miércoles, 22 de julio de 2009

Niños adorables


José Joaquín Rodríguez Lara


Nunca se dedicaron tantos medios a la educación ni tampoco se tuvo nunca la sensación generalizada de que todos lo estamos haciendo mal en la parcela educativa; si no todo lo que cada día hacemos, al menos sí algunas de las cosas más importantes. Y lo malo es que no sabemos cual ha sido nuestro error, dónde están los responsables y en qué nos estamos equivocando tan palmariamente. Así que cada uno, con el fin de contribuir a la búsqueda de un remedio o, simplemente, con el deseo de sumarse al debate general, aporta su granito de opinión, pues hay actos tan terribles que no pueden dejar indiferente a nadie.


La desaparición de Marta del Castillo
sigue revolviendo las tripas de quienes opinan
que la Justicia española es manifiestamente mejorable.

Tras la violación y/o el asesinato de una cría o de un crío, las familias de las víctimas exigen mano dura con los autores, los políticos se plantean poner en marcha una comisión para preparar reformas, los juristas reclaman sosiego y el conjunto de la sociedad asombrada, ofendida y lacerada por tanta bellaquería se reafirma en que algo habrá que hacer, y más pronto que tarde, para evitar que sigan produciéndose palizas, violaciones, crímenes y todo tipo de agresiones personales, mayores y menores, sin que la sociedad se defienda de ellas aunque sea a guantazos.

El debate se centra ahora en el umbral de la imputabilidad, en esa raya roja que separa a los criminales del resto de los malos bichos que, por su edad, no pueden ser procesados, ya que para el ordenamiento jurídico vigente no responden de sus actos aunque se rían de ti en tu cara. El limite está en los 14 años. A partir de esa edad si violas eres un violador; pero con 13 años eres un angelito, aunque asesines a tus padres eligiendo con mimo las herramientas.

Es la ley que todos nos hemos dado y, como nos la hemos dado, si no nos sirve también podemos y debemos cambiarla. Más importante que el umbral de la imputabilidad debería ser la gravedad de los hechos. Es injusto que la ley considere tan angelito al niño que roba como al que viola o al que mata, pues hay delitos, como los informáticos, por ejemplo, en los que la niñez incluso lleva ventaja. Es inadmisible que la impunidad la den los años y no la madurez mental del sospechoso. Hay medios para medir la capacidad de discernimiento, de distinguir el bien del mal, y hay que usarlos. No se puede tratar a todos los niños de 13 años por igual, pues los abominables violadores, los mayores criminales que registra la historia y todos los dictadores y asesinos en serie que hubo, hay y habrá, fueron niños adorables. Alguna vez. Robar, violar y matar está al alcance de millones de crías y de críos, y a delincuentes llegan poc@s. Curémosles antes de que crezcan.


miércoles, 15 de julio de 2009



Terror en el supermercado

José Joaquín Rodríguez Lara


Lo mismo que los toros salen al ruedo ondeando los colores de su ganadería, esta semana irrumpió en nuestras vidas marcada con la divisa del terror. Un «terrorífico error profesional» apartó de la lucha por la existencia a un bebé sietemesino al que una enfermera creía estar dándole la vida y le aplicó una inyección letal. En la práctica sanitaria, como en cualquier actividad humana, al lado de millares de aciertos se registran cada día algunos errores. Los irreparables, los verdaderamente 'terroríficos', saltan a los medios de comunicación y acrecientan la desconfianza natural hacia el sistema sanitario. «No aviséis al médico, no, que quiero morir de muerte natural», clamaba el protagonista de un sainete. El gremio sanitario suele culpar, sin razón, a los periodistas de su deterioro corporativo. Nada más lejos de la realidad. El gremio de los periodistas -que se equivoca muchísimo, pero no suele amputar las piernas sanas- lleva décadas informando sobre el mal estado de algunas carreteras, por ejemplo, y sobre la peligrosidad de ciertas curvas inciertas, y ni las arreglan ni la gente deja de matarse en ellas, por lo que su prestigio fúnebre no sólo permanece, sino que se acrecienta. En el sistema sanitario sólo confían, en realidad, las personas que tienen buena salud. Las demás suelen remitirse a los santos de su devoción. ¿Por qué hay en los hospitales capillas y sacerdotes? Porque se necesitan.


El miura Ermitaño, en plena faena.
¿Y quien necesita un 'Ermitaño'? Los fieles seguidores de San Fermín, santo al que se le ofrenda vino, sudor y sangre, y en cuya protección se confía más que en la Cruz Roja. El miura 'Ermitaño' sembró el terror en las calles de Pamplona. Otro astado no sólo hizo también honor a la fiereza de los miura, sino que le ofreció al mundo entero una terrorífica recreación en vivo de 'El Guernica' de Picasso, con un corredor convertido en dolor de caballo atravesado por un cuerno de astifina furia. ¿Hay que prohibir los encierros por eso? Bueno, si se empeñan. Pero en muchas curvas y en todas las calles que suben al Everest hay más cadáveres y nadie prohíbe las motocicletas, por ejemplo, ni el alpinismo, por demás. Al contrario, se subvenciona su compra y se glorifica a quienes 'hacen' ochomiles.

