La marca
José Joaquín Rodríguez Lara
CAMBIAN las tornas y, si el proceso se mantiene lo suficiente, la mudanza podría ser definitiva. Badajoz emite señales de estirón. Aún conserva a flor de piel las cicatrices de la riada, pero ya ha superado aquella etapa mohína del arranque autonómico, cuando Mérida sentó plaza como ombligo de la región y todos los bolindres y los funcionarios rodaban siempre para ese gua. Afortunadamente la topografía anatómica tiene otros enclaves tanto o más estratégicos y Badajoz atrae las miradas y, con ellas, las inversiones. Alguna culpa tendrán Ifeba, con sus ferias, y el plan urbanístico con sus solares.
Si los mensajes que anuncian la instalación de Ikea, Rodamco, Leroy Merlín, Media Markt y Dolce Vita se confirman y si llega la plataforma logística, esta ciudad que ha vivido siempre de la música administrativa -incluida la militar- y del comercio podría ser el gran escaparate del suroeste, un punto de cita obligada para consumidores extremeños y portugueses. Para lo malo y para lo bueno, las fronteras -incluso las difusas- aún pesan lo suyo.
Sin embargo, en la ristra de grandes proyectos que apuntan a Badajoz se echa en falta una iniciativa más contundente del empresariado autóctono. La situación tal vez sería distinta si Gallardo&Leal hubiesen comprado Galerías. No fue posible y Badajoz dedica mucho esfuerzo al pequeño comercio -que reaccionó con pánico a la llegada de El Corte Inglés y aprovecha el reguero de clientes que esa firma trae a la ciudad- pero más allá de centros comerciales abiertos, carece de una enseña propia e importante que traduzca esa vocación comercial de la ciudad y la proyecte hacia el mercado.
Las marcas piensan en Badajoz, pero Badajoz aún no piensa en su propia marca.
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