sábado, 12 de diciembre de 2009


La guinda del pastel

José Joaquín Rodríguez Lara


NI la siesta ni la ducha ni tampoco el microondas, el mando a distancia o el sexo virtual. Nada de eso. El mayor signo de progreso, de comodidad y de triunfo personal es el aburrimiento. No lo dude. Si usted se aburre es que ha triunfado. Se aburre de felicidad, de ausencia de deseos. Salvo imaginación, usted lo tiene todo. Aburrimiento incluido.

Piense usted en esas criaturas muertitas de hambre que nos muestra la televisión a la hora de la comida. ¿Parecen aburridas? No. Parecen vivas de milagro. Para los pobres de solemnidad el aburrimiento es un peligro mortal. No pueden aburrirse quienes se matan por escapar del hambre; o son vivos o fenecen. ¿Tienen cara de aburrimiento quienes huyen de un miura, de un león, de una buena víbora o de Belén Esteban? Nada de eso. No sólo no se aburren, sino que dedican todas sus energías a evitar la cornada, el zarpazo, la picadura ponzoñosa o las albóndigas que anoche dejó en el plato Andreíta. El aburrimiento es hijo de la buena vida y nieto de la tranquilidad, lo que pasa es que ellas se pasan las horas tiradas a la bartola, viendo la televisión, y no se enteran.

Las nuevas generaciones se aburren mucho. Cada día más. ¿Por qué? Porque lo tienen todo. Juguetes, comida, ropa, sanidad, educación, diversión, televisión, comida, juguetes, televisión, diversión y comida y televisión y juguetes. Es como la película 'Atrapados en el tiempo' -mucho más conocida como 'El día de la marmota'- pero con juguetes, comida, diversión y televisión y juguetes y televisión. No les falta de nada. Así que ya no les entretiene ni siquiera el mismísimo 'Atrapados en el Festival de Eurovisión'. Todo les parece poco. Por eso quieren más. Algo que les rellene los agujeros del alma. En cambio, las personas mayores, que tuvieron que luchar -¡y de qué modo!- para no perecer en la aventura de vivir, se entretienen con cualquier cosa. Un poco de conversación, una tarde soleada en mitad del otoño, un viaje, aunque sea con el Inserso, un ratito de televisión, alguna actividad manual, unas horas sin achaques. Disfrutan hasta de la vida que no tienen.

Hay quien asegura que el aburrimiento es la tumba del amor, pero no es cierto. En realidad es la guinda que corona la tarta nupcial, la señal inequívoca de que se ha amado tanto y se conoce tan bien a la otra persona que nada de lo que diga o de lo que haga puede ya sorprender. «Cariño, ¡qué feliz soy! Me aburres tanto.» «Tú también me aburres cada día más, corazón».

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