domingo, 30 de diciembre de 2012


Estudiar para trabajar

José Joaquín Rodríguez Lara


La necesidad de estudiar para hacer frente al paro y a la crisis ha sido la piedra angular en el segundo mensaje de fin de año pronunciado por José Antonio Monago como presidente del Gobierno de Extremadura. Ha hecho un discurso llano, directo, muy propio de una persona con orígenes familiares y personales nada rimbombantes.

Llama la atención el escenario elegido para la puesta en escena del mensaje presidencial: no fue un despacho ni tampoco un estudio de televisión. Desde un instituto de Enseñanza Secundaria, el ‘Saénz de Buruaga', de Mérida, en un aula vacía y engalanada con banderas y algunos detalles navideños, incluida una versión 'pascual' del himno de Extremadura, frente a un abanico de pupitres verdes y de espaldas a un encerado -en el que, como enunciado del problema económico que aqueja a la comunidad autónoma y propuesta de solución, se había trazado alguna fórmula-, así se ha dirigido a los extremeños un José Antonio Monago al que, para menospreciar su currículum, no falta quien le recuerde que fue bombero. Lo fue y parece que destacado. Ahora preside la Junta de Extremadura.

Con bastante menos frecuencia se menciona que, además de bombero, José Antonio Monago terminó la carrera de profesor de EGB, en Extremadura; estudió criminología, por Cádiz; se licenció en derecho en Cáceres; realizó dos años de prácticas jurídicas en el Colegio de Abogados de Badajoz y se doctoró en la Universidad de Salamanca. Eso dice de Monago la Wikipedia y es muy probable que hasta sea verdad. Por lo tanto, cuando Monago hace hincapié en los beneficios que aporta la formación lo hace desde la experiencia y con conocimiento de causa.

La educación puede resultar muy pesada, pero nunca es un peso muerto. Si se permite la comparación, es como saber montar en bicicleta o saber nadar. A nadie le estorba y, en multitud de ocasiones, resulta imprescindible para salir adelante. En su discurso, al cruzar las cifras del desempleo con el nivel de estudios de los parados extremeños, Monago ha puesto de manifiesto que estudiar es ahora, si cabe, más necesario que lo fue nunca. Tiene razón.

El problema está en que además de ser muy necesario mejorar la formación de los extremeños -tanto de los parados como de los que afortunadamente todavía tienen empleo-, también es una necesidad acuciante. En tiempos de bonanza se podía, y se puede, estudiar por el placer de saber; formarse con vistas al futuro. En una situación de crisis tan brutal como la que sufre Extremadura, no basta con estudiar para saber, hay que formarse para trabajar. Y no pensando en el día de mañana, sino pensando que mañana es el día.

Mucho antes de que estallase la crisis económica ya había licenciados y doctores desempeñando empleos muy por debajo de su cualificación académica. Es un tópico mencionar los casos de barrenderos y camareros con título universitario. Habían estudiado, sabían, pero la sociedad no les ofrecía un empleo para ejercer lo que les había enseñado. Hace dos o tres años, personas que tenían estudios ocultaban sus conocimientos a las hora de solicitar trabajo, escarmentadas de que saber les restase posibilidades de empleo frente a candidatos con una preparación inferior. Ahora pasa lo mismo o incluso es peor: de nada sirve el currículum vítae.

Cada día está más claro que lo que se necesita no es saber, sino saber de lo que se necesita. El saber sigue sin ocupa lugar y, sobre todo, mejora mucho las estadísticas oficiales, pero por sí mismo no facilita el acceso al empleo tanto como debiera y ni siquiera la millonésima parte de lo que urge. Así que estudiar es bueno porque remedia una carencia o una insuficiencia, pero lo verdaderamente útil es formarse para acceder a cualquier oferta de empleo que pueda presentarse, aunque sea inusual.

En cada academia, en los institutos, en cualquier escuela de formación profesional y en todos los centros universitarios debería funcionar, con eficacia, un servicio que informase al alumnado, en tiempo real, sobre los caminos por los que se barrunta la posibilidad de encontrar trabajo. Hay muchas personas que están dispuestas a mejorar su formación y hasta a reciclarse profesionalmente para acceder a un empleo. El problema es que no saben qué estudiar ni nadie se lo dice. Pasó lo mismo con el cooperativismo hace años, cuando todo el mundo hablaba de las ventajas de que los productores se integrasen en cooperativas, obviando la segunda parte de la solución al problema: el cooperativismo de producción es importante, pero el de venta y distribución lo es muchísimo más.




La mayor condena (2) 


No temo a rejas ni a cerrojos
aunque con grilletes cosan mis manos,
pues me bastaría cerrar los ojos
para hacer míos sus hierros vanos.


Dichosos los cautivos que, cargados
de cadenas, penan muertes ajenas
y para lavar los pasos mal dados
vierten lágrimas de sus propias venas.


Al menos conocen la dimensión
de su culpa en granos de arena.
Mas quien preso está del corazón,


porque una pasión lo envenena,
ni busca fuga ni halla perdón,
que es el amor la mayor condena.


(De mi poemario 'La ausencia que te nombra')

 

Soberbia pareja (10) 


Cuando el amor no haga memoria
de ti y tus labios ya no recuerden
que esos pliegues que tus dientes muerden
ardieron en carmín y son escoria.


En ese mutis para la historia,
donde tantos corazones se pierden
buscando emociones que concuerden
su decrépito final con la gloria,


justo en ese colosal instante
quiero verte venir, tan orgullosa,
presumida, fría y deslumbrante


como te sufrí. Menos irritante
es recibir desprecio de una diosa
que amor de mujer tan arrogante.




(De mi poemario ‘La ausencia que te nombra’)

viernes, 28 de diciembre de 2012

- Bienaventurados los antitaurinos
 
pues, al atizar los carbones de la polémica,
mantienen vivo el rescoldo de la afición a los toros.


jueves, 27 de diciembre de 2012

La política no es un juego 


José Joaquín Rodríguez Lara


María Isabel Redondo y Bartolomé González, que tienen escaños y sueldos en la Asamblea de Madrid, han sido fotografiados enfrascados en un partida de ‘Apalabrados’ -un juego electrónico en línea que es similar al Scrabble- mientras en la cámara legislativa madrileña se debatía la ley que le abre las puertas a la privatización de la sanidad pública de la comunidad capitalina, un asunto de hondo calado. 

Bartolomé González y Maria Isabel Redondo en plena partida.
Foto de Álvaro García publicada en la edición digital de El País. 

La imagen y la noticia de ambos jugadores han corrido como la pólvora, aunque la mayor novedad del lamentable incidente no está en que sus señorías María Isabel y Bartolomé (3.500 euros brutos al mes de salario base como diputados rasos, más los correspondientes pluses por asistencia y responsabilidades personales encomendadas) se tomen la política como un juego, sino en el juego al que se entregan mientras juegan a hacer política. 



Ambos diputados son del PP, aunque la filiación partidaria no es lo determinante en una conducta tan inapropiada como la suya. A lo largo de los años he visto a parlamentarios de casi todos los partidos –a pesar de que los minoritarios no tienen tiempo ni para perderlo- haciendo cosas tan variopintas durante los plenos como leer el horóscopo en el periódico, analizar con detenimiento las páginas de desnudos de una conocida revista, hablar de asuntos graciosos e intrascendentes con otras señorías, mantener largas conversaciones por teléfono y hasta dormitar en el escaño. 



Con estas actitudes absolutamente injustificables, impresentables y denigrantes, los parlamentarios que se evaden de sus obligaciones no perjudican a los ciudadanos, pues si les ha tocado intervenir desde la tribuna intervienen y, además, su voto ya está predeterminado antes de que lo emitan. Perjudican a los políticos que sí se toman la política en serio, perjudican al sistema democrático, perjudican a su partido y se perjudican a sí mismos. ¿Quién se puede tomar en serio a quien se toma la política como un juego? Aunque fuera Supermán y pudiese hacer treinta cosas a la vez, ¿qué político tiene derecho a dar la impresión, nada más que la impresión, de que emplea en jugar el tiempo por el que se le paga para que trabaje?

