martes, 25 de noviembre de 2008


Mi calle

José Joaquín Rodríguez Lara


NECESITO verle la cara a mi calle. Hace mucho tiempo que vivo en ella, pero nunca le vi el semblante. Y tiene muchos años.

Antes vivía en otra calle de Badajoz, pero se me murió. Una noche, mientras cerraba la página de sucesos me encontré con su esquela. Sentí que perdía a alguien muy cercano. Hasta pensé en asistir al funeral, pero qué iba a hacer yo en aquel entierro dándole el pésame a una familia que no me conocía y a la que incluso podría importunarle mi presencia y la razón de mi pesar, por más sincera que fuese.
Sin necesidad de cambiar de piso, al poco tiempo empecé a vivir en otra calle. También en Badajoz. La mudanza me salió gratis. La pagó el Ayuntamiento. Escarmentado con lo que me había ocurrido antes del traslado, inmediatamente me interesé por la vida y milagros de mi calle nueva. Me dijeron que tenía acusada personalidad y gran prestigio profesional. Lo agradecí, pero no eran esos los detalles que a mí me preocupaban.

- ¿Vive? -Pregunté.
- Desde luego.
- Pero siendo una calle , será muy mayor.
- Bueno, tiene sus añitos, pero se conserva muy bien.

Aquello me inquietó. Prefería, y sigo prefiriendo, que mi calle llevase mucho tiempo en el otro barrio. No porque le desee mal, sino para no pasar el mal trago de encontrarme con su esquela. No es un plato de gusto que se te muera alguien tan cercano y, encima, sin haber llegado a conocerle.

«Pues haberse mudado a la calle la Sal, que se conserva muy bien», dirá usted. Pero no se trata de a donde se mude uno, sino de que al Ayuntamiento no le dé por mudar la placa de la esquina para -en vez de darle a tu calle título de naturaleza muerta- ponerle nombre de mortal.


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