jueves, 7 de octubre de 2010

Manos que hablan

José Joaquín Rodríguez Lara 


HACE años, cuando don Antonio Barquilla era un trabajador de la información y no un empresario de las finanzas, como ahora, vivimos en una pensión cacereña. Era un establecimiento singular, pero no por acoger a dos periodistas que soñaban con cambiar el mundo, sino porque en ella dormían seis u ocho jóvenes mudos. Y mudas. Era casi un congreso de la sordomudez. Eso sí, cuando tales huéspedes se despertaban -y lo hacían al mismo toque de diana, pues trabajaban en la misma fábrica- nadie podía dormir en la casa. En mi vida he visto mudos que dieran más voces. Más que de silencios, su mundo estaba -supongo que lo seguirá estando- lleno de gritos, de gestos, de espontaneidad y de autenticidad. Verlos era un verdadero espectáculo. Oírles, no tanto.

Siempre me ha llamado la atención la gran capacidad de gesticular, de cantar con las manos, que tienen las personas sordomudas. Y he conocido a muchas. Crecí con una de ellas: mi primo hermano Aurelio Rodríguez Rastrollo. Nos criamos juntos, así que jamas hemos tenido problemas de comunicación, a pesar de que los dos desconocemos 'el lenguaje de signos'. El lenguaje 'oficial', el que sale en televisión, el que se 'habla' en instituciones como la Asamblea de Extremadura y está presente -visible pero discreto- en cualquier desfile de ponencias.

Frente a la magia, la capacidad de invención y de improvisación que derrochan esas personas que ni pueden hablar ni, tal vez, oyeron jamás el canto de un pájaro, el paso de un tren o el arrullo de una madre y, a pesar de ello, se expresan con todo su cuerpo, está el 'lenguaje de signos', una suerte de esperanto digital, no poco ortopédico, que recuerda al discurso de las azafatas antes del despegue y que, como él, de inmediato divide al pasaje en dos bandos: quienes tienen pocas horas de vuelo, no logran entender el porqué hay baches en el aire y confían en la utilidad de saber inflar el flotador soplando por un canuto, aunque el viaje sea de secano; y quienes están hartos de volar, han visto varias veces a esa misma azafata poniendo los morritos en la cánula y lo que verdaderamente quieren es desabrocharse el cinturón de seguridad.

Extremadura, tan pionera a veces, tan desconocida siempre, tan madrastra con los suyos, tuvo en Jacobo Rodríguez Pereira, de Berlanga (1715), al precursor de la enseñanza de los sordomudos. Asombró a los sabios de Francia y al mundo. Lógicamente, había emigrado. Aquí, cuando no te destierra el hambre lo hace la Inquisición de Llerena.

La mayoría de los hablantes o no repara en el lenguaje de signos o lo considera un incordio, pero para muchísimas personas es la 'banda sonora' de su vida. Por eso debe estar en los congresos, los mítines, las misas, los discursos oficiales, en la Asamblea y en todos los parlamentos. Aunque ninguna de las personas presentes lo necesite o lo entienda. No es un gasto inútil, es un gesto que nos enriquece. ¿Acaso se apagan las farolas de las calles cuando nadie pasa?

Aunque lo que debería pasar un día no lejano es que subiese a la tribuna de los oradores alguna diputada o diputado con mudez para dirigirse a sus colegas de hemiciclo en el lenguaje de signos -el propio o el oficial- que sería transformado en palabras por el servicio de sonorización del silencio de la propia Cámara. Seguro que una buena ración de señorías no escucharía la traducción. Y no por dominar el lenguaje de los mudos y comprender sin ayuda hasta el discurso que no entiende el micrófono, sino por cerrar la boca y los oídos tan pronto como llegan al escaño. Hay parlamentos con más sordomudos que la pensión de Cáceres.

Si a usted no le interesa la sordomudez, al menos vea el vídeo 'Un beso de esos'. Pero la versión 2. Esta en YouTube. Le encantará la canción de Tony Zenet y le fascinarán las manos de Raisa. Hablan en verso.