Tanto Bartolomé González, ex alcalde de Alcalá de Henares, como María Isabel Redondo, integrantes ambos de la dirección del grupo parlamentario popular en la Asamblea madrileña, es decir, doblemente obligados a dar ejemplo, han pedido perdón por un desliz más propio de adolescentes que de personas adultas y han mostrado propósito de enmienda, pero el daño ya está hecho. Lo grave no es su falta de respeto a la ciudadanía jugando al ‘Apalabrados’ en pleno pleno, sino su contribución al descrédito de la política y de los políticos; incluidos los políticos que sí se toman en serio su función. En un momento de crisis económica tan atroz, cuando muchísima gente no tiene qué llevarse a la boca y mucha más va por el mismo camino, nadie que viva del dinero de todos debería seguir en el cargo después de haberse tomado la política como un entretenimiento. Las disculpas no bastan; se necesitan dimisiones. Que dimitan ambos por defraudar a quienes les votaron, a quienes le pagan y a quienes creemos que la democracia es el mejor sistema político posible, no un juego muy bien retribuido. Que le dejen el escaño a dos compañeros que en su momento no resultaron elegidos, pero que sí están dispuestos a cumplir con sus obligaciones.

Ciertamente, las sesiones parlamentarias, especialmente los plenos, resultan muchas veces tediosas y cualquiera puede caer en el aburrimiento pasando tantas horas sentado en un escaño escuchando dimes y diretes con la única misión de votar o poco más. Mas a nadie se le obliga a ser parlamentario. Se puede renunciar antes y después de la elección. La política no es un juego ni tampoco un oficio; es un servicio y para servir lo primero que hay que tener es voluntad de hacerlo. Especialmente cuando corresponde participar en sesiones de trabajo y se cobra por ello.

El abandono voluntario y ocasional de las obligaciones parlamentarias, que no del escaño ni de las retribuciones que conlleva, se debe, en buena parte, a que nuestras leyes electorales amparan las listas cerradas y bloqueadas. Ningún parlamentario español -tampoco los del Senado- puede asegurar que consiguió el escaño exclusivamente por méritos propios. El electorado vota muchas veces a favor de líderes cuyos nombres ni siquiera están en la papeleta que deposita en la urna. Todo lo contrario ocurre en sistemas, como el británico, en el que la circunscripción electoral es unipersonal y solo consigue escaño el candidato más votado. Cuando hay que ganarse el escaño arañando votos para derrotar a todos los demás contendientes, se le tiene mucho más respeto a los votantes y muchísima más responsabilidad ante ellos. 

En detrimento de la circunscripción electoral unipersonal se afirma que perjudica a las minorías, pues con tal sistema obtienen muchísima menos representación. Y es verdad. Pero es igualmente cierto que nuestro sistema de listas cerradas y bloqueadas perjudica a toda la sociedad, incluidas las personas que votan a los partidos minoritarios. Y, además, perjudica, y de qué manera, a los propios partidos políticos, contra los que se vuelven las irregularidades de sus parlamentarios, por ser los únicos responsables de haberlos puestos en las listas, sin darle a quienes votan al menos la posibilidad de tachar sus nombres. 

miércoles, 26 de diciembre de 2012

- La esencia del arte es parar el tiempo. 
Apoderarse del mundo y ponerlo en un lienzo, 
en un verso, en la partitura de una sinfonía, 
en un trozo de mármol o, simplemente, en el aire, 
hasta conseguir que sea eterno.


martes, 25 de diciembre de 2012


ESCALA EXTREMEÑA 
DE LOS MOVIMIENTOS SÍSMICOS


1.-    Nimenterao.


2.-    Lo he visto en la tele.


3.-    Chacho, ¿y el terremoto de anoche?


4.-    Deja de mover la cama, coño.


5.-    Chacha, chacha, chacháaaa...


6.-    Pero ande vas descalzo, a estas horas hombre; 
                                                        ponte algo, ¿no?


7.-    ¡Ay, Virgen Santísima del Soterraño, qué zocotreo,
        qué zocotreo!


8.-    Correee, correeee, a la calle, que lo mismo nos repite.


9.-    Madre mía, que desgracia más grandeeeee;                                                               si hasta me dejao el móvil enchufao.


10.-  Pos yo, nimenterao.


lunes, 24 de diciembre de 2012


A unos ojos (1)


Fuego que no consume sus destellos
y al mismo sol supera en brillo,
invitando, con filos de cuchillo,
a dejarse el corazón en ellos.

Inerme, como sueño de chiquillo,
tirito en las llamas de su fragua,
que no hay volcán de más fría agua
ni témpano con tal fe de hornillo.

Nunca habrá caricia más sutil,
ni puede haber un beso tan puro,
ni cumplido que fuese tan gentil,

ni un reproche que suene más duro
que su mirada, de flor en abril,
fuente de miel y de llanto oscuro.


(De mi poemario ‘La ausencia que te nombra’)




domingo, 23 de diciembre de 2012

Esquina rota (9)



Callada luz y silencio umbrío
del volcán oculto a la doncella
que, por nacer mosto, en su botella
madura sin ceder al desvarío.

No verá su corazón en el mío
señal alguna de otra estrella,
ni nadie podrá decirme de ella
que fue su desdén mi escalofrío.

En la esquina rota del olvido,
donde las horas ya se dan la vuelta,
yo no daré su vientre por perdido.

Aunque amé sin ser correspondido
y me rechazó su boca resuelta,
aún soy fuego, en vino diluido.



(De mi poemario ‘La ausencia que te nombra’)

viernes, 21 de diciembre de 2012

La calle olía
a forraje fresco,
a música de campanillas
y burritas de paso trotón
camino de la cuadra.
Cada tarde el pueblo
tintineaba por las esquinas
en un concieto anochecido
de cobre y herradura,
hasta que un rugido de bielas
empañó el aire
y puso renglones de humo
sobre la calma.


(De mi libro 'La tierra al fondo',
publicado en Badajoz por la Institución Cultural Pedro de Valencia, en 1980)

El blanco plumón de las camisas
encala la tarde
que huele a juncia fresca,
a rezo de beata.
Los hombres uncidos al campo sacan del baúl
su mejor traje
y por un día olvidan la yunta y la senara
al murmullo de los pasos
que se alargan en hilera
bajo los balcones.
Con qué misterioso fervor
estos hombres
aúnan cada año su camino
bajo la misma imagen, por idénticas calles
en la misma y repetida procesión.


(De mi libro 'La tierra al fondo',
publicado en Badajoz por la Institución Cultural Pedro de Valencia, en 1980)

La tierra al fondo,
abierta en barbechos y encinas de siglos,
la tierra
que late y cruje
y se hace llama en el corazón y verso
en los ojos y canto
en la palabra y amor en la noche.
La vida clavada en el surco,
repleta de surco la boca, ahitas
las manos de norias y molinos
y hombres de noviembre y trigos de mayo.
La tierra al fondo del alma,
al fondo del verso, presente en la palabra,
y cuando la palabra muera
que un hueco caliente y tendido
arrope el silencio.

(De mi libro 'La tierra al fondo',
publicado en Badajoz por la Institución Cultural Pedro de Valencia, en 1980)

A veces casi es importante sentirse
poeta,
un poeta pequeño, desconocido,
con un despertador intermitente y desacompasado
en el pecho,
un poeta de bellos y sencillos
y frágiles poemas,
como esas florecitas de los lindones
que las vacas rumían al atardecer
sin demasiada prisa.


(De mi libro 'La tierra al fondo',
 publicado en Badajoz por la Institución Cultural Pedro de Valencia, en 1980)

Cuatro corazones (29)


Emerge el amor, como si nada,
mariposa que va de flor en flor
pavoneándose en el fulgor
de tu mirada,

hasta quedar, al fin, embelesada
en brazos del néctar embriagador
que hará de cualquier otro licor
agua pasada.

Mas cuando vienes ya de arribada
te echa a pique cualquier fragor
de marejada,

sin que puedas hallar puerto mejor
que aceptar la burla del traidor
como si nada.


