miércoles, 9 de septiembre de 2009

Prostitución


José Joaquín Rodríguez Lara


ADEMÁS de un tópico, llamarlo 'el oficio más antiguo del mundo' es una expresión machista e irrespetuosa. En todo caso será la más antigua forma de esclavitud y uno de los más abominables modos de degradación entre los muchos a los que se puede someter a un ser humano. Incluso de forma voluntaria. La prostitución no es un oficio. Y menos en España. Ni un oficio ni nada, pues oficialmente no existe. No se computa en el Producto Interior Bruto -a pesar del dinero que mueve en servicios, copas y publicidad- no cotiza a la Seguridad Social, no da derecho a cobrar el desempleo ni la pensión de jubilación, no es más que una actividad molesta, insalubre y peligrosa. Eso sí, muy lucrativa para quienes la controlan. Con el agravante de que para poner una tienda de artilugios sexuales, un simple 'sex-shop', hay que pedir permiso y para ofrecerse como artilugio sexual en viva carne desnuda ni siquiera se necesita tener un local; basta con una esquina, que si es muy céntrica y está en Barcelona o Madrid, da derecho a salir en los telediarios, como está ocurriendo este verano, para escarnio de muchos y regocijo de algunos. Eso es todo.

Además de en las garras de sus chulos y en el filo de todos los peligros imaginables, España mantiene a las prostitutas en el limbo de la legalidad, presas en burdeles, calles y cunetas, entre el escupitajo de quienes las desprecian y el fervor de quienes las consumen. Con la derecha y con la izquierda, en la dictadura y en el democracia, las leyes españolas ni prohíben el ejercicio de la prostitución ni tampoco lo amparan. Puro liberalismo carnal. Es el peor de todos los sistemas posibles. Tanto para las prostituidas -y los prostituidos, que también los hay y no pocos- como para sus clientes. Se ha pasado del acoso sanitario que imperó hace décadas al desentendimiento absoluto. Si la Administración exige un carné de manipulación de alimentos para despachar hasta productos envasados, ¿por qué no certifica la salubridad de un 'artículo' que no sólo tiene una incontrolable propensión a salirse del envase -siempre mínimo, que no minúsculo-, sino que va de mano en mano 'como la falsa monea'?

Si no lo hace por justicia ni tampoco por generosidad, la Administración debería amparar a quienes ejercen la prostitución aunque sólo sea por egoísmo recaudatorio; un negocio que mueve tanto dinero, podría arreglar la avería presupuestaria nacional. Ya que el Gobierno no lo prohíbe, ni persigue al putañero, que Hacienda lo fiscalice. Si así fuera, quizás no habría que subir los impuestos. Cualquier cosa antes que seguir cerrando los ojos ante una realidad sangrante que -esta, sí, esta, sí- está en la calle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario