jueves, 27 de mayo de 2010


Vidas paralelas


José Joaquín Rodríguez Lara


LO sabía ya hasta Pellegrini, pero no por ello dejó de ser la noticia de la tarde, la comidilla de la noche y el desayuno de esta mañana: el presidente del Real Madrid echó ayer del banquillo al entrenador chileno, el reservado, el austero, el del buen vestir, el de las plusmarcas inservibles que con sus números no vende suficientes periódicos deportivos.

Mourinho, no tema usted ni a Inda ni a los idus de marzo, pero guárdese de las portadas y de las 'contras' de Valdano.

El técnico que se va del club merengue es todo lo contrario del que se espera que llegue; del Mourinho extravertido, el de la corbata floja y la lengua suelta, el portugués de los títulos imposibles -campeón de Europa con el Oporto y con un Ínter armado con retales-, el entrenador que vende periódicos en Portugal, en Inglaterra, en Italia y, sobre todo y por encima de cualquier otra cosa, en Madrid, que es la 'city' de la prensa deportiva mundial.

Florentino Pérez le da un giro de 180 grados al banquillo del Madrid para que el club siga siendo el que fue: un equipo ganador. Pellegrini y Mourinho bien podrían tener un capítulo en las 'Vidas paralelas' -lea este libro; le gustará- que Plutarco escribió allá por el siglo II. El historiador, biógrafo, ensayista, magistrado y embajador, también fue traductor, como Mourinho, aunque el griego no traducía a Robson, británico y técnico del Barcelona, sino los designios de las pitonisas de Apolo en el Oráculo de Delfos, del que fue sumo sacerdote. Por lo demás, según el comedimiento de sus escritos, Plutarco parecía estar más cerca del estilo elegante de Manuel Luis Pellegrini Ripamonti que de la nueva filosofía blanca.

En cualquier caso, material no iba a faltarle. El chileno, al que en su país llaman 'El ingeniero', por su titulación universitaria, fue defensa central e internacional en 28 ocasiones. Dejó de jugar al fútbol cuando un juvenil, de 17 años, le ganó en un salto en el área y cabeceó a gol. El muchacho se llamaba Iván Zamorano y llegaría a ser delantero centro del Real Madrid. José Mario dos Santos Félix Mourinho, al que llaman Mou, para abreviarle el título, quiso ser defensa central, pero cuando vio que no valía se hizo entrenador, y ahora defiende mucho mejor.

«Mourinho es uno de los mejores del mundo, si no el mejor». ¿Lo ha dicho la pitonisa de Apolo por boca de Plutarco? Mejor aún, lo ha dicho Florentino, el de los blancos designios.



sábado, 22 de mayo de 2010

Nuestro 'Carrusel'

José Joaquín Rodíguez Lara


ALGUIEN que descubrió la radio deportiva mientras escuchaba a Vicente Marco y que vincula a Joaquín Prats con Eurovisión, primero, después con el fútbol de los domingos y sólo en tercer lugar con el '¡a jugar!' de 'El precio justo', siempre tendrá un rescoldo de afecto para dedicárselo a 'Carrusel Deportivo', «el de los goles», que pregona Pepe Domingo Castaño con una emoción y un entusiasmo inasequibles al cansancio y al distanciamiento.

Por circunstancias tan comentadas ya por casi todo el mundo como incomprensibles todavía para muchísimas personas, 'el Carrusel' se nos ha roto cuando más sólido parecía, cuando era la estrella del dial y la nave capitana de las audiencias radiofónicas deportivas. Queda el nombre, el formato, el horario, los contenidos, pero a partir de ahora, con la marcha de Paco González, de Pepe Domingo Castaño y, previsiblemente, de otros significados integrantes del equipo que ha hecho de 'Carrusel' una referencia de comunicación, el programa será distinto. Incluso puede que llegue a ser mejor, pero será otro 'Carrusel', tendrá otros oyentes y le dará un sabor diferente a los domingos.

Más allá de informar, que informaba y mucho, de entretener y de divertir, el 'Carrusel' ha sido durante los últimos años un encuentro de amigos, una fiesta de mucha gente famosa, que se conocía desde hacía años y se divertía trabajando, seguida por millones de oyentes anónimos a los que la magia de la radio convertía, por unas horas, en 'amigos de toda la vida', cuando no en casi familiares, de Paquito, de Pepe Domingo, de Oli, del gran Guasch, de Poli Rincón, de Laurita y hasta de Morata y de Cañizares.

El responsable de que surgiera ese clima de amistad, de abierta juerga informativa, de gran club de los goles, es sin duda Paco González. Es muy difícil ser a la vez -y demostrarlo en las duras y en las maduras- director y amigo, jefe y compañero, maestro y aprendiz, hechicero y gafe. Todo en la misma pieza. El señor González lo ha sido; Paquito, lo es; allí donde vaya, 'Nostrapacus', mantendrá sus poderes, en los que, en principio, está incluida buena parte de su audiencia.