(De mi poemario 'La ausencia que te nombra')

QUIZÁ ME HAYA PERDIDO
y busque mi sombra por los espejos
del campo;
quizá el roce de la soledad
caliente mis labios y me derrita la boca
y el cielo de los ojos;
quizá hoy estoy triste
y necesito el hilillo entrecortado de tu voz
tras el teléfono.


(De mis poemas sin libreto)

MEZCLARÁN NUESTROS CUERPOS
con el eterno latido de la tierra
y ella retendrá
el color de los ojos y la dulzura de los labios
para que pájaros y flores
sacien sus penas de amor
en el hueco azul de los abrazos.


(De mis poemas sin libreto)

jueves, 20 de diciembre de 2012

Anhelo


¿Cuándo podrán mis manos
crecer entre la yerba con las tuyas,
esparcir los vilanos
del cardo con las tuyas,
ser viento, luz y fuego con las tuyas?

(De mi poemario 'Liras del delirio')


- Esta crisis es lo más parecido a machar ajos.
Por más que des vueltas en el mortero,
como te pille el 'machacaó' no tienes escapatoria.

- Canadá es la nueva tierra prometida. Necesita albañiles, electricistas, fontaneros, soldadores... Hablan de 300.000 empleos para profesionales que puedan acreditar su formación, su experiencia,
y que sepan algo de inglés o francés.
¿Dónde hay que apuntarse para trabajar en Canadá?
Nadie lo sabe.
El anuncio de la oferta canadiense ha causado impacto,
pero por ahora nadie parece saber nada sobre su autenticidad,
los plazos, las solicitudes, etcétera. Ni siquiera el INEM.

miércoles, 19 de diciembre de 2012


Memoria cruel del olvido (15)


Hay que apurar hasta el fondo los abismos,
buscarnos dentro y emerger en arañazos,
reconstruirnos aunque sea sólo a retazos
sin abrazar credos ni ninguno de sus ismos.


Para averiguar si somos nosotros mismos
hay que desgarrar el azogue en mil pedazos,
arriesgarse a cruzar el mar de los rechazos,
y beber más de la fe que de los catecismos.


Antes de partir, con los últimos aletazos,
el viento reunirá las esquirlas del espejo.
Allí, los amores, las traiciones, los abrazos,


las pasiones, tus ojos…, todo será reflejo,
memoria cruel del olvido, los últimos trazos
de un retrato fiel que se quedó en bosquejo.


(De mi poemario ‘La ausencia que te nombra’)


martes, 18 de diciembre de 2012


Apoteosis del cambio


José Joaquín Rodríguez Lara


Ni la rana, a la que le salen patas de andar por tierra cuando ya es el renacuajo que mejor se impulsa con la cola en el fango del charco. Tampoco la mariposa, que antes de deleitarse con el néctar volando de flor en flor, debe devorar hojas y arrastrar su barriga de oruga insaciable, para hacer después una estricta dieta de pupa y crisálida. Ni siquiera Belén Esteban y sus espectaculares cambios por delante y por detrás. Ni mucho menos Gregorio Samsa, estoico comerciante de telas que se durmió persona y amaneció convertido en cucaracha. Nada. Todo eso y mucho más que a usted se le pueda ocurrir son fruslerías, simples bagatelas.

Ni la de Ovidio, ni la de Kafka, ni tampoco la de Delibes. No hay metamorfosis que se le iguale. Para metamorfosis, metamorfosis, la que está sufriendo España. Vivíamos todos en un bufé gratis total, picoteando con fruición de aquí y de allá, sin importarnos ni el coste de la consumición ni quien la pagaba ni lo insalubre de lo consumido, y hemos terminado en un centro comercial de las afueras de Europa en el que quieren cobrarnos por todo. Por la Justicia, por la Sanidad, por los bancos, por las pensiones, por la autonomía, por los carritos oficiales de las cajeras... Por todo.

Pagamos por entrar, por estar y por salir. El Estado no tiene dinero y a los ciudadanos seguro que nos sobra. España, que hasta hace unos años era un país, se parece cada día más a un supermercado.

- ¿A cuánto está la Justicia hoy?
- Han subido las tasas...
- Pues póngame cuarto y mitad de ira con un poquito de resignación, pero poquita.

Dice Rajoy, director de la gran superficie hispana, que ha tomado las medidas que está tomando forzado por las circunstancias, pero que a lo mejor da marcha atrás en alguna de ellas. ¿El supermercado de España admite devoluciones? Busquemos la factura de la boda, por si hubiera suerte.

- La genialidad siempre camina por las orillas.

lunes, 17 de diciembre de 2012

- Nunca te enamores de una camarera.
Tu copa no te perdonaría jamás esa traición.

Reina republicana (26)


Perenne soledad de la campana
presa en su campanil, tan expuesta
al frío y la flama como presta
para repicar desde su ventana,

sumándose con gozo a la fiesta,
o doblar por una muerte cercana.
Ya sea de corte o aldeana,
a golpes de badajo manifiesta

la diaria actualidad parroquiana
sin que haya una voz más honesta,
más rotunda y menos charlatana.

Vela en su atalaya enhiesta,
de la que es reina y sacristana,
sin echar al vuelo una protesta

ni reclamar trato de soberana.
Habla, pero no espera respuesta
pues conoce bien el alma humana.



(De mi poemario ‘La ausencia que te nombra’)

domingo, 16 de diciembre de 2012

Del amor tardío (4)

 

Sentado en el labio de la tarde
contemplo el afán del molinero
que deshace su luz en el mortero
haciendo del ocaso un alarde.


Allí donde la eternidad arde
y cede la cerviz del minutero,
¡quién tuviera manos de relojero!
para reparar la fe del cobarde


que retrocede ante las estrellas
y teme un amanecer ajeno,
incapaz de escalar hasta ellas,


como si la edad pusiera freno
al corazón colmado de centellas
o la felicidad fuese veneno.

 
(De mi poemario ‘La ausencia que te nombra’)


- Hay tres clases de periodistas: 
los que se esfuerzan en contar lo que pasa; 
los que se empeñan en que pase lo que cuentan, 
y los que pasan de lo que pasa y hasta de lo que cuentan.


sábado, 15 de diciembre de 2012

- Hay que desconfiar, y mucho, 
de quien urge el cambio de las normas de juego 
cuando va perdiendo el partido.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Otra paletada de tierra 


José Joaquín Rodríguez Lara


Enunciadas por el orden de su importancia periodística, al periodismo se le han asignado tradicionalmente tres nobles misiones: la función de informar, la de formar y la de entretener. Parece el cóctel perfecto, pero la mezcla puede resultar explosiva si no se cuida la proporción de cada ingrediente.

Un periodismo que solo informe puede desinformar a quien no disponga de la suficiente formación para digerir la información que recibe. El poder de la información no está en los datos, sino en saber interpretarlos.

Cuando el periodismo pone el acento en la formación, dejando en segundo plano la primera de sus misiones, entra en el terreno del adoctrinamiento. Ha pasado muchas veces y continúa pasando. El periodismo se ha utilizado y se utiliza para adoctrinar a la ciudadanía sobre cuestiones ideológicas, religiosas, económicas, deportivas, medioambientales, familiares, etcétera.

Y aquel periodismo que antepone el entretenimiento a la información y a la formación deja de ser periodismo para convertirse en un simple espectáculo.

De unos medios de información –especialmente los impresos- que se jugaban el tipo para informar, aunque fuese entre líneas, que adoctrinaban a toda plana –de forma obligada o voluntaria- y que entretenían lo justo, se ha pasado a otros –prensa, radio, televisión y medios digitales- en los que el entretenimiento, la vida y la muerte vistas como un espectáculo de variedades, prácticamente lo acapara todo o, al menos, tiene un peso más que considerable.

¿La prensa del corazón (bodas, bautizos y comuniones) hacía periodismo? Sí, lo hacía al revés –entretener, formar e informar- pero lo hacía. ¿La televisión de la entrepierna (infidelidades, cornadas y adulterios) hace periodismo? No. Hace cabaret, pero del malo. Lo suyo es un espectáculo en el que prima la obscenidad, la impudicia y la chabacanería.

El enorme éxito de público no convierte en periodismo a los cotilleos de alcoba, ni en periodista a Belén Esteban y compañeras mártires por más que se harten de informar en exclusiva, aprovechándose de que, en muchas ocasiones, son organizadores, protagonistas y testigos de los hechos que con enorme estruendo relatan.