Ahora, que para cumbre, la de hoy. El Consejo de Política Fiscal y Financiera repartiéndose los dineros del reino. Segundo asalto en el combate sobre la financiación autonómica. Casi nadie entiende los números, pero la sonrisa catalana da pánico. 'Terror en el supermercado, horror en el ultramarinos', que cantaba Alaska con los Pegamoides. ¡Qué panorama, Dinarama!


miércoles, 8 de julio de 2009


Pagafantas

José Joaquín Rodríguez Lara


LO cuenta García Márquez en 'Cien años de soledad': los 'americanos' 'se robaron' el Caribe. Lo enrollaron como si fuera una alfombra y se lo llevaron con todo lo que contenía. Unos años después, el de Aracataca retomó el asunto en 'El otoño del patriarca', novela en la que los gringos compran el mar antillano, lo trocean en piezas numeradas y se lo llevan con la intención de montarlo en Arizona. Con esta metáfora brillante, García Márquez expone en muy pocas palabras el porqué un país que no tiene nombre propio -tan estados unidos de América es el territorio de Obama como México y Canadá- se llama a sí mismo 'América', como si en vez de una nación fuese todo un continente.

Gabo no exagera. La realidad supera en magia al realismo mágico. A México le ha desaparecido parte del suelo patrio y, en estos días, lo busca por tierra, mar y aire. Quiere encontrar un trocito de terreno -Isla Bermeja se llama- que está en las cartas marítimas desde el siglo XVI y figura en los tratados internacionales pero que ha desaparecido. ¿Se la comió el tiempo? ¿Se hundió? ¿Se diluyó como un terrón de azúcar en el café? ¿La devoró el cambio climático? ¿La dinamitaron? Nadie lo sabe, pero no hay que descartar que se la llevaran los hueros del norte. Enrollada o por piezas.

A pesar de su pequeño tamaño, la desaparición de la isla es una llaga en el orgullo mexicano y no faltan razones para que así sea. Isla Bermeja marca los límites territoriales y su posesión concede derechos sobre los yacimientos petrolíferos del golfo de México que se reparten gringos y manitos.

Toda una isla enrollada como una alfombra, un país desmontado en piezas... Una imagen vale más que mil palabras, asegura un dicho chino, pero hay palabras con más poder de evocación que mil imágenes. Durante el tardofranquismo se hablaba continuamente del 'búnker'. Un vocablo que era un universo. Todo el mundo lo entendía. No era un refugio de hormigón, sino los coletazos de un régimen atrincherado contra la que se le venía encima.

A sus 3 años, Ana Inés Rodríguez bautizaba por su cuenta a las cosas cuyo nombre ignoraba. Llamaba «corrija» al bien, mal o regular que, como calificación le ponían los profesores a sus ejercicios, y pedía que le leyeran cuentos, aduciendo que no sabía «habiá con los libios».
Desde Oliva de la Frontera, Ildefonso Matamoros Cuecas, 'el Perigallo', llama «enciAnas» a las viejas troncas desdentadas que saciaron con sus bellotas el hambre de animales y personas y sirvieron de morada a vivos y a muertos.

La cartelera española anuncia estos días una película, 'Pagafantas', que retrata con humor el tópico e inoperante convite machista. Un pretexto para reír un rato, pero el título es tan bueno que bien pudiera sobrevivir a la propia película.


miércoles, 1 de julio de 2009


Cáceres, capital cultural

José Joaquín Rodríguez Lara


FLOTA sobre el misterio, en la incertidumbre del calerizo, esa especie de monstruoso queso emmental -que es el de los agujeros, y no el gruyere- del que durante años se temió que devorase la cruz de los caídos, una docena de edificios y el Paseo de Cánovas con el concejal de jardinería dentro. Cuentan que, ya en tiempos, se tragó una carreta de bueyes, con los bueyes, y media charca Musia.

Un misterio que, sin dejar la geofísica, salta a la antropología en la caverna de Maltravieso, descubierta a traición, que conserva en sus paredes el enigma de numerosas manos pintadas a las que les falta el dedo meñique. Es una cueva temática, y el mejor yacimiento mundial en su especialidad, de la que, para alimentar la intriga, aún no se ha descubierto su acceso original, donde seguramente quedarán restos domésticos y alguna información sobre quienes se dejaron las manos en sus recovecos.

Tiene Cáceres tres importantes asentamientos romanos: la colonia Norba Caesarina, en el cogollo de la ciudad, de la que se conservan lienzos de muralla y accesos; el campamento Castra Caecilia, al que se llama 'Cáceres el Viejo', una joya todavía por desenterrar que podría darle empleo a más de un arqueólogo, además del rompecabezas de Castra Servilia, otro acuartelamiento que no se sabe dónde está -incluso podría ser el propio 'Cáceres el Viejo'-, es el recinto desde el que se cree que partieron los asesinos de Viriato. Castra Servilia es uno de los misterios de la romanización y está por Cáceres.

La naturaleza no le dio río, pero venera su 'Fuente Concejo' y conserva aljibes que le apagaron la sed durante siglos. El más famoso está en la Casa de las Veletas, sumándole secretos a un museo laberíntico, heterogéneo -con arqueología, etnografía y artes plásticas- y tan mal iluminado que es muy difícil apreciar los detalles de su impresionante colección de estelas y prácticamente imposible leer las cartelas que deberían explicarlas. Lo mismo ocurre con la epigrafía. Entre las publicaciones que se venden en la Casa de las Veletas no hay una guía del museo, ni una monografía sobre las estelas, ni cambio de 50 euros -de 50- para comprar otro libro que cuesta 12, ni tampoco está a mano la llave de una caja de caudales en la que, al zarandarla, parece que hay suelto. Eso sí, el personal es amable, un encanto de personas en una ciudad encantada -de magia, de cine, de Womad y de teatro-, en la que brama el epitafio de los Golfines, humilde monumento a la soberbia: 'Aquí esperan los Golfines el día del Juicio'. El día del Juicio y que la carrera hacia la capitalidad cultural, además de un sueño, empiece a cuajar en proyectos concluidos, más allá del reparto de 80.000 posavasos.

El tripartito -otra incógnita-, o lo que de él quede, y la Junta tienen para entretenerse. ¡Que les cunda!