miércoles, 7 de enero de 2009


El fogonero y el surfista

José Joaquín Rodríguez Lara


SENTADOS en el labio de la crisis, con los pies colgando sobre la incertidumbre, miramos al 2009 como si entrásemos en un túnel por el que nadie ha circulado. Nunca un año nuevo despertó menos ilusiones; jamás un nuevo año nos llegó con novedades tan amenazantes. Diluido en pestes el estruendo de la pólvora, evaporado en burbujas de insatisfacción el cosquilleo del cava, perdemos de vista el estreno anual -festivo pero menos- para dejarnos los ojos en las sombras de un 2009 que se nos aparece como un año sin final.

Desde el fondo del túnel sólo llegan malos presagios: remedios insuficientes, recesión, fraudes, quiebras, despidos... La crisis lanza zarpazos contra el bienestar, pero los exégetas aseguran que es la espuma de lo que nos espera. Disminuye el consumo, no se ofrece trabajo, no se renuevan los contratos, se aligeran las plantillas y los pronosticadores aún afirman que la gran ola, el sunami del desempleo, ruge en el túnel, pero aún está por llegar.

Los gobiernos que, primero, empollaron la crisis y después desoyeron las alertas, se ufanan ahora por repartir salvavidas. Hay que mantenerse a flote y, para ello, nada mejor que darle dinero -el dinero de todos- a unos pocos, a los bancos especialmente, que siguen taponando con billetes los agujeros que ellos mismos se abrieron, con la avaricia de sus propias uñas, mientras le niegan el flotador a quienes llegan a su puerta con el agua al cuello. Vivir para ver. Si 'los que viven por sus manos / e los ricos' necesitaran algún día un poco de pan para sobrevivir, el Gobierno no financiaría a los agricultores que producen el trigo, ni a los molineros que fabrican la harina, ni a los panaderos que cuecen el pan; le entregaría el dinero a los bares para que vendiesen bocadillos.

Gobernar es, desde luego, tomar decisiones, aunque sea por fascículos y con indicios poco esperanzadores. Sentarse a ver venir la gran ola, es una decisión, pero hacerlo de la mano de quienes causaron el terremoto que desencadenó el sunami y de aquellos que no supieron detectar a tiempo lo que pasaba o que descuidaron los mecanismos de control para evitar que ocurriese lo que está ocurriendo, más que decisión parece temeridad. Se apagó el ladrillo, se paró la locomotora, y seguimos en manos del fogonero, aunque lo que necesitamos ahora sea un surfista.


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