Sin embargo, lo que yo considero un mal cabaret es, para millones de personas, periodismo y del mejor, así que seguramente quien esté confundido sea yo. Aun así me atrevo a afirmar que una parte del descrédito que actualmente sufre la profesión periodística proviene de ese lamentable –insisto, para mí- espectáculo televisivo. Se nos mide con una vara que ni es periodística ni lo será nunca. La televisión, la radio, en menor medida, y hasta los medios impresos y digitales le sirven al público, en la misma bandeja, por el mismo canal y en el mismo o parecido formato, información, opinión y espectáculo. Es un plato combinado en el que a veces resulta difícil distinguir al huevo frito de la croqueta y al filete del tenedor o del arroz blanco.

Michael Christian y Mel Greig en su programa de radio
Si algo caracteriza a la mezcla es su inestabilidad, por eso no debe extrañarnos que a veces haya explosiones. Acaba de ocurrir con la broma que Mel Greig y Michael Christian, locutores de una emisora de radio australiana, le gastaron a una enfermera británica haciéndose pasar por la reina Isabel II y su hijo el príncipe Carlos. Era una simple broma, no estaba muy bien hecha, pensaban que no pasaría los filtros hospitalarios y que nadie se la creería. Pues pasó los controles, alguien se la creyó y la víctima del engaño ha muerto.

¿Son los bromistas Mel y Michael responsables del fallecimiento de esa mujer? No lo creo. ¿Han echado esos bromistas una paletada de tierra más sobre el féretro de la credibilidad de la radio, en particular, y de los medios de información en general? Sin duda. Y la credibilidad es la virtud y el patrimonio más importante que tiene un medio de información; los lectores, oyentes, espectadores y usuarios pueden volver, aunque se vayan durante algún tiempo; la publicidad puede recuperarse, a pesar de que se retire en época de crisis, pero la credibilidad, el prestigio, el buen nombre de una marca se pierde y no vuelve más.

La trágica burla de los locutores australianos es una simple broma al lado de la que organizó Orson Welles, en 1938, con la emisión radiofónica de ‘La guerra de los mundos’; pero Welles hacía espectáculo porque no era un periodista ni un locutor sino un actor y director, una gran estrella del espectáculo, aunque su obra –en teatro, radio y cine- rezume más periodismo que muchos medios de información.

Es posible que ahora que estamos a las puertas del fin del mundo, por la crisis, por el calendario maya y por el continuo avistamiento de asteroides, alguien tenga la tentación de repetir lo que hizo Orson Welles en una cadena de radio norteamericana. Esperemos que, por su bien y por el bien del periodismo, no le salga mal.


La lista de la vergüenza

José Joaquín Rodríguez Lara


Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda en el primer Gobierno de Rajoy, amenaza con publicar una lista con la identidad de quienes tienen deudas fiscales lo suficientemente antiguas para que se les pueda considerar morosos.

No creo estar entre las entidades, empresas y particulares que eluden el pago de sus impuestos, pero la actitud del ministro me parece improcedente.

He visto en los medios digitales alguna encuesta en la que la postura favorable a que se publique esa lista es abrumadoramente mayoritaria, con porcentajes cercanos al cien por cien. Antes de ver los resultados de la consulta yo ya había votado en contra de la publicación del listado.

Y no es que no me interese saber el nombre de quienes me roban -pues, literalmente, me roban- al eludir el pago de los impuestos; todo lo contrario, me interesa y mucho. Quiero saber quienes son los saqueadores de la Hacienda pública, pero por encima de todo deseo que la Justicia les haga pagar lo que me deben y no creo que hacer una lista con sus identidades y publicarla sea lo más adecuado. Dudo, incluso, de que sea constitucional. Si se publican los nombres de quienes no aportan a las arcas públicas lo que les corresponde, ¿por qué no se podría publicar la lista de los violadores, de los maltratadores, de quienes conducen borrachos o de los chorizos de medio pelo? Los delitos de cada uno de ellos dañan al conjunto de la sociedad. ¿Por qué no se publica la lista de los bígamos -alguno hay- y de los divorciados que no pagan la pensión establecida por los tribunales? A muchas personas les gustaría saber si tienen algún conocido entre ellos.

Que se le pretenda dar a los defraudadores un trato equivalente al de los terroristas en busca y captura me parece un enorme error. Tan solo anunciar que se estudia tal posibilidad, como ha hecho el ministro, ya me parece un error enorme. Quienes no pagan sus impuestos no son personas, físicas o jurídicas, desconocidas. Todo lo contrario. Hacienda sabe muy bien quienes son, a qué se dedican, donde están y en qué emplean el tiempo libre. Pues si el ministro sabe quienes son los desfraudadores, donde están y cuanto deben, lo que debe hacer es aplicarles la ley, llevarles a juicio, que se les condene, si son culpables, y que se les encarcele o se les embargue si así lo deciden los tribunales. En suma, que la Justicia realice su trabajo, pues de lo contrario estaría demás. Sin ley no hay sociedad y sin un sistema judicial operativo no hay estado.

Condenado por la Inquisición, vestido
con el capotillo del sambenito y el capirote a juego
y expuesto al escarnio público, escucha sus delitos.
Y si las actuales leyes españolas no son eficaces para sancionar a los morosos, lo que debe hacer el ministro de Hacienda es proponerle al Gobierno y a las Cortes, la aprobación de una nueva normativa que sí resulte eficaz contra la morosidad. El ministro Montoro tiene mayoría absoluta en el Congreso y en el Senado, puede hacerlo con rapidez y sin obstáculos insalvables. Publicar la lista de los delincuentes fiscales con el objetivo de que sea el pueblo el que, por acción u omisión, presione a los morosos con el oprobio del sambenito, como en los procesos inquisitoriales, o con el ostracismo, como en las dictaduras, puede abrir la espita de la agresión física, lo que se acercaría peligrosamente a la lapidación y a otras formas de justicia populista imperantes aún en sociedades no democratizadas. Cierto es que en otros países sí existen esas listas, pero son comunidades en las que engañar al estado está considerado una vergüenza y no una hazaña, como aquí. España es un país en el que se llama pícaros, es decir, astutos, a los delincuentes inmunes al escarnio público. 

Si se publicase el listado de Montoro estaríamos, además, ante una alevosa dejación de funciones y, por encima de todo, resultaría una muestra palpable de debilidad gubernamental. Si el Gobierno necesitase recurrir a la presión del conjunto de los españoles para aplicar las leyes, ¿para qué necesitaríamos un Gabinete completamente inútil y que, además, resultaría tan caro o más que un gobierno verdaderamente dispuesto a gobernar?



jueves, 13 de diciembre de 2012

- Si algún día el volcán submarino de El Hierro
origina un islote, habrá que llamarle Viruta.
Viruta del Hierro, lógicamente.

domingo, 9 de diciembre de 2012


Puntadas sin hilo (24) 


Cuando la piel ya sólo es corteza,
rugosa cáscara del equipaje
para la vida, se vuelven tatuaje
las heridas que causa la tristeza.

Desde los talones a la cabeza
se reparten las cicatrices del viaje,
pues cuidamos tan mal del embalaje
que sólo cultivamos su belleza.

Viajar exige algo de coraje
y, de vez en vez, no poca destreza
para no perdernos en un paisaje

que vende el sueño como certeza
y cubre la verdad con tal celaje
que lo obvio es pura sutileza.

Pagamos en la piel el gran peaje
de vivir y vestir, zurcida pieza,
galas de persona y personaje.



(De mi poemario ‘La ausencia que te nombra’)

sábado, 8 de diciembre de 2012


Obra de José Joaquín Rodríguez Lara
ganadora del certamen Cuentos Lena, 
de Pola de Lena (Asturias), en su apartado internacional, el año 1981.


