domingo, 16 de diciembre de 2012

Del amor tardío (4)

 

Sentado en el labio de la tarde
contemplo el afán del molinero
que deshace su luz en el mortero
haciendo del ocaso un alarde.


Allí donde la eternidad arde
y cede la cerviz del minutero,
¡quién tuviera manos de relojero!
para reparar la fe del cobarde


que retrocede ante las estrellas
y teme un amanecer ajeno,
incapaz de escalar hasta ellas,


como si la edad pusiera freno
al corazón colmado de centellas
o la felicidad fuese veneno.

 
(De mi poemario ‘La ausencia que te nombra’)


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