domingo, 13 de septiembre de 2009

Píldoras

José Joaquín Rodríguez Lara


UNA de las supersticiones del ser humano es creer que la virginidad es una virtud». La frase no es de Bibiana Aído, ni tampoco de Trinidad Jiménez, ministras postcoitales ambas, sino de un tal François-Marie Arouet, que allá por el siglo XVIII se hizo célebre y considerablemente rico firmando sus escritos como Voltaire.

El filósofo francés fue un niño insufrible, un joven rebelde y un adulto con clara vocación de dinamitero que -lo mismo que Butragueño- creía en un Ser Superior -«Si Dios no existiera, sería necesario inventarlo», dijo-, lo que seguramente le animó a fustigar a la jerarquía eclesiástica. Voltaire fue también un adelantado a su tiempo que escribió sobre las lunas de Marte incluso antes de que fuesen descubiertas. Sin embargo, a la pastilla postcoital no llegó, se le adelantó Zapatero, aunque su obra está llena de píldoras filosóficas para antes del acto, para después del acto e incluso para el acto en sí mismo, convencido como estaba de que «una colección de pensamientos debe ser una farmacia donde se encuentra remedio a todos los males».

El presidente del Gobierno y las ministras Aído y Jiménez han optado por la píldora postcoital como remedio al mal de los embarazos indeseables. Cuando se tiene sobre la mesa el talonario de recetas del Boletín Oficial del Estado se puede hacer esto y mucho más. Y sobre todo, se puede hacer mucho mejor. Dicho sea con todos los respetos pues, ya lo dijo Voltaire: «Es peligroso tener razón cuando el Gobierno está equivocado».

Hay padres y madres que trinan contra la Trini, pero tampoco faltan quienes aceptan que la píldora postcoital se dispense en las farmacias. Ahora se despacha en los centros de salud. Lo que les 'duele', y no hay píldora para tal aflicción, es que se la vendan a su hija adolescente sin que sus progenitores, especialmente el padre, lo autoricen o lo sepan al menos. Ese padre que saltaría de la cama en plena madrugada para llevar corriendo a un centro de salud a la niña que ha 'tenido un desliz' y necesita una pastilla, ya no pegará ojo cavilando si la niña estará con las amigas o con el boticario.

En 'Jarrapellejos', la gran novela de Felipe Trigo, una mujer reprende a su hija soltera por haberse quedado embarazada, se encabrita cuando la joven le dice que no es de su novio, sino del pastor y, por último, estalla de ira al enterarse de que la niña aún no se acostó con su pretendiente oficial para 'cargarle el mochuelo'.

«Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una», escribió un tal François -Marie Arouet en otra píldora.

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