La casa al borde del camino


José Joaquín Rodríguez Lara



El llanto interminable del polvo se esparce sobre el suelo y las paredes, sobre las lajas del hogar y los vidrios opalescentes del ventanuco, sobre los objetos que pueblan el anaquel y hasta en las más ocultas galerías horadadas por la carcoma. Están mis ojos secos, vacíos, con un amarillo del limón exprimido, y me zumba en los oídos el balanceo quejumbroso del tejado. Toda la casa parece encallada en mil siglos de olvido. Qué más da. Qué importancia tiene ya el tiempo; qué nos importó jamás. Esta piel suavísima, desparramada en oleadas sucesivas de silencio, capa sobre capa, grano contra grano, idéntica en su perfección al cutis almibarado de las muchachas, esta pieza de raso moldeada con la misma jugosa existencia que la carne virginal de la cebolla, esta plegaria de polvo que encierra los recuerdos en cofres invisibles, este lujoso cendal que empantana los minutos hasta volverlos locos y hacer que pierdan su inmutable camino, esta precipitación estelar... Es una tolvanera irrefrenable, un mar de piadosa ceniza el que repta sobre las baldosas del suelo y trepa por las paredes de cal y de madera y queda prendido en las telas del techo, inmóvil como un murciélago de lino. Quedaremos, al fin, atesorados bajo el polvo, larvados en esta lluvia misericorde que desciende lentamente y me deshace las coyunturas de los huesos y me brota el miedo en chorros invisibles. El miedo, el miedo que me causa espasmos; el miedo siempre que intento deshilar esta cutícula finísima que tapiza y absorbe toda remembranza y se hunde en la carne de cada cosa y las habita por dentro y por fuera; el miedo bañando cada ángulo, cada trozo del universo en el que dos ojillos, pequeños y lanceolados, higos silvestres, se remansaban con el juego cotidiano de mirar una y otra vez el humo de la chimenea, el tazón de loza desportillado, la chapa pulida del chisquero, los cajones vacíos y el silencio empapado por los rincones. Es el miedo que se atrinchera dentro de mí; que se hace otro yo bajo mi piel; que me aherroja la voluntad con correas y bozales infinitos; que lastra mi rebeldía y la hunde en el aguamanil hasta que perece diluida. Maldito miedo que me impide atarazar el polvo y destazar los cristales y soterrar la casa hasta poner en carne viva la raíces de las sombras que alberga. Que extraño es todo esto; que sorprendente resulta descubrirse cualquier día invadido por una mano desconocida que nos agarra el aliento.  Y, sin embargo, ¿quién me ha dicho a mí que me ahoga el pavor? ¿Cómo sé que estoy aterrorizado si es la primera vez que me veo así? ¿Por qué razón he descubierto de repente que existe el misterio y el miedo al misterio y las palabras que te inundan y te obligan a masticarlas, a rumiarlas, a desmenuzarlas en un discurso inexplicable, subterráneo, lánguido como el cloqueo de un reloj en la oscuridad? Algo no ha sido lo suficientemente olvidado para exponer públicamente su exacta explicación. Y aquí estoy yo embarrado en el miedo, paralizado por el temor a que un simple gesto le inflija una herida mortal a los recuerdos y su vida, sostenida por un apósito de telarañas, se escape en una hemorragia sin final.  Porque aquí están, enquistadas bajo sedas y tules que se diluyen en el viento, toda la soledad y toda la tristeza tejidas por los gusanos en los rincones de su corazón. Y están aquí, todavía, sus palabras; aquí lo retazos de un monólogo infinito al que yo asistía aguzando las orejas y usando los ojos como esponjas para empapar hasta el último de los significados. "Confite, algún día, sólo las cosas notarán que nos hemos ido". Lo recuerdo muy bien y, además, ¿cómo podría haberlo olvidado si todo está aquí? Aquí aún. Basta dar un paso, golpear una tabla o una baldosa, para que salgan de la rendijas trozos de frases, olorosas a traje antiguo depositado con esmero y con olvido en un precioso baúl. Aquí estuvo siempre todo y, a pesar de ello, han debido pasar docenas de trenes, miles de ruedas, incontenibles chirridos de acero doliente y no sé cuántos días y cuántas estrellas velando el sueño para comprender lo que me quiso decir, para darme cuenta de que el silencio se ha sentado a descansar bajo las tablas del techo. Seguramente el aire del llano huele hoy a sudor de jara y a cirio derretido y los viejos que compartieron con él la algarabía de los juegos y el sol de los caminos sentirán que sus huesos se estremecen como las contraventanas de una abandonada mansión repentinamente rotas por el vendaval. "Confite, algún día, sólo las cosas"...

Quizás haya dormido siglos enteros. Siento la cabeza pesada y repleta de ecos extraños y la sed y el hambre me desgarran con sus arañazos. Parece como si se hubiese desatado dentro de mí un enjambre a la búsqueda de nueva colmena. Mis músculos están rígidos y húmedos mis huesos, pero creo que ya estoy mejor, a pesar de que me siento tan débil como si me hubiesen golpeado con un cintero durante el sueño. ¡Ah!, si pudiera dejar de recordar..., si consiguiera parar este río de imágenes que me machaca los párpados... Él vivía así, sin quererlo; empujado desde atrás, lo mismo que giran las muelas del molino impulsadas por el agua. Ni siquiera me dijo su nombre. ¿Para qué? ¿Acaso podía yo nombrarle? ¿Por qué tanto empeño en bautizarlo todo? Me llamaba, Confite y yo me acostumbré, lo mismo que me había ocurrido otras veces. La casa se me hizo familiar y, sin advertirlo, conseguí aprenderme su historia y la historia de cada una de las cosas que guardaba. La hicieron con la columna vertebral tendida junto a los hierros de la vía, que siempre le pareció la osamenta de una culebra grandísima de la que jamás hombre alguno supo decir dónde tenía la cabeza y en qué sitio la cola. Vinieron hombres del norte, grandes y colorados, y plantaron los gruesos travesaños de manera. Después atornillaron los raíles al suelo y trajeron cal y más tablones y, en poco tiempo, levantaron una caseta con los ojos hechos al balanceo del llano y los años crujiéndole en los huesos casi desde el principio. Cuando él llegó estaba recién pintada de ocre y amarillo. Llegó solo, escondido detrás de sí, pero sus miembros asoleados desde el vientre materno, sus ojos nacidos para la distancia, su pelo esmerilado por la luna, su mueca de melancolía, bastaron para cambiar el rumbo del paisaje. Al abrir la portezuela del vagón sintió el azote del mediodía. El hierro temblaba bajo sus pies, arrugado en dos peldaños. Unos pasos y la leve escalera quedó a sus espaldas. Inmediatamente la sintió alejarse. La casa semejaba un buey inmóvil que padecíera la sequedad del llano. En un lugar inconcreto, disueltos entre los mátojos, descubrió los restos de una vieja tapia y la sombra maldita del enorme eucalipto que se eleva a su lado, fantasmas últimos de un soñador frustrado que quiso poblar de verde el vientre estéril de la tierra. Palpó con la vista el trecho de línea que se le había encomendado y, durante un buen rato, la mantuvo clavada en los extremos, donde los hierros desaparecían absorbidos por el horizonte. Lo miró todo, una y otra vez, y se dispuso a olvidar. Con irregular periodicidad le llegaba el cajón de las provisiones remitidas desde la oficina comarcal de la compañía ferroviaria. También de esto se olvidaron. Después llegué yo. Me habían apeado, casi con odio, del último mercancías. Aún le agradezco que me cuidará sin interesarse por el origen de mis heridas. El silencio es a veces el mejor consuelo. Luego, cuando ya correteaba por los alrededores, no quise marcharme. Me había acostumbrado a su tos de madrugada y a la cabeza incandescente de su cigarrillo reflejada en el pulido cutis de los rieles.  Me sentía feliz. El tiempo era entonces una sucesión de instantes inarticulados, una pieza enteriza; quizás debido a que sólo nos quedaba esperar aunque, en el fondo, no esperásemos nada. "Confite -me decía- siento como si viviésemos en un lugar vacío, sin suelo ni retamas ni nada. En un sitio en blanco". No le herían ni las horas ni las fechas. Ocupaba un hueco fuera del espacio, un recinto invisible habitado solamente por él. Su eternidad no consiguieron romperla ni los bramidos blanquecinos de las locomotoras. Al principio había que vigilar el paso de los convoyes con el mismo amor que el llanto de un niño enfermo. Asomaban la cabeza por los bordes del llano y desaparecían entre el polvo como enormes culebrones negros que huyeran de un incendio ingobernable. Mucho antes de que la casa se dibujara con perfecta nitidez en los ojos de los maquinistas, se abrían las espitas de vapor y los trenes anunciaban su presencia con previsora e inútil anticipación. Aquellas llamadas imitaban lejanos mugidos de vacas que buscaran a sus terneros. Nada había más innecesario. Quien conoce el parpadeo de todas las estrellas, por haberlas oído respirar noches enteras, no necesita toques de atención. Cruzaban ante la casa lamiendo el polvo con su vientre agusanado. Así, día y noche, para arriba y para abajo, sin reparar en sus ojillos de higo silvestre, ni en sus labios cerrados sobre las palabras, ni en su corazón a la deriva, como si una mano misteriosa se le hubiese introducido en el pecho y lo hubiera desabrochado poniéndolo a merced del temporal; de otro huracán impensable y desbocado, parejo a la tormenta de polvo que inunda su cuerpo y el mío. Es el fin. Me siento desgajado. Mis miembros han huido y ya no me responden. Mis propias patas me encadenan. Si al menos pudiera aullar, si la luz que me destroza el cerebro con destellos de vidrio afilado pudiera salir al exterior y escribirse en el aire como la ropa en un cordel... Si pudiera convenceros de que os habéis olvidado a un hombre bajo el polvo porque ya no os servía y dejasteis de usarlo, simplemente por eso... Si fuerais perros como yo y, tendidos junto a él, notaseis el peso del polvo sobre los párpados... Si un chucho, mil veces apedreado, pudiera obligaros a compartir la muerte del hombre que os ofreció su eternidad entera... Si alguien quisiera oír mis palabras de perro... Pero ya ves que es inútil Confite, porque algún día, cualquier día Confite, cualquier día, sólo las cosas sabrán que nos hemos ido. Lo sabrán el viento y la arena y las briznas de hierba y de cíelo que arropan nuestros cuerpos. ¿No lo comprendes, Confite? Es el polvo. Es el polvo que viene a abrazarnos. Es nuestro fiel sepulturero. ¿Qué importa el olvido si nadie quedará jamás desnudo sobre la tierra mientras el polvo anide allí donde estuvo el hombre? ¿De qué sirve gritar, Confite, si algún día lloverán flores del mar y nos empaparemos con trozos de algodón y piedras de colores, más suaves y mullidas que pisadas de gato? ¿Para qué preocuparse si tienen que crecer retamas en el carámbano de las charcas y musgos en el humo de las chimeneas y los lagartos azules y los pájaros de cristal ocultarán sus unidos entre los pliegues de las sábanas? Déjalo ya, Confite, duerme. No interrumpas más la tibia oración del polvo. Duerme, Confite, duerme.