Lógicamente, el mérito no ha sido sólo de Paco González. Él mismo reconoce que nada hubiese podido hacer sin su equipo, pero tampoco el equipo habría conseguido tanto reconocimiento público sin el trabajo que ha realizado Paquito como catalizador de esfuerzos y de habilidades. Por eso, pocos podían imaginar que pasara lo que increíblemente ha pasado, aunque en el 'Carrusel' de Paco, podía pasar de todo.

De hecho, para que pasara lo que no pasaba estaba él, con sus 'profecías'; para que la publicidad pasara de ser una cuña a todo un espectáculo, siempre estuvo Pepe Domingo Castaño y su 'coro de niños cantores'; para contar lo que pasaba en el campo, nadie como Oliveros; para no dejar pasar ni una, como ahora -con toda razón- no le pasan una a él, Manolo Lama; para analizar con profundidad el porqué no podía pasar lo que estaba pasando ni pasaría nunca lo que acababa de pasar, poniendo de los nervios al respetable, Poli; para pasarse tres pueblos, Alcalá; para repasar el pasado, Petón; para no pasar desapercibido, el árbitro.

Y para pasárselo en grande escuchando la radio, nuestro 'Carrusel', de Paco González.


sábado, 8 de mayo de 2010


Nosotros

José Joaquín Rodríguez Lara


Ni el paro, ni el aislamiento por tierra mar y aire, ni el envejecimiento de la población, tampoco la emigración ni, por supuesto, los Puerto Hurraco y otras naderías semejantes: el principal problema de Extremadura y, seguramente, el desencadenante de todos los demás, es la falta de cariño. Y no porque en otras regiones no nos quieran, sino debido a que no nos queremos en esta. O, al menos, porque no nos lo manifestamos tanto como deberíamos.

Siempre fue Extremadura una tierra abierta, sin montañas, sin alcázares ni atalayas. Ni verdaderas ni inventadas. Quien quiso entrar en los límites geográficos de su territorio, entró; quienes desearon atravesarla -unas veces a espada y otras a bayoneta- la atravesaron, y quienes han preferido quedarse a vivir en ella, aquí siguen. Ni se les afea su procedencia ni se dificultó su asentamiento, pues la hospitalidad es uno de los valores que caracterizan a esta región, a la que la historia situó en un rincón del mapa que, posiblemente, nadie quería para sí.

Tanto extrema Extremadura la práctica de esa virtud acogedora que, no pocas veces, ensalza lo ajeno en detrimento de lo propio. Lo que llega de fuera siempre gusta más. No importa que baje por las cañadas reales o que suba en la mochila del trilero, que llegue como tormenta atlántica o que se abra paso a golpe de pregón levantino; si viene de fuera, si no es de aquí, a la fuerza tiene que ser mejor.

En Santa Marta de los Barros, durante la Guerra de la Independencia, la madre del cura alojó en su casa a coroneles franceses -uno de los cuales presumía de ser pariente de Napoleón- y los trató tan bien que, antes de irse, los militares le entregaron un certificado de 'excelencia hospitalaria', con el ruego de que se lo mostrase a quien pasara por su casa. La mujer no sabía francés, pero guardó el documento. Poco después se alojó en la misma vivienda un inglés al que muy ufana, la madre del cura mostró el certificado de agradecimiento dejado por los coroneles franceses. Decía así: «Malheureux espagnols, votre ignorance et votre fanatisme font tout votre malheur. Si vous éties plus alacres vous series peutêtre plus justes, moin ferosse plus sivilisées, et par consequent plus heureux et plus estimables».

¿Somos unos desgraciados, feroces e incivilizados? Desprendidos e ingenuos, seguro que sí. Lo nuestro está destinado a que lo envasen y lo comercialicen los demás. Sea mano de obra cualificada o sin cualificar, energía eléctrica, la Patrona celestial, bolsas de sangre o perniles adobados con hierba y bellotas. Así ha sido siempre. En más de un pueblo se recordará aún el paso de gentes que se asomaban a los zaguanes de las casas para llevarse los almireces, viejos platos de barro vidriado y otros enseres domésticos, más desportillados por los años que por el uso, a cambio de entregar lecheras de plástico, hueveras de plástico y barreños también de plástico o, a lo sumo, algunas monedas.

Cierto es que, a veces, hasta reclamamos con verdadero orgullo tribal el parentesco con algunos de los nuestros, pero se debe a que ya han triunfado fuera y se les reconocen sus méritos artísticos, deportivos o sociales. «Nació en mi pueblo». «Sus padres eran de aquí». «Fuimos juntos a la escuela». Muy entrañable, pero poco más. Y no es que no nos importe nuestra tierra; es que no sabemos demostrárselo. Tenemos que perderla para quererla. Entonces nos humedece los ojos un hilillo de emoción extremeñista que pocas veces, por no decir nunca, cuaja en un impulso sostenido.

Nadie necesita el regionalismo político para prosperar, aunque algunos -Canarias, por ejemplo- bien que lo explotan, ni tampoco el nacionalismo radical, pero sería conveniente pensar un poco en lo nuestro, en nosotros. En un 'nosotros' que no resulta excluyente, pues aunque antepone el 'nos', también incluye a los 'otros'. Nos falta amor propio; tenemos que aprender a querernos a nosotros mismos. Extremadura debe ser madre y no madrastra.