estuvo encomendada a su custodia. Y a Badajoz también le gusta la sardina. Incluso parece gustarle más que la propia boga del Gévora, con cuyo escabeche tantas veces se relamió, y que la mismísima zapateira y otros crustáceos y moluscos rayanos que, por servirse con profusión en las mesas cristianas de Elvas, serían más propios que la mundana sardina para dejar atrás las alegrías de Don Carnal y caer en los suspiros de Doña Cuaresma.

Pues con ser muchas y refinadas sus virtudes, a la sardina le falta algo, un no sé qué, para alcanzar la santificada perfección. Cierto es que alberga al menos un secreto, pero ¿tiene pluma la sardina? Alguna habrá que la tenga, mas no es un palomo. Que se sepa. Es verdad que da gusto devorarle el lomo, pero ¿tiene solomillo la sardina? Nadie se lo encuentra. En un arrebato, hasta se le puede chupar la cabeza, mas ¿tiene carrillera y da como para asarle el pestorejo? Ninguna persona lo hizo. Remos tiene la sardina más que una trainera, pero ¿son de pezuña negra? Ni pezuña negra ni blanca ni ‘entrepelá’ en Duroc Jersey. Donde se ponga un cochino pelón del Guadiana, que se quiten todos los de la línea Valdesequera. Y encima, para comérsela hay que tirar las tripas, pues carece la sardina de enjundias para hacer chorizos y morcillas o aunque sea esa manteca ‘colorá’ que en Badajoz se llama cachuela.

Por no tener no tiene la sardina ni andares que alimenten, ni se puede aliñar con ella unas papas o un arroz o hacer buñuelos como los que se hacen con el bacalao, ese pez que se cría en las dehesas extremeñas, aunque hay quien dice que viene del Atlántico. ¿Del Atlántico, del Charco iba a venir un animal tan superior que sólo le falta el convento para ser fraile? Del Atlántico vendrá si acaso la sardina; el bacalao es tan extremeño como el cerdo ibérico de bellota. Se nota en que, como al marrano, nadie le valora en su justa medida. Esta tierra es muy plana, muy ancha y muy abierta, aquí nadie es forastero, ni siquiera la sardina, pero eso sí, también es una tierra muy madrastra, que goza encumbrando lo ajeno sin reparar en que, cada martes de Carnaval, en el trono de la sardina bien podría recostarse una guarrina, para que gocen con sus jamones, sus pancetas, morcillas, chorizos y morros no solo quienes cargan con la parihuela del funeral por la barriada de San Roque, sino todos los condenados a sufrir la Cuaresma.

Es muy loable que desde uno de los mejores carnavales de España se ayude a los noruegos, a los gallegos, a los portugueses, a los andaluces, a los mauritanos y a los marroquíes que viven de pescar sardinas, pero sería más lógico y plausible socorrer a los ganaderos extremeños que malviven a pesar de criar el mejor porcino del mundo. Badajoz es una ciudad acogedora, aquí nadie es preterido -salvo que sea de la familia- y el Carnaval pacense es un estupendo escaparate en el que habría que hacerle un hueco a los productos de la tierra. De la nuestra. La Universidad de Extremadura bien podría investigar para conseguir darle a la sardina aspecto y sabor de auténtico pata negra, pero como no lo hará, quizá un día a algún carnavalero se le ocurra vaciar la barbacoa y rellenar la efigie de la sardina con chorizos y morcillas, para que, una vez incinerada la protagonista del entierro y asada la chacina, el carnaval pacense proclame a los cuatro vientos: ¡la sardina ha parido, / y ha parido chacina, / panceta y embutidos, / que viva la guarrina!

Y a comer, que ya vendrá el Miércoles de Ceniza, con el pescao.


(Escrito para la revista municipal del Carnaval de Badajoz del año 2013)


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