Artículo de cristinafallaras.blogspot.com/.../elogio-de-la-trampa-en-lo.. sobre los concursos literarios y sus triquiñuelas en el que se menciona el Premio Felipe Trigo y a José Joaquín Rodríguez Lara, entre otros ganadores del certamen villanovense, como ejemplo de limpieza.






Este artículo lo publiqué en el número del mes pasado de la revista Barcelonés.
Para quienes se lo perdieron:



ELOGIO DE LA TRAMPA
EN EL FALLO DE LOS PREMIOS LITERARIOS

En España se dan anualmente premios literarios. Punto. No intente averiguar cuántos: hay quien dice que 300, hay quien ofrece 1.000. La web especializada premiosliterarios.com afirma tener las bases de 3.500 concursos en distintas lenguas. A la hora de concursar, España es una idea limitada.
Pero ciñámonos. Cojamos diez premios españoles aparentes: Planeta de novela (ed.Planeta), Primavera de novela (Espasa/Planeta), Nadal de novela (Destino/Planeta), Alfaguara de novela, (Alfaguara), Herralde de novela (Anagrama), Biblioteca Breve de novela (Seix Barral/Planeta), Anagrama de ensayo (Anagrama), Espasa de ensayo (Espasa/Planeta), Hiperión de poesía (Hiperión), Loewe de poesía (Visor). Pongamos que a cada uno se presentan 200 aspirantes (ellos declaran más): son 2.000. Multipliquémoslo por diez (filfa, teniendo en cuenta los centenares de convocatorias), por no llamar a escándalo: Vendría a darnos unos 20.000 aspirantes anuales a ganar un premio. Como somos de letras, estas cifras nos valen.

Pues bien, hay quien cree que todos esos premios están amañados. También hay quien cree que todos son limpios. E incluso hay quien sencillamente no se preocupa por estos asuntos, y lee.
Lo que sigue son algunas razones (de la autora) para defender los premios amañados, a base de argumentar en tres cadenas razonables que, gracias a esa trampa:
1. Se puede descubrir un valor inédito.
2. Se editan libros que no son ni serán jamás rentables.
3. Los propios premios, y todo lo anterior, no desaparecen.

CADENA Nº 1: GRACIAS A LA TRAMPA, LE DESCUBRIRÁN.

1.Usted no va a ganar un premio.
Si usted fuera a ganar un premio no se quejaría de que los premios están amañados y ese tipo de cosas. Usted se queja porque cree que tiene posibilidades, es decir, porque conserva algo de autoestima, lo que delata que usted aún no ha puesto un pie en el mundo editorial.

2.Si usted se queja es que aspira a publicar.
Sin embargo, si usted se queja, es porque aspira a publicar un libro. Nadie que no aspire a ello tiene queja alguna, que yo sepa.

3.Si aspira a publicar, necesita que le lean.
Para que usted publique su libro, éste tiene que llegar a manos de un lector de editorial. El lector de editorial, trabajo sufrido donde los haya, es el encargado de escribir un informe donde explica si su libro es bueno o malo, y por qué. También explica si la publicación de su libro es recomendable, al margen de si es bueno o malo, y por qué.

4.Si necesita que le lean, déjese de gaitas.
Presentarse a un premio literario, aunque esté vendido, tiene una ventaja innegable para usted que quiere publicar: le van a leer y van a escribir un informe sobre su libro.
Si usted es bueno, lo sabrán.
Los informes sobre los libros no suelen ser dulces con los autores, pero si un libro es bueno, realmente bueno, acostumbran a detectarlo. Otra cosa es que la editorial les haga caso.

CADENA Nº 2: GRACIAS A LA TRAMPA, EL RESTO PUBLICA.

1.Si gana un premio, el libro vende.
El primer paso para que un libro venda es que alguien se entere de su existencia. Dada la situación actual de los medios de comunicación y el espacio que dedican a la industria editorial, ese paso empieza a ser francamente improbable. Sin embargo, aún guardan un pequeño rincón para anunciar los premios literarios.

2.Si el libro vende, la editorial gana dinero.
Esto quiere decir que el libro premiado, sea o no de encargo, haya trampa o no, dará ese primer paso. Es decir, su existencia llegará a la mayoría de los lectores y los regaladores de libros (que no son lo mismo). Como esa mayoría aún confía en el criterio de los premiadores (no como usted, descreído aspirante), comprará el libro. Es decir, la editorial ganará dinero con la publicación de una obra, oh, pequeño milagro de la economía.

3.Si la editorial gana dinero, publica libros que no venden.
Pero no sólo de premios viven los editores. También está el prestigio (que no vende), también está el catálogo. O sea, que la editorial tiene que publicar una serie de libros que no venden, y ni si quiera dan ese primer paso de existir para el lector/regalador. Gracias a que gana dinero por algún lado (llamémoslo peste de premio pactado), publica a todo el resto de desgraciados.

CADENA Nº 3: GRACIAS A LA TRAMPA, EXISTE EL PREMIO.

1.Si se convoca un premio, debe premiar una buena obra.
A excepción de un par de casos tan conocidos como perdonables, la editorial que convoca un premio debe otorgarlo a una obra que cumpla unos mínimos requisitos –es más, se le debería exigir que garantizara su concurso– de calidad y comerciabilidad.. De lo contrario, el inocente lector que aún confía, dejaría de hacerlo y, por lo tanto, de comprar libros.

