miércoles, 11 de marzo de 2009

Tom

José Joaquín Rodríguez Lara



TENGO fuego en las pestañas / cuando miro a los gachés», cantaba Carmen la Gitana, «cigarrera de Sevilla», cuyo mito pervive en la memoria al tiempo que se apaga el recuerdo de Don José, del Escamillo y del mismísimo Merimèe. Tampoco quedan ya muchos gachés, salvo en Andalucía, pues gachó y gaché son, según la Real Academia, las palabras que utilizan los gitanos para referirse a los andaluces que no han nacido calés. Según 'la docta casa' -capaz no sólo de admitir pulpo como animal de compañía, sino hasta de comprarle un collar y sacar de paseo al animalito- lo que hay en el resto del mundo, desde Monesterio hasta las islas Fiji, son payos.

Hay quien asegura que payo es una expresión que surgió en Cataluña cuando los gitanos se toparon con los payeses, los campesinos catalanes. Pero payo tiene una connotación peyorativa. Aunque no se utilice con esa intención, arrastra desde su origen una carga de menosprecio, de insulto. Así que, en el fondo, lo correcto es emplear el término gachó y no el de payo.

- «Seraá paayo el gachó».

Cierto es que, entre personas que se conocen o se mueven en el mismo ámbito, la intención del hablante tiene en ocasiones mucho más significado que la propia palabra elegida. En Andalucía se utilizan como cariñosos elogios expresiones que en otro contexto sólo podrían ser interpretadas como insultos de grueso calibre o términos malsonantes en los que, con frecuencia se menciona a la madre y a los órganos sexuales. Y aquí, en Marochandé, 'la Tierra del Pan' en caló o romaní, también llamada Extremadura, se puede usar la expresión gitano tanto con un sentido étnico como de agravio.

- «No seas gitano».

Incluso la expresión gachó adquiere un sesgo despectivo cuando un gaché se lo llama a otro gaché.

- «Y va el gachó y me dice»...

Visto lo cual, lo mejor es recurrir a los clásicos. Hace años, cuando ni siquiera la abuela de Barack sabía quien era Obama, se planteó en la escuela de un pueblecito de Ohio un debate sobre cómo habría que llamar a los negros para no discriminarles. Por supuesto, era algo impensable usar el término 'negros', pero unos alumnos defendían la expresión 'de color' y otros se apuntaban al 'afroamericanos'.

- ¿Cómo prefieres que te llamemos? -le preguntó la maestra a un chico de charol sentado en la tercera fila de pupitres.

- Tom (respondió con temor el crío); me llamo Tom Washington.

Ahora debe de vender biblias.



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