miércoles, 20 de mayo de 2009


La lista de Luiqui

El sevillano Luis García Panadero podría encabezar la amplia relación de jugadores míticos que dejaron huella
en el santuario blanquinegro


Luiqui posa con la antigua indumentaria del Badajoz en El Vivero cuando
tenía 77 años. ARCHIVO DE FERNANDO ECHAVE

José Joaquín Rodríguez Lara

Es un tópico y seguramente una de las mayores mentiras que rodean al mundo del balón: los goles no son la salsa del fútbol. Ese es el invento de un pueblo que, de tanto verle las orejas al lobo de la penuria, es un maestro en limpiar los platos con pan.


La salsa que acompaña a este deporte no corre sobre el césped, sino por la grada y fuera de los terrenos de juego. El sabor se encuentra en el comentario de los aficionados, en la broma entre amigos, en la rivalidad de las hinchadas... La salsa del fútbol no está en el espectáculo, gira a su alrededor.

El gol no es un aderezo que se aplica con cuentagotas, sino la sublimación del juego, que salta del estado sólido al gaseoso tan pronto como la pelota entra en la portería. Es la concentración del esfuerzo colectivo, de la habilidad personal, del común anhelo por la victoria. En la bullente destilería de los campos de fútbol, el gol es el primer vapor que sale de la alquitara. Un aguardiente que emborracha todos los sentidos y cura cualquier mal con su explosión de alegría.

¿Cuántos aficionados no saldrían del viejo Vivero ebrios de felicidad, sintiéndose los reyes del mundo, después de contemplar el 13 a 0 que un CD Badajoz de Tercera División acababa de atizarle a los manchegos del Villacañas?

La esencia del fútbol se reduce a tres letras mágicas y el mejor de los partidos se condensa en el marcador. Las carreras, los centros, las fintas, los pases y los remates inundan los ojos con imágenes fulgurantes que aún no alcanzaron su plenitud cuando ya empiezan a desvanecerse. Son fuegos de artificio en el cielo rectangular de los estadios. Sin embargo los goles permanecen. Los resultados se incrustan en las casillas de la memoria con la fiereza de lo inamovible. Pasado algún tiempo, sólo los números sobreviven al recuerdo de la batalla. Es el resumen de todo encuentro.

En el historial de cualquier club con historia hay siempre una larga cadena de números que, a modo de escalera genética, codifican la vida de un equipo. Es el índice abreviado de su vida oficial. Resultados a favor, en contra, anodinos o inolvidables. Hasta los más grandes tuvieron un día terrible y cualquiera de los más humildes puede presumir de alguna gesta. En la trayectoria de un club como el Badajoz, cuyo origen oficial se pierde en las brumas de principios del siglo XX, hay marcadores de todos los colores. Un siglo de vida da para mucho.

Pero más allá de las plusmarcas y de los goles que proporcionaron títulos o ascensos, la memoria colectiva de los aficionados está poblada sobre todo de nombres. Cuando el Badajoz logró su primer ascenso a Segunda, en 1952, los niños recitaban en las escuelas la lista goda de los reyes albinegros: Félix, De la Osa, Azcona, Fiesta, Zamorita, Pablito, Isidoro, Alonso, Salvador, Jiménez y Velázquez. Este Velázquez era un zurdo de armas tomar. Tenía tal potencia de disparo que en dos ocasiones derribó un murete que había tras la portería del fondo marcador.

En aquel Badajoz de 1952 había buenos jugadores extremeños, porque el club se ha caracterizado siempre por apreciar la calidad de los de casa y por no cerrarle las puertas cuando se les presentaba la oportunidad de solucionar su vida con un traspaso. Ahí está el historial de Adelardo, con el Atlético de Madrid y con la selección de España. Uno de los últimos en salir por la puerta grande fue De Paula, que se marchó a la Real Sociedad, pero antes que él habían dando el mismo paso Eusebio, Bermejo, Adolfo y muchos otros.

En el siguiente ascenso a Segunda, logrado en San Mamés, en 1964, en el equipo estaban extremeños como Enrique, Alcaraz, Cabello, Pachón, Emilio o Pereira, un especialista en caños. Dos años después, cuando el Badajoz volvía a Segunda, muchos de ellos continuaban defendiendo la camiseta blanquinegra y la lista de las figuras extremeñas se había agrandado con nombres como Pérez Lozano o Medina. En el equipo del cuarto ascenso a Segunda, en 1992, jugaban extremeños como Pablo, Valverde, lateral derecho que sólo fue expulsado una vez, el día que se retiraba, Durán, Juan Pedro, Fael, Rodri, Macarro...

Desde luego, no son los únicos extremeños que hicieron de El Vivero su casa. Hubo muchos más. El granjeño Hinojosa -quién se negó a que le suturarán una brecha en la cabeza para no perder tiempo y volvió al campo con un vendaje empapado en sangre-, Casielles, Valerio, Tani, Calín -«Al 4, Calín, Calín, al 6», gritaba la afición, y Calín entraba a todas pero nunca fue expulsado en 17 años como profesional-, Rodri I, Eusebio -que llegó a jugar en Europa en el Atlético de Madrid de Juan Carlos Lorenzo, Bravo, Borrego, Lavado, Miranda, Tienza -que pudo haber sido un ídolo en Primera-, Edu, Alegre, Job -titular con el Español en Primera-, Generelo, que descubrió la novena dimensión del fútbol en el Cádiz de Mágico González, el santeño Sabino y los hermanos Tián y Jorge Zafra, de Barcarrota.

Y junto a todos ellos, muchos otros -como Carlos Torres, Mancuso o los de D'Amico (Patricio y Fernando)- que sin haber nacido en Extremadura han sabido ganarse el aprecio de la afición blanquinegra. Porque otra de las características de los pacenses ha sido siempre la hospitalidad. Algunos, como el navarro Azcona, el catalán Paco Herrera o el leonés Manuel González, se quedaron a vivir en la ciudad, abriendo casa muy cerca de El Vivero. Otros, como el sevillano Rafael Pozo, siempre tendrán amigos en Badajoz. La lista de jugadores tanto foráneos (el central portugués Soares) como de casa (el zurdo Sota), que han llegado hasta el corazón de la afición albinegra es muy amplia. A los que no figuran en estas páginas no les dejó fuera de la convocatoria el olvido, sino la falta de espacio.

Como reconocimiento a todos los que durante décadas han saltado a El Vivero con la camiseta blanquinegra, independientemente de su lugar de nacimiento, valga el nombre de un jugador que bien podría encabezar cualquier lista: Luis García Panadero, al que se continúa llamando Luiqui, un interior de la alta escuela sevillana por el que el Badajoz cometió la locura de entregarle 13.000 pesetas al Sevilla. Fue el primer traspaso que pagaba el club pacense. Luiqui, después de encandilar durante muchas tardes al público de El Vivero y de haber jugado en otros equipos, se quedó a vivir en Badajoz y ahí sigue, a sus 86 años, como ejemplo de los que vinieron, vieron y se quedaron porque El Vivero había sido su casa y Extremadura una tierra en la que se sienten felices.

Es un tópico pero seguramente también es una de las mayores verdades que rodean al mundo del balón, incluso ahora que hay competición oficial femenina: el fútbol es cosa 'de hombres', un deporte viril jugado por personas que le regatean al olvido perennemente vestidas con atuendo de niños.

Todo esto tendría que haberlo dicho Fernando Echave, hermano de Calín y colaborador deportivo de HOY durante años y años, pero se nos fue dejando su petición expresa. Por ello se cuenta. A Echave le gustará leerlo, allí donde esté.




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