2.Si no hay una buena obra, el premio se declara desierto.
En el caso de no pactar la obra con un autor que garantice los requisitos anteriores, la editorial convocante del premio se expone a que ninguna merezca la pena. En ese caso, el premio se declara desierto. [Este supuesto sólo puede darse en el caso de que no medie entidad bancaria, fundación, empresa, ayuntamiento, diputación o similar con participación parcial o total en la pasta para el premiado].

3.Si el premio se declara desierto, desaparece.
Sí, claro, un premio puede declararse desierto cada vez que las obras, multitud de obras aspirantes no pactadas, sean deficientes. Y eso es algo que ha dado al traste con más de un galardón e incluso alguna colección memorable.

4.Si el premio desaparece, ni 1, ni 2, ni 3.
Cuando ocurre lo anterior, y el premio desaparece, ni el lector informa sobre su obra, ni se enteran de que su manuscrito es una joya, ni los lectores/regaladores sabrán de su existencia en el improbable caso de que la publique, ni la editorial ganará dinero, ni por lo tanto se permitirá el lujo de publicar esas joyas económicamente desastrosas… Y el mundo será por fin una gran catedral de best-sellers. Un mar de lágrimas, o sea.

Pero todo lo anterior sólo es un juego de conjeturas para callar la boca de los descreídos. La verdad verdadera es que la autora cree firmemente que los premios son limpios, que los insignes escritores que componen los jurados son honestos, y por todo ello conserva la esperanza en que algún día le toque a ella.


LIMPIO POR EJEMPLO.
Y sí, los hay tan libres de mácula como bien dotados. Vamos allá con un ejemplo. En 1981, el Ayuntamiento de Villanueva de la Serena (Extremadura) decidió crear un premio literario para honrar la memoria del escritor local Felipe Trigo. Actualmente, este premio está (usemos la terminología al uso) dotado con 20.000 euros para obras con una extensión mínima de 150 folios y máxima de 300. Una ojeada a boleo por lista de autores galardonados permite confirmar su limpieza: José Joaquín Rodríguez Lara, Anastasio Fernández Sanjosé, Fanny Buitrago, Carlos Murciano, José Luis Sevillano, Francisca Gata o Dolores Soler-Espiauba.
En cualquier caso, para creyentes y descreídos, allá van unas cuantas direcciones con las que elaborar un buen calendario de concursos (sepan que tienen obligación de leerles):

Flor de armario (22)


Desnuda de sedas, gasas y tules
no hay joya que a tu piel iguale
ni hay sol que a la noche regale
un despertar con ojos más azules.


Deja que la luna vista de nardo
si es que quiere brillar en el cielo
y que la charca se tiña el pelo
para distinguirse del suelo pardo.


Tu vuelo no necesita plumajes
ni tampoco eres flor de armario
envuelta en telas y maquillajes.


Hay en algún gesto involuntario
mucha más mujer de la que jamás
podría caber en tanto vestuario.



(De mi poemario ‘La ausencia que te nombra’)


viernes, 7 de diciembre de 2012


El tiempo entre los dientes


Robé un instante;
no lo tomé prestado,
lo robé.
Corrí con él atravesado en la boca,
como huye el lobo
que acaba de cosechar un cordero.
El tiempo alzó los brazos y gritó,
los relojes señalaron
con sus alarmas mi osadía,
el día hizo un alto en su camino
y me llamó ladrón.
A ninguno escuché,
no dejé que sus amenazas
enmoheciesen la sangre de mis latidos;
busqué un lugar apartado,
al abrigo de cualquier intromisión,
y disfruté de mi botín,
de un instante robado
que era solo para mí.
Lo acaricié
y se me deshizo entre los dedos,
como una mirada tras los visillos,
pero ni el sueño de la eternidad
puede durar tanto.


(De mis poemas sin libreto)


De donde sopla el aire (21)


Gallo y veleta de campanario
que al viento ofrece su favor
y con notable falta de pudor
agita con ardor el incensario.


Nunca tuvo el verso adversario
de menor fuste ni más urdidor
que aquel que, diciéndose señor
de la verdad y fusta del falsario,


sólo del embuste es emisario,
aunque use corona de fervor
y perfume con rezos su muestrario.


Se arroga méritos de autor
desde la peana del escenario,
pero es actor y muy secundario.



(De mi poemario ‘La ausencia que te nombra’)

jueves, 6 de diciembre de 2012



Pasodobles en el Mercantil


José Joaquín Rodríguez Lara


Hay músicos que nacen, músicos que se hacen y músicos que se joroban.
Los primeros vienen al mundo con el do re mi fa sol debajo del brazo y cuando lloran, lloran melodiosamente. Son concertistas de cuna. Si las abuelas les hacen cuchi cuchi con el chupete, las criaturas consideran que el adminículo es una batuta y se arrancan por soleares. Son artistas a los que el destino les condenó a ser músicos desde el útero.
Los segundos se empeñan en ser músicos porque sí, porque, si no eres rico, en esta vida es muy difícil conseguir algo sin empeñarse. Son músicos de gimnasio y crían oído y gusto y tacto y vista y olfato musical a base de ejercicio: y uno y dos y uno y dos y otra vez más y uno y dos... El destino no quería que los segundos fuesen músicos, pero se han empeñado en serlo y al destino, que es un mandao, no le queda más remedio que aguantarse. Hoy en día, como hay tantas facilidades para todo, no se puede ser destino sin tener mucha resignación.
Los terceros no quieren ser músicos, por eso tocan el contrabajo, un instrumento que al oírlo nombrar te asusta, al verlo sales corriendo y si lo tocas te jorobas. Los contrabajistas jamás han querido tocar el contrabajo; ni el contrabajo, ni nada. Su destino era mirar como tocaban los demás, pero los mirados no tenían a nadie que tocase el contrabajo y dijeron, pues lo tocas tú, que no estás haciendo nada. La culpa no fue del destino, fue de los amigos del mirón; ellos tenían guitarras, teclados, saxos, bajos (y altos), oboes, sacabuches, violines, flautas traveseras, al del tambor y a un amigo cruzado de brazos. Esa fue la perdición del tercero, músico a su pesar, como el médico de Molière.
- No mires. Haz algo, tío, agarra el contrabajo por lo menos.
Y por no hacerle un feo a la peña, el pobre admirador descruzó los brazos y lo agarró. El contrabajo también puso de su parte, que conste. Creía él que ser contrabajista sería cosa de una tarde. Craso error. El contrabajista no nace así como así, pero tampoco se deshace con facilidad. Un contrabajista es para siempre. Como nadie quiere tocar el contrabajo, el relevo generacional es muy escaso. Para tocar la guitarra hay cola. Es un instrumento con gran capacidad de atracción entre el sexo de los demás. La guitarra genera una aureola de complacencia. Los sacabuches, no tanto, pero llaman la atención con sus movimientos de palomo en celo, los violines enamoran, los saxofones hipnotizan y el batería arrastra con su locura y su rusticidad. Pero la auténtica naturaleza del contrabajo se desconoce. ¿Es un violín gigante el contrabajo, es un rascacielos enano con antena y cuatro vientos que la mantienen en pie para que se agarre a ella King Kon? No se sabe. Y como el contrabajo es portátil, resulta una carga. Hasta para King Kon.
Los días de concierto, para acercarse a la barra del Mercantil con el contrabajo a cuestas hay que abrir un pasillo, tipo final de la Liga de Campeones, o no se puede recoger la copa. Y lo mismo pasa si quieres una cerveza. Pero si dejas el contrabajo junto a la batería, para tomar algo, casi seguro que te lo aporrean, se sientan encima y le saltan un ojo o le rompen una cuerda. El contrabajo resulta un engorro hasta encontrándose parado.
Termina el concierto, has ligado y tocas la armónica, pues te la metes en el bolsillo y a disfrutar de la noche. ¿Pero en qué bolsillo te metes el contrabajo? Si es que estás con el ligue y aquello parece un trío, la reedición de un noviazgo con carabina, como los del siglo pasado.
- Hola Tania, yo me llamo Pedro y él se llama contrabajo. Discúlpale que no salga de la funda. Es que es muy tímido. Como es gordo, pues eso.
Es verdad, hay que reconocerlo: el piano pesa más. Pero es que el piano no tiene funda con cremallera ni asa ni es portátil, aunque tenga ruedas. El piano se queda en el escenario mientras el pianista habla con los camareros y nadie se lo lleva. El piano no es un instrumento musical, es un armario, una caja de música con tapas y llaves que las cierran. El piano está en casa o en el conservatorio o en el escenario, pero está, no hay que llevarlo. Y si hay que llevarlo, lo descarga el batería, que para eso va siempre en manga corta.
Pues el contrabajo, no, el contrabajo es la sombra del contrabajista. Lo que la fatalidad ha unido que no lo separe el hombre. Cuando el contrabajo está en el escenario, el contrabajista parece su pareja de baile. Le pasa el brazo por la cintura; le acaricia la melena que se riza en el voluptuoso clavijero y le cae muy tersa por el mástil; arrima la cara a su largo y torneado cuello; pone los cinco sentidos en el alma del instrumento; silabea las notas una por una y lo hace girar y girar y girar como si ambos bailasen un pasodoble torero. Es la suya una relación misteriosa. Entre el contrabajo y el contrabajista debe de haber algo más que amistad y respeto: se quieren, de lo contrario no se aguantarían el uno al otro.
El escenario del Mercantil es una tarima de madera y el contrabajista de esta noche toca descalzo, como una Édith Piaf de pelo en pecho. Me dice que así comparte mejor las vibraciones de su pareja. Emociona escucharle. Lo suyo sí es romanticismo y no chuparle el cogote al saxofón o darle una paliza a la batería.



