miércoles, 5 de diciembre de 2012

Mercantil, la novia del solista


José Joaquín Rodríguez Lara


La melena, amarillo canario; fucsias, las cejas; las pestañas, de blanco armiño. Y no podías huir; no había forma de escapar del agujero negro de su mirada, del pozo de los vértigos que te arrastraba la voluntad hasta ahogarla en las sombras de la indefensión más absoluta. Nunca le importó el sexo de sus víctimas. A veces, ni siquiera alcanzó a distinguirlo. Se había jurado que llegaría virgen al tálamo y lo conseguía casi todas las noches. Ella sólo coleccionaba desechos de amantes, guiñapos, andrajos incapaces de volver a erguirse sobre sus pasiones o sus debilidades para reaparecer en el precipicio de sus ojos y despeñarse de nuevo.
Cuando se conocieron ella ya estaba de vuelta y él aún no era nadie. Anhelaba que las adolescentes corriesen como hormigas locas hasta la puerta de su camerino para colmar sus fantasías sexuales, respirar su aliento o, al menos, para pedirle un autógrafo. Sueños. No ardía aún la mecha de su estrella, pero lo último que se hubiese propuesto entonces era liarse con la hermana mayor de su público. Sin embargo, cometió el error de asomarse a sus pestañas y eso le cambió la vida. Cayó al fondo del pozo. Fue su primera amante, la novia del solista.
Entonces ensayaban mucho y no daban conciertos casi nunca. Cualquier invitación a tocar era una fiesta y un atisbo de contrato terminaba en orgías de amor propio.
- Y encima, pagan. Y con dinero.
- Sí, pero ¿te das cuenta de donde está ese sitio? ¿Cómo vamos a ir?
El rey de las baquetas era un manitas. Siempre terminaba el primero. Además de la batería tocaba lo que se le pusiera por delante, salvo, claro está a ‘la Rubia’, para la que ya no le quedaban fuerzas.
- ¿Qué os parece el buga?
- Un cochazo. Cinco plazas y con baca. ¡Qué tío! ¿Quién te lo presta?
Era robado, pero difícil de reconocer, pues le cambió la matrícula en un desguace y, además, pensaba pintarle de negro el techo, el capó y tal vez también las aletas.
Aquel Sinca fue la primera crisis del grupo. Ella exigió viajar en el asiento del copiloto, pero solo el batería tenía carné, así que hubo que convertir en chófer al solista, que a punto de matarlos estuvo. Entre la descomposición general y la vomitona, llegaron tarde y sin resuello al Calypso Club, que así se llamaba la discoteca.
El empresario les recibió al borde de la carretera con cara de pocos amigos. No le gustaba el coche ni el utillaje ni tampoco los músicos. Pero, ¿qué podía hacer? Les dejó pasar. Inmediatamente ella se hizo dueña y señora del camerino. Bastó que le echase la vista encima a las paredes y que le diese un imaginario fregonazo al suelo, para que el batería se sintiera en la obligación de adecentar la suite.
Tocaron bien aquella noche, con ganas. Fue un buen directo, pero casi nadie bailó y hubo pocos aplausos. La clientela estaba a lo suyo y el empresario, a no querer pagarles. “Dejádmelo a mí”, bramó ella. Entró resoplando en el reservado y, después de tres voces y diez minutos de refriega, salió contando billetes. Ahí se ganó los galones y el título. Además de la novia del solista, ‘la Rubia’ se convirtió en ‘Mercantil’ y pasó a ser la directora, mánager y ama de la banda.
- Es que hay que ser mercantil, como Mercantil. Si no, es que no somos nadie.
Mercantil ponía fecha y hora para los ensayos; Mercantil se encargaba de seleccionar y decidir el orden en el repertorio; Mercantil aceptaba y rechazaba conciertos; Mercantil pasaba el canuto y vigilaba los escarceos amorosos de los músicos, incluidas las sesiones de amor propio. Fue una etapa inolvidable para todos, pero sobre todo para el de las baquetas que pasó de hombre orquesta a batería suplente lleno de amor propio y con mucho tiempo para ensayar.
- Deja de llorar, que vas a pringar la batería, y reconócelo de una vez: el nuevo es mejor que tú. Tiene más repertorio. Es que no eres mercantil. Ahora, eso sí, pidiendo coches prestados eres un hacha.
Todo cambió a mediados de la temporada siguiente, cuando Mercantil se perdió. Desapareció en un concierto por la parte de Soria y no volvieron a verla. El dinero de la actuación estaba debajo del asiento del copiloto. Sólo faltaba la mitad y la parte que le correspondía a Mercantil. La banda nunca pudo superarlo. El rey de las baquetas se sentó al volante y volvió a las cajas. El solista regresó al asiento del copiloto y al batería titular lo dejaron olvidado en un club de alterne que necesitaba palanganero. Empezaron a ensayar menos y a pelearse más a menudo con los dueños de los garitos; tuvieron que hacerle sitio en la furgoneta a las fans de cabecera y la vida les encerró en un círculo vicioso que les llevaba año tras año por las mismas carreteras para cantar las mismas canciones en los mismos lugares. El batería descubrió que empezaba a conocerse de memoria el movimiento de las losetas sueltas de cada camerino y también comprobó que, en algunos de ellos, ni siquiera arrancaban las hojas de los calendarios.
Aquel verano, durante la gira, cuando ya habían pasado la mitad de las cuendas del rosario de actuaciones concertadas, volvieron a encontrarse con Mercantil, ‘la Rubia’. Estaba en Badajoz, apoyada en la barra del Mercantil que, además de una mujer, también es una sala de conciertos. Tenía la melena amarillo canario, las cejas de color fucsia, las pestañas más blancas que el armiño y dos niños preciosos. Mellizos al parecer. El rubio quería ser cantante y el moreno ya tocaba la batería con singular destreza.
El solista estuvo a punto de dedicarle su canción, la que tantas veces canturreó para ella, y hasta en un tris de acercarse a saludarla y darle un beso, pero se tragó las lágrimas y superó la tentación. No le quedaban fuerzas. Ni siquiera esperó a que, por cortesía, el público pidiera algún bis. Bajó del escenario, cruzó la sala y se echó a la calle. Se fue. No se despidió de la novia que le había mantenido en pie durante la campaña de su despegue y tampoco se le ha vuelto a ver.
El batería sigue con el grupo. Es el mánager de ‘Perdidos por las cunetas’, que así se llama ahora la banda. Trabaja mucho. Sobre todo desde que se quedó con el negocio del desguace.


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