miércoles, 11 de noviembre de 2009



Memoria cruel

José Joaquín Rodríguez Lara


Dicen que la distancia es el olvido, pero eso debió de ser hace mucho tiempo, cuando el bolero todavía estaba en boga y la distancia se medía en leguas y a uña de caballo. Ahora que lo hacemos en nanosegundos y en millones de año luz, cuando de las leguas no queda memoria y de los caballos sólo perdura el relincho de los trenes cruzando al trote la piel de Extremadura, el sistema métrico emocional se ha encanallado en las distancias cortas y ya sólo nos queda lejos la abuela, que hace años enviudó y vive sola en otro barrio, o el abuelo, que se resiste a cambiar el pueblo por la ciudad y al que no le retienen ni el paisaje ni el paisanaje, sino que son los recuerdos los que le amarran a la rutina de los días. Para lo bueno y para lo malo, la memoria tiene una innegable vocación carcelera.

Insisten en que ya no hay distancias y en que jamás fue tan grande nuestra aldea ni hubo tantos millones de personas viviendo el mismo instante, la misma cienmillonésima de palpitante actualidad cotidiana, capaz de familiarizarnos incluso con lugares que no existían hasta que una vez pasó algo y le asignaron un sitio en los mapas del ciberespacio. Lo hemos comprobado una vez más hace muy pocos días. Matan a una burra a golpes en Torreorgaz y la burrada de unos mozalbetes causa más espanto en Australia, en Suecia, en Costa Rica, en USA y en Alemania que en el bar de la esquina. Ya no hay distancias insalvables, sólo murallas de vecindad, corralitos de egoísmo, celdillas de intereses en el panal cibernético. Es el signo de los tiempos que ha eliminado los postigos que abotonaban lo doméstico y la calle, lo público y la intimidad, el vayaustedcondios y lo sustancial, sustituyéndolos por pantallas con vistas al universo y tecnología digital.

Ciudadanos alemanes atacan el muro de Berlín.
Vivimos con los dedos. Cuentan que la Junta se ha gastado 14.000 euros en un programa para enseñar a l@s púberes extremeñ@s a masturbarse, entre otras cosas. 'El placer está en tus manos' parece que se titula el cursillo. O la adolescencia de ahora es muy ingenua, y no ha oído la buena canción que Bebe le hizo al amor propio, o los políticos actuales son muy listos o las dos cosas.

Y mientras llega semejante evento digital, se cumplen 20 años desde que derribamos el Muro de Berlín. Todos estuvimos allí aquella noche -de un lado o del otro-, gritando, golpeando el hormigón, empujando una pieza simbólica en el dominó de las dictaduras. 'Brindis por la libertad', titulé en la portada de HOY uno de aquellos días y me felicitaron. Lo cuento por anecdótico. En el oficio de la prensa -la de papel- una felicitación, sobre todo si es de un jefe, como fue aquella, vale al menos por cien broncas. Han pasado 20 años de la caída del Muro y parece que fue ayer. Está claro que no envejecemos con los años. Son las efemérides las que nos cuartean la piel y nos hacen viejos. Qué ingrato es el olvido, pero qué cruel puede ser la memoria.



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