miércoles, 5 de diciembre de 2012

Mercantil, la novia del solista


José Joaquín Rodríguez Lara


La melena, amarillo canario; fucsias, las cejas; las pestañas, de blanco armiño. Y no podías huir; no había forma de escapar del agujero negro de su mirada, del pozo de los vértigos que te arrastraba la voluntad hasta ahogarla en las sombras de la indefensión más absoluta. Nunca le importó el sexo de sus víctimas. A veces, ni siquiera alcanzó a distinguirlo. Se había jurado que llegaría virgen al tálamo y lo conseguía casi todas las noches. Ella sólo coleccionaba desechos de amantes, guiñapos, andrajos incapaces de volver a erguirse sobre sus pasiones o sus debilidades para reaparecer en el precipicio de sus ojos y despeñarse de nuevo.
Cuando se conocieron ella ya estaba de vuelta y él aún no era nadie. Anhelaba que las adolescentes corriesen como hormigas locas hasta la puerta de su camerino para colmar sus fantasías sexuales, respirar su aliento o, al menos, para pedirle un autógrafo. Sueños. No ardía aún la mecha de su estrella, pero lo último que se hubiese propuesto entonces era liarse con la hermana mayor de su público. Sin embargo, cometió el error de asomarse a sus pestañas y eso le cambió la vida. Cayó al fondo del pozo. Fue su primera amante, la novia del solista.
Entonces ensayaban mucho y no daban conciertos casi nunca. Cualquier invitación a tocar era una fiesta y un atisbo de contrato terminaba en orgías de amor propio.
- Y encima, pagan. Y con dinero.
- Sí, pero ¿te das cuenta de donde está ese sitio? ¿Cómo vamos a ir?
El rey de las baquetas era un manitas. Siempre terminaba el primero. Además de la batería tocaba lo que se le pusiera por delante, salvo, claro está a ‘la Rubia’, para la que ya no le quedaban fuerzas.
- ¿Qué os parece el buga?
- Un cochazo. Cinco plazas y con baca. ¡Qué tío! ¿Quién te lo presta?
Era robado, pero difícil de reconocer, pues le cambió la matrícula en un desguace y, además, pensaba pintarle de negro el techo, el capó y tal vez también las aletas.
Aquel Sinca fue la primera crisis del grupo. Ella exigió viajar en el asiento del copiloto, pero solo el batería tenía carné, así que hubo que convertir en chófer al solista, que a punto de matarlos estuvo. Entre la descomposición general y la vomitona, llegaron tarde y sin resuello al Calypso Club, que así se llamaba la discoteca.
El empresario les recibió al borde de la carretera con cara de pocos amigos. No le gustaba el coche ni el utillaje ni tampoco los músicos. Pero, ¿qué podía hacer? Les dejó pasar. Inmediatamente ella se hizo dueña y señora del camerino. Bastó que le echase la vista encima a las paredes y que le diese un imaginario fregonazo al suelo, para que el batería se sintiera en la obligación de adecentar la suite.
Tocaron bien aquella noche, con ganas. Fue un buen directo, pero casi nadie bailó y hubo pocos aplausos. La clientela estaba a lo suyo y el empresario, a no querer pagarles. “Dejádmelo a mí”, bramó ella. Entró resoplando en el reservado y, después de tres voces y diez minutos de refriega, salió contando billetes. Ahí se ganó los galones y el título. Además de la novia del solista, ‘la Rubia’ se convirtió en ‘Mercantil’ y pasó a ser la directora, mánager y ama de la banda.
- Es que hay que ser mercantil, como Mercantil. Si no, es que no somos nadie.
Mercantil ponía fecha y hora para los ensayos; Mercantil se encargaba de seleccionar y decidir el orden en el repertorio; Mercantil aceptaba y rechazaba conciertos; Mercantil pasaba el canuto y vigilaba los escarceos amorosos de los músicos, incluidas las sesiones de amor propio. Fue una etapa inolvidable para todos, pero sobre todo para el de las baquetas que pasó de hombre orquesta a batería suplente lleno de amor propio y con mucho tiempo para ensayar.
- Deja de llorar, que vas a pringar la batería, y reconócelo de una vez: el nuevo es mejor que tú. Tiene más repertorio. Es que no eres mercantil. Ahora, eso sí, pidiendo coches prestados eres un hacha.
Todo cambió a mediados de la temporada siguiente, cuando Mercantil se perdió. Desapareció en un concierto por la parte de Soria y no volvieron a verla. El dinero de la actuación estaba debajo del asiento del copiloto. Sólo faltaba la mitad y la parte que le correspondía a Mercantil. La banda nunca pudo superarlo. El rey de las baquetas se sentó al volante y volvió a las cajas. El solista regresó al asiento del copiloto y al batería titular lo dejaron olvidado en un club de alterne que necesitaba palanganero. Empezaron a ensayar menos y a pelearse más a menudo con los dueños de los garitos; tuvieron que hacerle sitio en la furgoneta a las fans de cabecera y la vida les encerró en un círculo vicioso que les llevaba año tras año por las mismas carreteras para cantar las mismas canciones en los mismos lugares. El batería descubrió que empezaba a conocerse de memoria el movimiento de las losetas sueltas de cada camerino y también comprobó que, en algunos de ellos, ni siquiera arrancaban las hojas de los calendarios.
Aquel verano, durante la gira, cuando ya habían pasado la mitad de las cuendas del rosario de actuaciones concertadas, volvieron a encontrarse con Mercantil, ‘la Rubia’. Estaba en Badajoz, apoyada en la barra del Mercantil que, además de una mujer, también es una sala de conciertos. Tenía la melena amarillo canario, las cejas de color fucsia, las pestañas más blancas que el armiño y dos niños preciosos. Mellizos al parecer. El rubio quería ser cantante y el moreno ya tocaba la batería con singular destreza.
El solista estuvo a punto de dedicarle su canción, la que tantas veces canturreó para ella, y hasta en un tris de acercarse a saludarla y darle un beso, pero se tragó las lágrimas y superó la tentación. No le quedaban fuerzas. Ni siquiera esperó a que, por cortesía, el público pidiera algún bis. Bajó del escenario, cruzó la sala y se echó a la calle. Se fue. No se despidió de la novia que le había mantenido en pie durante la campaña de su despegue y tampoco se le ha vuelto a ver.
El batería sigue con el grupo. Es el mánager de ‘Perdidos por las cunetas’, que así se llama ahora la banda. Trabaja mucho. Sobre todo desde que se quedó con el negocio del desguace.